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El libro de los muertos (1993)

El libro de los muertos
96 min.
5,4
400
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Sinopsis
H.P. Lovecraft, el conocido escritor de terror, busca a comienzos de los años 30 el libro Necronomicón. Lo encuentra custiodado por monjes en una biblioteca y copia varias historias de él, que se desarrollan ante los ojos del espectador y los suyos.(FILMAFFINITY)
Género
Terror Fantástico Monstruos Película de episodios
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
H.P. Lovecraft's Necronomicon, Book of the Dead
Duración
96 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
Adaptaciones de H.P. Lovecraft
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8
Poco a poco...
Poco a poco van haciendo películas inspiradas más en la leyenda literaria del genial H.P.Lovecraft que en sus oscuros cuentos de manera objetiva, aunque en este caso la cosa suena a excepción: este en concreto de Necronomicon hay que decir que se compone de tres historias basadas más o menos literalmente en algunos de los cuentos del tipo de Providence, y aunque los medios económicos así como la propia limitación del cine quedan algo lejos de plasmar la majestuosidad del elemento literario, no es menos cierto que quizá sea una de las películas más entretenidas y fieles sobre los cuentos del escritor. En los 80 y 90 hubo un grupo de gente que más o menos intentaron llevar fielmente los cuentos de Lovecraft, y algunos de esos cineastas son clásicos dentro del género de terror, tales como Brian Yuzna, Stuart Gordon, Jeffrey Combs, o lo que es lo mismo: Re-Animator, por mencionar el clásico de los 80. Fueron unas décadas (más en los 80) donde la desbordante imaginación suplía con creces la carencia de medios técnicos, y que unida a las desmesuradas ganas e ilusión de hacer cosas, dejaron constancia de algunas películas dignas del género, y muy cercanas a algunos de los cuentos del creador de Cthulhu.
Tales ejemplos son el mencionado Re-Animator, Re-Sonator, El Caso De Charles Dexter Ward, El Innombrable, Hechizo Letal, Dagon, etc...
En definitiva, muy recomendable, sobre todo por lo entretenida que resulta.
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20 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
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Uno de los más fascinantes aspectos que me ha encantado del tan inefable como esperpéntico universo creado por H.P. Lovecraft, en las rápidas y superficiales lecturas de varios artículos, ya no sólo para entender la curiosa “Necronomicón” (1993), sinó también para tener algo de base para un comentario mínimamente decente de la misma, es la caudal relevancia que el escritor estadounidense tuvo en la evolución de la literatura de terror, como continuador de sus predecesores en el s.XIX (el indiscutible referente Edgar Allan Poe), respecto a los cuales marcó el punto de inflexión del estilo más puramente gótico, a la ideación de un mundo (o submundo) de seres monstruosos dispuestos a torturar al ser humano de las formas más variopintas posibles.

H.P. Lovecraft fue capaz de construir unas realidades que, por ser supuestamente paralelas y ocultas a la que experimentamos, han llegado a tales cotas de verosimilitud en la imaginación de fans, lectores y otras especies, que hay quien llegó a creer de la existencia de los productos de su corpus mitológico, diríamos casi que particular, a la vez que original y pionero en el género. Y el libro “Necronomicón” es uno de estos objetos que alguien puede estar todavía buscando, y esperar encontrar en algún profundo subterráneo de alguna ruinosa biblioteca, donde los ratones darían cuenta a sus anchas de piezas históricas de valor incalculable que nadie sospecharía que están escondidas en las tripas de alguno de estos emblemáticos edificios destinados a custodiar los pensamientos hechos tinta, de quienes poblaron el planeta bastante antes que nosotros.

