El señor de la gran mansión (1988)

En los años cincuenta, una madre (Dominique Blanc) llega con su hijo a servir a una imponente mansión, donde vive el amo (Jean Rochefort) con su hijo.
La película narra las relaciones amorosas entre los adultos y las relaciones entre los niños; mucho más complejas, turbulentas y ambigüas que las de los mayores (casi diría que la verdadera historia de amor es la de los dos pequeños)

Los niños están excelsos (no suelen gustarme los actores infantiles fuera del cine americano), y eso que no tienen cometidos nada fáciles, especialmente el hijo del amo, tremendamente malicioso con el niño pobre, pero tremendamente vulnerable, desvalido y desamparado.

El poderío visual es enorme (a unas maravillosas localizaciones campestres se les añade una fotografía preciosa e inquietante). La música también es de primera. El final es de los que no se olvidan.

Me ha gustado más que los notables dramas históricos por los que Wargnier es más conocido: “Indochina” (con Catherine Deneuve) y “La vida prometida” (con Sandrine Bonnaire)
Aunque esta película es de época, la Historia se deja de lado en favor de la pura poesía visual y las complejas contradicciones internas de los personajes, contradicciones que hacen que la película sea por momentos “bonita” y por momentos terrorífica (como el propio mundo infantil)

Brillante la presencia y la actuación de Dominique Blanc, actriz no demasiado conocida que de ser americana ya habría tenido montones de nominaciones y algún Óscar en su haber. Aparecía como secundaria en “Un asunto de mujeres” (de Claude Chabrol) y en “La reina Margot” (de Patrice Chéreau), y hace poco me dejó con la boca abierta como drogadicta en “Después de la vida” (de Lucas Belvaux). Aquí interpreta a la madre del chaval pobre con esa difícil mezcla de cercanía/carnalidad y etérea fascinación materna.

Es una muy interesante historia acerca de la rivalidad de dos niños, que separados por su diferente condición social, se ven obligados a convivir cuando uno de ellos llega con su padre al castillo donde vive el otro con su madre. El odio hacia el intruso se torna después en amistad, (un tanto especial, pues la película no renuncia, aunque sutilmente, a sugerir una cierta atracción sexual entre ambos), por la necesidad que tiene ese niño triste y solitario a compartir sus juegos y vivencias con otro niño de su edad.

Jean Rochefort ofrece otra buena interpretación, pero no le van a la zaga los dos niños protagonistas, muy bien elegidos, que ofrecen una relación tensa entre ambos, en una historia difícil en la que es fundamental el juego de miradas y la contención emocional. Además, cuenta con un maravilloso e intenso final que no conviene desvelar. Muy recomendable.