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La calle de la vergüenza (1956)

La calle de la vergüenza
85 min.
7,9
2.435
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Disponible en:
Suscripción
Introducción - Filmoteca de Sant Joan d´Alacant
Sinopsis
"El País de los sueños", un burdel situado en un barrio de Tokio, atraviesa una difícil situación, ya que el Parlamento está a punto de aprobar una ley que prohíbe la prostitución. Retrato de la vida cotidiana de diversas prostitutas: aquellas a las que las circunstancias obligaron a comerciar con su cuerpo, pero también aquellas otras que intentan abandonar ese medio de vida. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Prostitución
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Akasen chitai (Street of Shame)
Duración
85 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
1956: Festival de Venecia: Nominada al León de Oro (mejor película)
7
La puta calle
Mizoguchi se despide del cine con uno de sus temas predilectos: la prostitución. Comprime el espacio –la calle angosta es el único horizonte del burdel– sin recurrir a la fragmentación (‘Un condenado a muerte se ha escapado’, de Bresson; ‘La pasión de Juana de Arco’, de Dreyer). Abundan los planos cortos y cerrados. La ausencia de aire coincide con la ausencia de futuro.

Un espléndido catálogo nos muestra las edades de la mujer pública: desde la madura –finalizando ya su vida útil– hasta la principiante. Mizoguchi no se recrea en la decrepitud demente de la puta madura, ni en la iniciación, más allá de un gesto tímido, de la puta principiante.

El catálogo, ya digo, es excelente: la madre de familia (con bebé y marido enfermo), la puta descarada, la madre viuda (con hijo avergonzado), la que busca marido, la puta inteligente y sin escrúpulos… ¿Sin escrúpulos?

La única salida de ‘El País de los sueños’ es tomar conciencia de la realidad, el cálculo preciso y el ahorro. El recurso más fiable es el engaño. Si quieren comprarte y no comprar tu libertad de forma desinteresada, déjales que crean que te compran… y luego no te vendas.

– ¿Pero es que no comprendes que te quiero?
– Si de verdad me quisieras, mi felicidad sería suficiente para ti.

Y es que el amor no es posesión ni compraventa de favores.

Aunque una puta se comporte malvada y cínicamente, no es fácil condenarla por ello en un mundo en que las deudas con el proxeneta la mantienen atada a su negocio.

La música... no sé si es estridente o apropiada.

No vemos el cuerpo desnudo de las prostitutas, ni tampoco las vemos en acción. Pero sentimos que son putas en sus ademanes –tan distintos entre ellas– y en la manera de mirar y conversar.

La ausencia de escenas sexuales contrasta con la crudeza verbal de los encuentros: madre puta e hijo avergonzado; padre putero e hija prostituta; estafadora y estafado…

El discurso del dueño del burdel (¿Qué harán las pobres sin nosotros?) asquea por su desfachatez hipócrita y solemne. Lo pronuncia casi de un tirón y sin una sola arruga en la camisa.

===

La moraleja es obvia: las putas van y vienen… pero el puterío siempre continúa.
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71 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
De un modo un otro, tod@s somos prostitutas
Una vez más Mizoguchi se acerca a la mujer con una mirada cercana y comprensiva. En esta ocasión como en tantas otras, las protagonistas son prostitutas... mujeres como las demás pero que en vez de regalar o compartir sus cuerpo lo venden.
La situación de posguerra y la posible ilegalización de la prostitución (que al final se produjo) son temas aparentemente importantes, pero en realidad el drama de toda la vida se superpone y se impone al drama circunstancial.
¿Es mejor ser prostituta que tener un marido? ¿No es el trabajo en general una forma de venderse uno mismo en venta? ¿Es distinto vender el tiempo y la fuerza de trabajo a vender el cuerpo? ¿Es la prostitución algo necesario por el hecho de ser (dicen) la profesión más vieja del mundo?
Estas y otras muchas preguntas vigentes en 1956 lo siguen siendo hoy día. Y la situación de muchas mujeres, niponas u occidentales, prostitutas o madres de familia, ha cambiado tanto de entonces a nuestros días.
No creo que haya una única respuesta, cada uno de nosotr@s debe encontrar sus propias respuestas.
Mizoguchi, como siempre, ya lo hacía en 1936 con su maravillosa Elegía de Naniwa, pone el drama, el buen cine y las preguntas sobre la mesa. Ya es mucho.
Lo demás (la reflexión, el cambio en la mirada y en las actitudes) queda de cuenta del espectador, sea éste hombre o mujer.
¡Ah! Lo olvidaba. Dicen que la hermana pequeña de Mizoguchi fue vendida por sus padres a un burdel... Quizá eso explica algunas de las secuencias finales de la película. Y, sobre todo, la actitud tan próxima a la mujer que sentimos en este y la mayoría de los films de Kenji Mizoguchi.
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24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
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