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Algo amargo en la boca (1969)

Algo amargo en la boca
91 min.
5,8
215
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Sinopsis
Un apuesto joven va a pasar las navidades a casa de unas tías, donde tres mujeres muy distintas reaccionan de manera muy diferente a su presencia. (FILMAFFINTY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
Algo amargo en la boca
Duración
91 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
7
Juan Diego y la extraña familia
Estamos ante el segundo largometraje del director de Zarauz -localidad guipuzcoana que se cita a menudo en los diálogos- y es sin duda la primera obra personal de De la Iglesia, en la que ya aparecen algunas cuestiones recurrentes de su cine, como el sexo, una evidente voluntad de subversión, o el varón como objeto de deseo. César, un joven encarnado por el actor Juan Diego, que muy poco antes había iniciado su carrera en el cine, se va de Madrid para pasar las Navidades con unas mujeres (Maruchi Fresno, Irene Daina) cuyo parentesco nunca queda muy claro, salvo en el caso de su prima Ana (Verónica Luján), y con las que vive una especie de criado, privado del habla (Javier de Campos). El protagonista seducirá a las tres mujeres, y a su vez será seducido por ellas, y en ello la trama se anticipa a un film estadounidense inmediatamente posterior como "El seductor" (The Beguiled, 1971), de Don Siegel.

El guión permite una lectura alegórica -esa casa y esa familia, marcadas por represiones, traumas, fracasos, y por el pasado como refugio permanente, pueden ser España-, especialmente en cuanto al personaje de Maruchi Fresno, un personaje obsesionado por el pasado, que siente un fetichismo evidente hacia el uniforme militar de un novio muerto en la guerra. Es un film muy interesante, con una curiosa secuencia de créditos montada con imágenes de "crismas" de Ferrándiz, y que merece ser redescubierto. Como otros títulos posteriores de este cineasta, "Algo amargo en la boca" sufrió el ataque de la censura de la época. Lógico, pues en sus imágenes, que oscilan entre lo más prosaico y lo más onírico, y en las que se esconde una cierta misoginia, hay una reivindicación de la libido y de la libertad.
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9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Olor a macho
La casa de Bernarda Alba. Los muertos. Los otros. Furtivos. La seducción.
Todo eso. Esas cosas. Estas cosas.
Tal vez la mirada homosexual masculina hacia las cosas de mujeres se concreta en casos como este en una hiperbolización del sexo, obsesivo, voraz y machacón como puro deseo que arrasa con todo, "Fuego en el cuerpo", "La perdición de los hombres"... y las mujeres, ya que probablemente pone en ellas todos sus anhelos y represiones y al ser ellas solo una excusa las disfraza o distorsiona o reduce y las convierte en su portavoz, o también, si se tercia, amiga mía, en portavoza de su propio reconcome, que mis carnes morenas el tigre mucho me come. Suele pasar. Eso me temo y a veces creo que veo.
Según cuentan los expertos más conspicuos, esta película fue masacrada, ven y mira, por la tan terrible censura, treinta cuatro cortes en los que había y cabía de todo, desde desnudos hasta frases sueltas, vale, pero lo que vemos o queda, el resultado mero no puede ser más claro y explícito y exaltado y evidente y sexualmente constante. Por lo tanto, la conclusión no debe ofrecer lugar a la duda que me tumba, es la siguiente, los censores eran mucho más calenturientos y libertinos si cabe, que mira que es difícil, que los propios creadores patrios, por lo que su labor consistía esencialmente en poner más chicha allí donde tanta no había, en quitar lo más prescindible o tal vez recatado e ir siempre al grano, a la paja en ojo o viga ajena, nena. A las pruebas me remito. Seguro. Ni por un segundo lo dudo.
La película es repetitiva, desvaída, difusa y también alicaída, pero en general tiene las cosas claras, las cuenta con garbo y es coherente, llega al final de todos sus planteamientos y cierra de forma necesaria y justa todo lo sugerido o anunciado. No deja títere con cabeza ni nada queda suelto o sin explicación.
La mujer o se casa o se embarca (dentro de su propia casa a cal y canto encerrada), más bien se enclaustra, ya que de lo contrario solo tiene la opción de quedar fuera de la recta moral y las buenas formas, juzgada como mujer muy mala, por lo tanto, o santa boda o tremenda solterona, no hay otra. ¿Y qué hacer con eso tan engorroso e incómodo llamado sexo? O lo encerramos al pobre y nos come vivos todos los mismos adentros como un parásito infeccioso y nunca resuelto o lo cojo como venga y le damos rienda suelta cuando aparezca algún macho y su fuerte aliento de paso, viva Juan Diego. No hay más. Tampoco salida ninguna.
Juan es el diablo, la tentación, la oferta (ante una demanda tan ansiosa), eso en lo que hay que caer de bruces y de lleno para así poder por fin librarte de ello, para calibrarlo en su justa medida y poder renunciar sabiendo lo que te pierdes realmente, que no es para tanto finalmente, o sí, pero te aguantas y te jodes.
Todos están estupendos, excesivos, disparatados, simpáticos, atorados, viciosos, pervertidos. Él es lo peor, un siniestro caradura sin ética ninguna, ellas tal bailan, hipócritas, reprimidas y falsas.
De Madrid a Zarauz y de ahí al mismo cielo.
Ellas viven solas por lo que necesitan un guardián eunuco que las cuide o por lo menos algo las entretenga, un hijo tonto del que poder ocuparse y que no suponga peligro alguno, ni siquiera amenaza (¿metáfora esquinada de un matriarcado que ante el miedo a su propio deseo pulverizador e irrefrenable castra al macho o lo accidenta si se mueve y en la charca primigenia de la jodienda se revuelca y en la mujer despierta lo que más teme y espera; el ataque al hombre como sinónimo del máximo deseo o necesidad de él, vamos, lo de siempre, la vida sin casi máscara, la muerte siempre presente?).
El mundo, el demonio y la carne. Todo junto y revuelto. Ellas ya pasaron por eso y de plano lo rechazaron, ese tráfico de carne, ese mercadeo de sexo, compra y venta, dame todo lo que tenga. Pero lo que dice la película es que no hay manera, el sexo es como una enfermedad, como el alcoholismo o la heroína con su mono, que una vez que lo pruebas, ya estás marcado o manchado, el pecado original, estás ya perdido para siempre, irremediablemente, no hay posibilidad de salvación o pureza jamás, aunque parezca que lo venzas y ya no más lo consumas, volverá, te estará esperando paciente a la espera de cualquier debilidad tuya para atacar de nuevo con más fuerza y ahínco si cabe, desesperadamente, como un funesto kamikaze.
Ellas son muy interesantes. Verónica Luján me recuerda a Emma Cohen de joven, la de "¡Bruja, más que bruja!" y también un poco a la gran Josele Román de siempre, Maruchi Fresno a la Margarita Lozano de "La mitad del cielo"; Jacobo a Jess Franco en "El extraño viaje", Irene Daina a Consul Tura en "Caniche" y Juan Diego al Jorge Sanz de "Belle Époque", aquí estoy porque he venido y a ver qué se me ofrece que todo muy bien me huele.
Tiene momentos de tedio y otros demasiado insistentes en lo mismo o único, pero mejora según avanza y acaba de manera despelotada, eficaz, potente e implacable.
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
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