El cónsul de Sodoma (2009)

Vale, voy a ser sincera: la pura verdad es que he ido a ver esta película como quien va a ligar a un convento, es decir, sin esperar nada de nada.

Jaime Gil de Biedma me flipa, eso es cierto, no puedo evitarlo, es uno de MIS POETAS, y es que es absolutamente genial (para muestra un botón: cuántas veces me saltaron las lágrimas, las lágrimas por ser más que un hombre, cuánto quise morir o soñé con venderme al diablo, que nunca me escuchó). El caso es que “El cónsul de Sodoma” me llamaba la atención, no tanto por la película en sí, sino por ver qué contaban exactamente de la vida de Gil de Biedma. Y, en serio, me he quedado a cuadros: ¡Qué película más redonda! No sólo el guión es muy bueno, tanto los diálogos como lo que han decidido contar y cómo (tengo que resaltar las partes en las que se leen los poemas, que pensé que iban a quedar fatal, pero qué va, si al final casi estás deseando que no pare de recitar), sino también todo lo demás.

Primero: no es el típico biopic-postcomida de los sábados por la tarde, para nada.
Segundo: es entretenida, o lo que es lo mismo, no me he aburrido en ningún momento, es más, he disfrutado cada escena.
Tercero: Jordi, macho, te has salido, ya no estás en este mundo.
Cuarto: ¿y la banda sonora qué? GENIAL.
Quinto: cinematográficamente es original (el montaje me ha encantado), que creo que es lo que más me ha sorprendido y también lo que más agradezco. Tiene unas cuantas escenas de estas que no se olvidan fácilmente. Sin ir más lejos, ese final... WOW.

¿Conclusión? Ya que “El cónsul de Sodoma” es la típica película que a casi nadie se le ocurre ir a ver, he decidido recomendarla públicamente, atendiéndome a las posibles consecuencias de mi acción. HE DICHO.

1. Gil de Biedma se quedó calvo antes de lo que esta película da a entender.

2. El recluta gitano llevaba unas melenas antirreglamentarias que no se explican ni aunque fuera el amante del coronel de su regimiento.

3. Es inverosímil que en pleno franquismo un edificio oficial llevara rótulos en catalán. Sin embargo, se lee con claridad «Port de Barcelona».

Ya, ya, nada de esto es muy importante. Pero cuando empiezo a fijarme en estas tonterías significa que la película no consigue atraparme. Es una pena, porque a ratos «El cónsul de Sodoma» es fascinante –otras, blandita y peliculera– y Mollà y los actores masculinos hacen una interpretación ajustada de sus personajes (yo no conocí a Gil de Biedma ni a su pandilla, claro, pero me los imagino así).

En el cine sólo había tres espectadores más y los cuatro éramos cónsules de Sodoma.