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La muchacha de la sombrerera (1927)

La muchacha de la sombrerera
66 min.
6,9
208
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Sinopsis
Un patrón sin escrúpulos le da a una joven trabajadora un boleto de lotería en vez de pagarle su sueldo. El boleto resulta ganador y la chica consigue una fortuna, lo que desencadenará una carrera para poseer el boleto... y el amor de la chica. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Comedia Cine mudo
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Unión Soviética (URSS) Unión Soviética (URSS)
Título original:
Devushka s korobkoy
Duración
66 min.
Guion
Fotografía
Compañías
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8
El mejor anuncio de lotería de la historia
"La muchacha de la sombrerera" de Boris Barnet es una película muy alejada en formas e intenciones de la icónica "El acorazado Potemkin" de Sergei Eisenstein, por poner el ejemplo más paradigmático del cine mudo soviético. Una comedia que evita los grandes tonos y exaltación revolucionaria y se centra en narrar una sencilla historia que bebe mucho del slapstick clásico de Chaplin, Keaton y similares, y al mismo tiempo proporciona un escenario que recuerda en bastantes aspectos a la screwball comedy posterior. Así pues, su trama principal es la relación de la joven Natasha con el torpe y grosero Ilya, sin obviar los enfrentamientos de la protagonista con Madame Irène, la dueña de la sombrerería para la que trabaja, y su vago y aprovechado marido; y los intentos de su pretendiente Fogelev por llamar, sin éxito, su atención.

La cinta avanza con un ritmo alocado y sorprendentemente bien gestionado -en alguna ocasión un poco errático, pero nada reseñable- hacia una fábula sobre la justicia social, desarrollando de paso una encantadora y poco ortodoxa historia romántica. Su mensaje, aunque tratado con cierta sutileza y sin poner excesivo énfasis narrativo, condena y se burla de la división de clases ejemplificada en la esperpéntica situación de la habitación alquilada. No falta tampoco una crítica bien cargada contra los trepas que viven del trabajo de los demás aprovechándose de sus buenas intenciones.

Anna Sten como la protagonista, Natasha, es el motor de la película con una actuación magnífica, que sobresale por encima del resto -sin desmerecer en absoluto el gran nivel interpretativo que ofrece todo el reparto- y que aporta una naturalidad tremenda a la narración que contrasta con el tono alocado y liviano que está presente en toda la cinta. Su interpretación, a base de gestos y reacciones, crea un personaje transparente, a quien resulta fácil entender, y que al mismo tiempo conserva una gran capacidad de compenetración con los demás en la vertiente más cómica y exagerada del filme.

Es la cercanía que generan los personajes la clave del mayor éxito de "La muchacha de la sombrerera", ser capaz de trascender a partir de una historia breve y esquemática que de otro modo carecería de emoción. En la que probablemente es la secuencia más memorable, Natasha e Ilya duermen juntos en la habitación. De repente, a ella se le ocurre gastarle una broma haciéndole creer que hay una rata, lo cual, para su sorpresa, acaba ocurriendo de verdad. Esta cercanía momentánea y amistosa de los personajes termina al día siguiente cuando Natasha se ha marchado sin previo aviso e Ilya vuelve a encontrarse solo en la habitación. No hace falta más para describir la complejidad e incomodidad de una relación que avanza a través del tanteo mutuo.

Otro gran acierto de "La muchacha de la sombrerera" es su montaje, con un uso de recursos visuales en ocasiones sorprendentes y experimentales pero en todo caso muy bien puestos en contexto, mediante los cuales se pone énfasis en las sensaciones transmitidas por la historia y personajes. Por poner un ejemplo, una escena en la que Ilya y Natasha hablan en diferentes planos y que es resuelta enfocando y desenfocando sus rostros según dialogan, con el objetivo de reforzar la perspectiva de cada uno.

El humor, de estilo absurdo/slapstick clásico, logra en su mayor parte dar con la tecla y mantener el tono de inmediatez y espontaneidad que está presente en todo el filme; tal vez en ese aspecto fallen las primeras escenas que contrastan repentinamente con lo descrito hasta el momento. Aunque no descarto que esto en concreto sea culpa mía por construir expectativas que no tenían nada que ver con la realidad, y en concreto, esperar un tono más grave en una película que destaca precisamente por lo contrario, por su ligereza.
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5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
UN BRINDIS POR EL "ANNO MIRABILIS" 1927
Kevin Brownslow, escritor británico especialista desde hace mas de 60 años en cine silente y cuya vida ha estado dedicada a su estudio, preservación y restauración, incluía el año 1927 entre los que a lo largo de la historia han tenido la consideración de “anno mirabilis”, porque en él se gestaron obras cinematográficas de una calidad superlativa. Murnau con Sunrise, Lang con Metropolis o Gancé con Napoleón, son argumentos suficientes para justificar esa afirmación. Precisamente 1927 es el año de La muchacha de la sombrerera, un trabajo de Boris Barnet que, sin alcanzar el nivel magistral de las obras citadas, justifica más si cabe el calificativo “mirabilis” y que supuso un aire distinto y rejuvenecedor al cinema ruso.

Aceptando múltiples excepciones que haberlas háilas, quienes nos hemos acercado a la cinematografía de este gran país hemos sido espectadores de momentos históricos de excepción, épicas gestas y dramas sociales enmarcados en una carcelera cotidianidad. Por ello nuestras cejas se levantan desmesuradamente y nuestra boca deletrea lentamente pero con asombro “¡Una comedia!”. La figura de Charlot quiere colarse entre los ojos y la pantalla, buscando su espacio para un slapstick genuinamente chaplinesco donde un empleado ferroviario enamorado se desliza una y otra vez por un puente completamente helado incapaz de seguir a la chica de sus deseos. Y poco después nuestra exigua sabiduría sobre el arte de los Lumière sufre un revolcón cuando sospechamos que la primera screwball no debemos apuntársela a Capra por “Sucedió una noche” sino a Barnet por “La muchacha de la sombrera”. ¡Y todo ello en la rusia bolchevique de 1927!

Los milagros se multiplican como los panes y los peces y así Barnet se atreve a retratar de forma absolutamente fresca y amable la situación burocrática del país y su nueva política económica haciendo una crítica suave de la adjudicación de viviendas o atreviéndose incluso con los funcionarios recaudadores de impuestos. Pero, del mismo modo que la voz de Al Johnson puso, también en 1927, el canto del cisne al silencio en el cine, el régimen soviético puso freno, en el mismo año, a la experimentación y a la influencia corruptora de las culturas estadounidenses o extranjeras. Y así el milagroso año 1927, como Cenicienta tras las doce, volvió a vestirse de delantales blancos y uniformes grises y de aquel chisporroteo de colores solo nos queda Anna Sten, una actriz hermosa y con muchísima personalidad a la que Samuel Goldwyn quiso convertir en la nueva dama cinematográfica que surgió del frío disponiéndole alfombras rojas para que su figura despegase en el mercado americano. La sombra de la Garbo era inmensa y la audiencia dijo no, frustrando con su negativa una carrera más que prometedora.

La vida te da sorpresas y el cine también y esta es una de ellas. ¡Un brindis por el anno mirabilis 1927!
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