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Tiempo de morir (1966)

Tiempo de morir
88 min.
7,0
240
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Sinopsis
Después de pasar 18 años encarcelado por la muerte de Raúl Trueba, Juan Sagayo regresa a su pueblo buscando pasar tranquilo el resto de sus días al lado de Mariana Sampedro, su antiguo amor. Sin embargo, los hijos de Trueba quieren vengar la muerte de su padre. (FILMAFFINITY)
Género
Western Drama Venganza
Dirección
Reparto
Año / País:
/ México México
Título original:
Tiempo de morir
Duración
88 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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"Atractivo pseudowestern"
[Diccionario Espasa]
10
HONORABLE MEMORIA HISTÓRICA SOBRE EL HOMBRISMO
En un momento dado, el protagonista de la película, hombre bien plantado que por ser así y matar «hombristamente» se ha pasado dieciocho años en prisión, y de la que ha salido con grandes posibilidades para ser matado, dice esto: «Creo muy poco en lo que veo y de lo que me cuentan nada». Y en otro momento del filme, un gran amigo del mencionado, que yace en una cama quebrado de cintura para abajo confiesa: «A veces no puedo dormir durante semanas y semanas porque no me deja el ruido que llevo por dentro». Ambas reflexiones resumen la tesis de este filme tan crudo y magnífico.

Sin duda, esta película en blanco y negro, es una genial obra cinematográfica, un excelente memorial o lección a mostrar a las nuevas generaciones de jóvenes varones «feministos» y desmasculinizados que en Europa y las Américas abundan hoy en día, educados y programados por una inmensa ola de Marxismo Cultural que con la caída del Muro de Berlín y la supuesta derrota del comunismo está más resucitado, poderoso y embaucador de mentes que nunca antes en la historia: para que sepan lo que es ser hombres «hombristas o machos» (que no machistas) con su idiosincrasia de honor, dignidad, responsabilidad y hombría a la hora de afrontar a los enemigos, a las adversidades y a la muerte.

En resumen, todo un potente filme de Memoria Histórica sobre la Masculinidad y lo Varonil; especie de anamnesis de la que no cabe avergonzarse por más que siniestras, mentirosas y subvencionadas Ideologías como la de Género inunden hoy por hoy el mundo occidental con su degenerada hipergamia, por más que tal desnaturalización enfermiza triunfe de la mano de la cobardía (lo políticamente correcto), por más que las «hembristas y los feministos» acribillen al hombre, varón, «hombrista» y masculino por la espalda (ya que de frente ¡no hay ni ovarios ni cojones!).

Fej Delvahe
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14 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
El jinete
'El cine le aporta a la novela una influencia técnica, enriquece la manera de contar' afirmaba el mítico literato colombiano Gabriel García Márquez en la Revista Semana un marzo de 1991. Su fascinación por el cine, por Akira Kurosawa y, obviamente, por escribir, lo llevó a convertirse en guionista de numerosas producciones sudamericanas mientras mascullaba 'yo jamás seré director'. Una de esas producciones viene de México, es un wéstern y se llama Tiempo de morir, cuya trascendencia ha influenciado, a nivel temático, a la novela policíaca que publicó en 1981 titulada Crónica de una muerte anunciada tratando, al igual que la película de Arturo Ripstein, conceptos como la búsqueda de la verdad, el destino, el honor, la muerte, las supersticiones y la venganza.

Arturo Ripstein, mexicano de nacimiento y naturalizado español, filma, con exquisita sensibilidad y virguería técnica, la leyenda de Juan Sáyago (Jorge Martínez de Hoyos), un exconvicto que, tras ver pasar dieciocho años de su vida entre cuatro paredes, vuelve a su hogar, una pequeña aldea de la Colombia independiente del s. XX con vistas a un futuro reconciliador perturbado por las inquebrantables fuerzas del pasado sometidas por el honor y la venganza de los hombres.

