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Sentencia para un Dandy (1968)

Sentencia para un Dandy
107 min.
5,8
271
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Sinopsis
Alexander Eberlin (Harvey), un insignificante agente del Servicio de Inteligencia Británico, es, en realidad, un espía ruso llamado Krasnevin. Cuando Fraser (Harry Andrews), el jefe del Servicio de Inteligencia Británico, se entera, encarga a sus hombres la misión de acabar con él. Gatiss (Tom Courtenay), un asesino despiadado que desprecia a Eberlin pero que no conoce su secreto, se convierte en su aliado. Cuando el contacto ruso de Eberlin es asesinado por orden de Sobakevich, el jefe del Servicio de Inteligencia Ruso, Eberlin intenta escapar a Moscú pasando por Berlín Oeste. Una vez allí, descubre que no tiene a quien recurrir. Incluso duda de Caroline (Mia Farrow), una alocada londinense con quien mantiene una relación. (FILMAFFINITY)
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Anthony Mann murió antes de acabar el rodaje y fue sustituido por Laurence Harvey, el propio protagonista de este thriller de espías situado en Berlín. Un agente doble ruso, infiltrado durante los últimos 18 años como un espía británico, encuentra que su petición de regresar a casa ha sido denegada. Además todo se complica cuando la inteligencia británica le asigna la eliminación de su contraparte ruso, que es su amigo. (FILMAFFINITY)
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Género
Intriga Espionaje Guerra Fría
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Reino Unido Reino Unido
Título original:
A Dandy in Aspic
Duración
107 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
7
Dandy en gelatina
Último largometraje de Anthony Mann, en el que interviene como director y productor. Muere durante el rodaje y es sustituido por Laurence Harvey (no acreditado). Se basa en la novela "A Dandy In Aspic" (1966), de Derek Marlowe, que escribe el guión. Rodada en panavisión en Londres y Berlín, en marzo/abril de 1967, se estrena el 2-IV-1968 (EEUU).

La acción tiene lugar en Londres y Berlín, en 1967, a lo largo de unas pocas semanas. El elegante Alexander Eberlin (Laurence Harvey) trabaja como modesto agente del Servicio de Inteligencia del RU. Tras el asesinato sucesivo de 3 agentes británicos, Fraser (Harry Andrews), jefe del Servicio, le encomienda la misión de identificar y asesinar a un agente soviético infiltrado sospechoso de los crímenes, del que sólo se conoce el apellido, Krasnevin. Se cree que corresponde al agente Pavel.

La película desarrolla un relato de agentes dobles, falsas identidades y dudosas lealtades, que introduce en una trama densa y turbia de dudas y suspense. La obra muestra la dureza del trabajo del espía, su sometimiento a órdenes inapelables, la desatención de sus iniciativas y solicitudes de relevo, la soledad que le envuelve, la larga duración de sus servicios (el protagonista lleva 18 años en activo), la crueldad de sus intervenciones y la necesidad psicológica de recuperar la propia identidad. El espía es manejado como una marioneta de guiñol, al albur de los vaivenes que experimentan los intereses políticos del país al que sirve. El film contrapone la imagen realista y veraz del agente a las fantasías imaginarias y engañosas de James Bond, sus imitaciones y parodias. Se sitúa, al respecto, junto a "El espía que surgió del frío" (1965) y otros films. La interpretación de Harvey dota al personaje de la frialdad estremecedora que le corresponde. El guión revela muy pronto la condición de doble agente de Eberlin, con el propósito de elevar el nivel de intriga y el tono dramático del relato. La narración está constuida con buen pulso, eficacia y correcta administración del crescendo y el misterio.

La música, de Quincy Jones ("El prestamista", 1964), se basa en una partitura original que incluye acertadas melodías disonantes, de tensión e intriga, a cargo de una orquesta de metal. La fotografía, de Christopher Challis ("Dos en la carretera", 1967), acentúa el pseso de los tonos oscuros (marrones, azul marino, verdes y negros), que estructuran la composición, dan solidez al dibujo y confieren fuerza y calidad plástica a la imagen. Los contrastes claros son de colores cálidos suaves (cremas, ocres), con abundancia de atmósferas brumosas e iluminaciones intensas de fondo. El efecto visual se aproxima al del cine negro americano clásico.

Digna despedida del admirado Anthony Mann, realizador de obras memorables ("westerns", cine negro, cine bélico, suspense y drama), como "El hombre del Oeste" (1958), "La colina de los diablos de acero" (1957), "La puerta del diablo" (1950), "Horizontes lejanos" (1952) y otras.
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18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
La soledad del espía
Interesante película de espías, "Sentencia para un dandy", dirigida por Anthony Mann y, tras el fallecimiento de éste en pleno rodaje, por el propio protagonista, el lituano-sudafricano-británico Laurence Harvey, es una obra curiosa que aprovecha el auge del cine de espias de la década de los años 60 para situarse en una perspectiva no sé si marginal, pero sí diferente, que se aleja del "glamour" y la superficialidad dramática de la saga de James Bond para apostar por una mayor dosis de realismo, de sordidez y de pesimismo.

En efecto, la trama se centra no en un héroe sino más bien en un antihéroe, que es un agente doble (Harvey) que se ve rodeado de soledad y de amenazas, y no cuenta con mucha ayuda por parte de ninguno de los dos bandos que le pagan. En el fondo, hay una reflexión sobre la identidad y la voluntad personal en torno a un personaje protagonista que es, en fin, como la marioneta de los estupendos créditos iniciales, que resumen, de manera figurada, la historia de este largometraje. Podría haberse sacado más partido de la vida de un hombre que simula lo que no es, y que esconde su verdadera identidad: un hombre marcado por la simulación, el engaño y la mentira.

Harvey, con su tupé, su pajarita y sus trajes, no sólo es un "dandy" sino que parece la versión cinematográfica de "Anacleto, agente secreto", y aborda con profesionalidad un personaje envuelto en una moral turbia y ambigua, como ya había hecho en otros de sus trabajos en el cine. En cambio, el personaje de Mia Farrow es un pegote, y no aporta nada a la historia. Destaca un plano en el que vemos de refilón la portada de un disco del entonces marido de Mia Farrow, Frank Sinatra. La banda sonora es buena, pero, en conjunto, no es un título que consiguiese cerrar, con los honores que se merecía, la carrera del estadounidense Anthony Mann.
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2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
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