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En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza (2000)

En el camino, de cuando en cuando, vislumbré breves momentos de belleza
288 min.
8,2
551
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Fragmento (INGLÉS con subtítulos en ESPAÑOL)
Sinopsis
Aclamada película-diario de 5 horas de duración, realizada a partir de imágenes de distintas grabaciones acumuladas a lo largo de 50 años. (FILMAFFINITY)
Género
Documental Cine experimental
Dirección
Reparto
Documental
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
As I Was Moving Ahead Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty
Duración
288 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
9
El tiempo recuperado
Con una mezcla de temor reverencial y curiosidad me acerqué a esta película, mi primer contacto con Jonas Mekas. Hasta la fecha sólo llevo dos. El otro, unos días después, fue Reminiscencias de un viaje a Lituania, porque se incluyeron las dos en la misma edición de DVD. Temor reverencial por la consideración que a Mekas normalmente se le otorga como una especie de padre, o jefe de la manada, de cierto cine experimental o vanguardista. Por eso y por las cinco horas que dura As I was moving ahead…, que no son ninguna tontería.

Quítense el miedo, que no es tan fiero el león. Desde un punto de vista práctico, no hace falta ver las cinco horas seguidas. La película está dividida en doce capítulos, lo que facilita las imprescindibles y reparadoras pausas. Además, y siendo innegablemente prosaico, lo cierto es que la película se puede parar en cualquier momento y luego retomarla por donde se dejó o incluso por cualquier otro punto.

¿Y eso por qué?

Porque As I was moving ahead… no es una película argumental, no tiene un principio, nudo y desenlace que deban seguirse en un orden cronológico. Y hasta ahí todo lo que le encuentro de experimental o vanguardista. En una primera aproximación, son imágenes grabadas por Mekas en un periodo que abarca desde finales de los años sesenta hasta los noventa y que se centra sobre todo en los setenta y primeros ochenta. Imágenes, muy breves en su mayoría, planos fugaces, destellos dice el título de la película, que se suceden sin orden cronológico entre ellas y sin más explicación que la voz en off ocasional de Mekas y que los rótulos que se intercalan entre imágenes. Rótulos que son algunos más explícitos, que explican el lugar, fecha o celebración donde se tomaron las imágenes. Otros más genéricos, del tipo verano en Central Park. Otros decididamente socarrones, como uno que se repite varias veces diciendo que ésta es una película política. Otros más, que también lo parecen, son humildes cuando también se repiten declarando que nada ocurre en esta película.

Porque sí ocurren cosas en esta película y dudo mucho que el montaje se haya dejado verdaderamente al azar (aunque lo quiera aparentar y aunque Mekas lo afirme en algún momento al principio). Cuestión aparte es que el hilo sea eminentemente subjetivo en esta especie de magdalena proustiana de recuerdos. Pues eso es de lo que hablamos y de lo que nos habla Mekas en el fondo. Recuerdos atesorados que vuelven de golpe, tal vez en forma de flash.

Tal vez la experiencia de verla pueda ser diferente para cada persona. En mi caso, me costó superar la primera hora, porque pensaba que debía encontrar un sentido que se me estaba escapando. Sean pacientes y déjense llevar. Tomen las pausas que requieran. Estoy seguro de que, una vez vista, se puede analizar la película hasta la saciedad, pero para una primera toma de contacto creo que es todo más accesible de lo que uno pueda imaginarse y que no hay más que lo que se ve. Las calles de Nueva York, los vendedores callejeros, personas paseando, el Soho, Central Park, ventanas, el viento agitando las hojas vistas por la ventana, el piso de Mekas, su mujer Hollis, su hija Oona, su hijo Sebastian, su hermano Adolfas, el verano, el mar, un paseo en río, excursiones familiares, reuniones de amigos, celebraciones familiares, la lluvia, la nieve en las calles (en algún sitio leí que en Nueva York no nieva tanto como se ve en las películas de Mekas, pero que por lo visto le encanta la nieve y por eso la filma repetidamente).

Imágenes que me recordaron, a la inversa, una frase de Alain de Botton. En su novela Del amor decía que detectar el encanto de los lugares insólitos es negarse a ser hechizado por lo obvio. No lo niego, pero… ¿y si también ocurriera al revés? ¿Y si detectar el encanto de los lugares acostumbrados fuera negarse a ser hechizado por lo obvio?

La anécdota del gusto por la nieve de Mekas tal vez nos dé una pista, la pista: no es lo mismo la nieve que el recuerdo de la nieve y así con todo. Bien podrían ustedes pensar, con lo descrito hasta ahora, que qué les importa un plano fugaz viendo cómo gatea el bebé de un director de cine. Pero es de otra cosa de lo que se trata. Proustianamente hablaríamos de un tiempo perdido, de la reconstrucción y evocación de la memoria y del tiempo recuperado.

Y aquí merece la pena traer a colación una curiosa coincidencia. Aunque sean dos películas muy diferentes en todo, en esto de la reconstrucción de la memoria personal tal vez sea Tarkovsky quien en su El espejo mejor y más intencionadamente haya expresado en una pantalla los mecanismos y resultados del fluir de la consciencia.

Tarkovsky, como Mekas, otro soviético, otro que terminó exiliado, si bien en circunstancias diferentes. Mekas nació en Lituania en 1922 y, por una serie de peripecias absurdas que se dan en las guerras para las personas en general y para los espíritus libres en particular, se vio obligado a huir tanto de los nazis como de los soviéticos. Su hermano Adolfas y él intentaron escapar de Lituania, fueron detenidos por los nazis e internados en un campo de trabajo para desplazados, huyeron, se escondieron meses en una granja, etc. A finales de los años cuarenta llegaron a Nueva York y el sentimiento de estar desplazado, de no tener ningún lugar adonde ir, el aislamiento y la soledad lo acompañaron durante bastantes años. Pasaron veinticinco años hasta que pudo volver a visitar a su madre.