'Cuando la leyenda se convierte en hecho, se imprime la leyenda' decía John Ford a través de los labios de Carleton Young en El hombre que mató a Liberty Valance (1962), desmitificando un género impasivo ante las frías garras de un crepúsculo inminente. Pappy destruía, así, un género. Su género, con una sola afirmación. Es, aquí, cuando Ripstein refuta el argumento de El hombre que inventó América consolidando, en su película, algunos de los motivos más emblemáticos del wéstern clásico, reviviéndolo, como la figura del héroe, de imposible redención, en busca de la forja de un hogar donde vivir en paz y libertad (La venganza de Frank James de Fritz Lang o Centauros del desierto de John Ford, 1940 y 1956 respectivamente, son ejemplos de ello), así como la inspiración de un destino manifiesto y la iconografía propia de las películas de vaqueros. Pero también agrega fundamentos propios del wéstern revisionista de la década de los 60; toma del wéstern crepuscular la figura del héroe atormentado, cansado y resignado en un mundo donde los antiguos valores están señalados por una desaparición inminente (aquí, se engloban bajo la concepción del 'macho', bajo la hombría). Pero no solo del crepúsculo bebe el mexicano. Corre 1966, y ya han nacido obras magnas del spaghetti western como La trilogía del dólar de Sergio Leone (1964 - 1966), donde los valores del subgénero fueron hiperbolizados desde el Vera Cruz (Veracruz) de Robert Aldrich (1954), inspirando a Ripstein para la estética sucia que recorre Juan Sáyago, antihéroe que, a pesar de todo, es la auténtica definición del charro sudamericano. Duro y rudo, envuelto en una historia de violencia (explícita aquí, síntoma de su condición crepuscular, evitando el naturalismo del spaghetti western) asentadas en los temas primordiales que convirtieron a Clint Eastwood en leyenda, como la venganza y la muerte, siempre medidas por la moral (o la ausencia de ella) de su protagonista y resueltas a través de un duelo final que define su futuro inmediato. Por último, el carácter fantasmagórico, de ente sobrenatural indestructible (afirman, en la película, que a Juan Sáyago 'no le entran las balas') también es tomado del ideario de los wésterns mediterráneos protagonizados por Eastwood, y que el propio Eastwood llevó a terrenos inspiradoramente fantásticos en su primera etapa cinematográfica como director desde películas como Infierno de cobardes (1973) o El jinete pálido (1985). Es bajo esta armónica convivencia generacional que nace, en el seno de Colombia, uno de los mitos más poéticos del wéstern moderno: Juan Sáyago.

Ripstein no se recata en mostrar alegremente todas estas influencias a través de numerosas técnicas cinematográficas y narrativas. Al igual que en la ya mencionada Centauros del desierto, esa obra imperecedera de valor inexorable con la que Ford disparó a los corazones del mundo entero, Tiempo de morir arranca con un cuadro dentro del cuadro intermediado por una puerta que se abre. Se abre y observamos a Juan Sáyago caminar, en andares de resignación, hacia el horizonte, rumbo a casa. Mientras camina, la puerta se cierra y, a través de los barrotes de su celaje, el plano se fragmenta atrapando al personaje en una cárcel metafórica símbolo de la derrota y la pérdida que le han brindado los dieciocho años de reclusión. En Centauros del desierto, Ethan Edwards (John Wayne) volvía, envuelto en el mismo halo de derrota y pérdida, a casa, tras el fracaso del bando confederado durante la Guerra de Secesión, buscando la paz y la libertad características de los protagonistas del wéstern clásico. El destino hace imposible la redención de ambos una vez desarrollados los personajes y sus trasfondos. Este plano se repite con la llegada de Juan Sáyago a su hogar, en ruinas por el paso de los años, que pretenderá reconstruir, al igual que Ethan con la imperturbable búsqueda de Debbie (Natalie Wood), para poder vivir en paz hasta el fin de sus días.

Otro motivo típico del wéstern, aunque más anecdótico, es la acción del protagonista atravesando la frontera en el arranque de la película, recurrente en wésterns de la década como Duelo de titanes (John Sturges, 1957) o Los valientes andan solos (David Miller, 1962) con los que se anuncia que la civilización y la ley han llegado, situándonos en los últimos años del Salvaje Oeste frente al pionerismo en las historias del wéstern clásico, manifestando la ambientación histórica de la película desde el inicio. De la misma forma, durante el regreso a casa, la muerte se anuncia en forma de cruz sepulcral donde Juan Sáyago se para, nosotros con él, para prenderse un cigarro, haciendo así toda una declaración de intenciones sin que todavía haya pasado nada...
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