Vidas pequeñas (2010)

Vidas pequeñas ha sido una película de complicada producción. Su rodaje se paró en numerosas ocasiones. No se encontró la financiación necesaria para contar esta historia de víctimas de la crisis. Tras casi 6 años de arranques y parones, ahora ve la luz. Y visto con distancia, parece lógico que unas televisiones cada vez más interesadas en el puro entretenimiento no vieran interesante apostar por un drama desgarrador sobre un tema tan poco cool como los excluidos. Porque en esta cinta, Enrique Gabriel, como el Altman de Vidas Cruzadas, cuenta las vidas de una serie de personajes que se cruzan y viven en un camping de las afueras de Madrid (magnífico plano general del desolador descampado con las 4 Torres al fondo, metáfora de una sociedad que excluye a sus miembros).
Ana Fernández, como la diseñadora de ropa pija que también ve sufrir en sus carnes la exclusión. Roberto Enriquez, en el papel de un mimo/místico que se ha apartado de la sociedad porque rechaza la competitividad. Y Alicia Borrachero como una esteticién que recuerda a una de las chonis del barrio de Belén Estebán son las tres patas fundamentales de un edificio dramático cargado de historias duras, desoladoras, pero también emotivas, apoyadas por un plantel de secundarios de primerísimo nivel.
Vista la crisis actual, uno no entiende las dificultades por las que ha pasado esta cinta. Quizás su pecado fue ser concebida en 2004, cuando "España iba bien". Lo potente es que el mensaje que Enrique Gabriel había planteado entonces sigue vigente, ahora más que nunca, en este estreno de 2011. Ojalá tenga suerte.

Película que recuerda en su estructura a Vidas Cruzadas, de Robert Altman, solo que aquí los personajes viven en un camping. Vidas pequeñas es un honesto retrato, a veces excesivamente trágico, de esas existencias de perdedores que no tienen donde caerse muertos de lo mal que les va. Destacan en especial Ana Fernández y Alicia Borrachero como una empleada de una clínica de estética. Con todo, es muy interesante de ver. Una cinta necesaria a la que daría un 7.
Quizás eche en falta algo de humor y alegría en ese retrato de vidas pequeñas, porque frente al cine italiano, o en el español de los años 50, ahora hay una tendencia que se enfrenta al neorrealismo: los pobres de las películas de ahora comen peor, son más infelices, bromean menos y viven con más angustia su miseria que los alegres y sociables pobres de las películas de Fernán Gomez o José Luis López Vázquez.
Ese abandono del sainete, resta un poco de frescura, o de unas gotas de humor, siempre necesarias para aliviar el conjunto. Pero oye, bien.