Conoció circunstancias difíciles y sin embargo… Ya saben ustedes que, cuando hay un sin embargo, la adversativa a menudo es más reveladora que la oración principal. …y sin embargo Mekas elige filmar y montar, elige recordar, sólo sus pequeños destellos de belleza, y en esta elección, antes que en el propio recuerdo en sí, está el quid, lo que merece la pena, lo que deja huella en el espectador.

(Sigue en el spoiler por falta de espacio.)

http://negrocomounanochesinluna.wordpress.com
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26 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
Los paraísos perdidos ("This is a political film")
Jonas Mekas ha filmado una isla. Un territorio que respira y que se expande con reminiscencias enlazadas “al azar”. Un juego que no es meta-cinematográfico siquiera: está más allá del tiempo y en el tiempo, es un pedazo de existencia “insignificante”, nada más. No importa aquí el formato, ese es sólo el punto de partida para echar a andar, para justificar, si se quiere, la “moralidad” o la conveniencia de atizar sin pausa los recuerdos con el fin de destilar el brillo oculto, la pátina de magia que se esconde en cada instante si se observa con los ojos adecuados. Mekas es un hombre viejo que observa su vida, que lo lleva haciendo desde siempre, obsesivamente, con la esperanza de apuntalar la memoria y que los ríos que conforman la experiencia no se escapen, sinuosos, hacia ningún lugar, más allá del cuarto oscuro donde acechan los fantasmas de la muerte. No es tarea fácil, aunque lo parezca, abordar la realización de una obra como esta, que se erige en templo de oración para el autor y, por extensión, para la raza humana en tanto sujeto viviente, accionador (in)consciente de acontecimientos y emociones. Y es que en el transcurso de este ir y venir de fragmentos más o menos luminosos vienen a la mente, de manera inevitable, los recuerdos de tu vida, confirmando la intuición del director de que “todas se parecen”. Mientras, el cauce de los ríos invisibles se dirige inexorable hacia la mar, donde habitan el olvido o el mismísimo infinito. Aprovecha el momento, por si acaso.

Hay varias formas de afrontar esta no-obra y varias formas de quedarse fuera, bajo el umbral, vacilantes al tomar la iniciativa y ejecutar ese paso que precede al ahogamiento. Aquí no queda otra que calarse hasta la médula del hueso con la vida, sea la tuya o la de Mekas, poco importa, nadie escapa a su pasado, nadie es libre de decir que aquel camino del que viene fue casual aunque lo fuera: el camino has sido tú; sigues siendo ese camino, como ya dijera Faulkner. Conviene aprender a ser humilde, eso es algo que el vivir se encarga de enseñarte antes o después… Decía que hay que calarse hasta los huesos con el néctar, exprimir hasta la última gota de existencia, arrancarse los inútiles disfraces y aparcar los artificios (“capas y capas” de hombre). En cambio, hay que desnudarse para no perderse lo inaudito, que despunta entre los ruidos y las prisas de lo obvio esperando su momento de eclosión como una estrella –o un milagro de luz- en el silencio de la noche. Esta humildad, esta certeza de la incertidumbre y de lo inútil del Saber de las mayúsculas sólo las da la perspectiva del tiempo, la vejez del hombre que se mira a sí mismo desde la distancia y que se ríe. ¡Hay tanta belleza en este mundo! Pero nos empeñamos en racionalizar y catalogar cada minucia, en convertir en lenguaje articulado el tartamudeo del que está frente a la vida y enmudece, como el chico de Zerkalo (1975). Qué necesario entonces tropezar como solías con las patas de la mesa.

Por su parte, ante la incapacidad de ser plenamente conscientes de todas las particularidades y matices potenciales de cada momento vivido durante su transcurso, sólo queda dejarse llevar, pues los hay que nacen sabiendo vivir y los hay que van improvisando sobre la marcha con más o menos éxito. Nunca se sabe. En este sentido, nada más reparador que la fragmentación de la memoria y su poder sublimador; nada como la capacidad del ser humano para significar y dar sentido a sus recuerdos, único reducto plenamente suyo en el que invocar el fuego que se apaga o el espíritu que se marchita. Aprovecho para recordar (y señalar la estructura de vasos comunicantes del arte) cierta reflexión de Woody Allen: “no sé si un recuerdo es algo que se tiene o algo que se ha perdido”. Mekas lo tiene claro: su obra es un estertor que canta a la cotidianeidad de los milagros por obra y gracia del registro, sea de la cámara o de la memoria, al final son uno solo, un ojo avizor en busca del tiempo perdido, el mismo tiempo que compone el instante precioso donde una sonrisa se forma y se evapora, casi sin notarlo, aunque aquí “no pase nada”. Vuelvo a decirlo: basta con ser (o sentirse) viejo para constatar que todo pasa y ¿nada? queda… no, eso no es cierto. Siempre está el poso, la humedad del vaso sobre una mesa y el sabor del vino garganta abajo. Es decisión de cada uno cómo afrontar la realidad, cómo adornarla y enriquecerla, cómo rendirse en gratitud al constatar su inmenso poder renovador. Como estertores en busca de luminosidad o de sentido, decía. Réquiem por la muerte en esta oda a los relámpagos felices.

-continúa-
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16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
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