Y eso quizás porque precisamente en “Necronomicón” (1993), película de tres actos episódicos, independientes entre sí, con un cuarto que sirve de hilo conductor de principio a fin, se recrea la hipotética y fantasiosa aventura del propio Lovecraft, interpretado por Jeffrey Combs, quien comparte varios carteles con el director Brian Yuzna, responsable del “wrapparound” de esta película, y de su tercera y última parte; el protagonista se cuela en uno de esos recónditos escondrijos de libros, buscando el “tratado sobre los muertos” o “el que trata de los muertos”, según sería su traducción etimológica aproximada, y zafándose de los tan extravagantes como lúgubres custodios de la joya, entra en la cámara acorazada donde está celosamente guardada, y allí se dedica a explorar entre sus páginas, en las que representa que hallará la inspiración para escribir las tres historias que el film nos representa gráficamente.

El ”Necronomicón”, tal y como se deduce del pensamiento “lovecraftiano”, es un compendio de fórmulas y rituales que sirven de puerta o contacto con este mundo paralelo de criaturas y entes que gobiernan los terrores de los mortales. Y el más que probable efecto de su lectura parece ser el perder la cordura e incluso la muerte. Una traducción poética, simbólica, del concepto de lo “inefable”, que en toda expresión religiosa se manifiesta. Por ejemplo, en la tradición judía, véase lo que les sucede a los que osan tocar o abrir el Arca de la Alianza. O lo que es de Prometeo por intentar robarles el fuego a los dioses.

Conceptualmente, y así ha sido para algunos, el “Necronomicón” ha llegado a ser, más allá de lo objetual que pueda representar, un mito con una función análoga a lo que seria el Grial que el caballero Parsifal buscaba con tanto afán, y que condensa la llave para contactar con esa entidad “todopoderosa” e “inefable”. Y aunque Lovecraft no simpatizara con ellos, más bien lo contrario, tanto Sigmund Freud como C.G. Jung explican en sus respectivas teorías (el segundo con mejor acierto que el primero), la base psíquica y antropológica que subyace a esos mundos fantásticos que todos en cierto modo podemos engendrar, para recrear aquello que nuestras mentes no pueden figurar de por sí.

Ateo profeso, y criado en una burbuja sobreprotectora de la burguesía norteamericana, de corte supremacista y racista, H.P. Lovecraft fue irónicamente víctima de ese entorno, pues en él vivió atrincherado. Lógico es que en lo “externo” a ese glóbulo aislante identificara el origen de todos los entes fantásticos que él y su cuadrilla criaron y alimentaron hasta convertirse en un referente artístico.

Lo asombroso y retador es poder traducir al audiovisual, el conjunto de componentes de la pesadilla lovecraftiana, especialmente en aras de conseguir buenos resultados. En primer lugar, y ya como cita el Dr.Llopis, la angustia cósmica, manifiesta en el simbolismo onírico, tiene un origen en la motivación psicológica de rellenar el vacío que deja el ateísmo de Lovecraft. La experiencia del terror que transmite su obra es algo indefinido, aunque presente y real, que cada persona o individuo que quiera hacer de ello una lectura, encontrará una interpretación diferente.

Por ello, ¿quién o quienes se atreverán, o se atrevieron en su tiempo, a recoger el guante de plasmar en celuloide el horror concebido en este estilo? Otras manifestaciones artísticas como la pintura, la música… quizás tengan más fácil establecer una sintonía, pero el cine, que aparentemente ha sido, sobre todo el de corte más comercial, tendente a lo figurativo, ha conseguido hacerse con cierta elegancia con la esencia del terror de Lovecraft, principalmente cuando éste ha sido simplemente una fuente de inspiración: dos ejemplos de ello serían John Carpenter, con “La Cosa del Otro Mundo” (1982); y el escritor Stephen King, del cual no pocas novelas de terror han sido traspasadas, las veces como calco, a la gran pantalla. De modo que el escritor ya actua como filtro o traductor del lenguaje literario de Lovecraft a las exigencias del mundo de la claqueta.

Así, el trabajo hecho en “Necronomicón” (1993), en el que vemos a Yuzna con un peso específico en su proceso, no sólo de dirección, como también de producción, vendría a ser más bien una rendición de culto a Lovecraft, que no un intento serio de adaptación de sus trabajos escritos.
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
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