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La eternidad y un día (1998)

La eternidad y un día
130 min.
7,5
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Sinopsis
Cuando a Alexander, un escritor griego, le quedan pocos días de vida, necesita resolver un dilema: morir como alguien ajeno a los demás o aprender a amarlos y a comprometerse con ellos. Elegida la segunda vía, lee las cartas de Anna, su esposa fallecida, y cierra su casa en la playa. Un día lluvioso, encuentra a alguien que le ofrece la oportunidad de cumplir su compromiso: un niño albanés al que ayuda a pasar la frontera mientras le cuenta la historia de un poeta griego que vivió en Italia y que, al regresar a Grecia, compraba las palabras olvidadas para escribir poemas en su lengua natal. Entonces el niño juega a buscar palabras para vendérselas. (FILMAFFINITY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Grecia Grecia
Título original:
Mia aioniotita kai mia mera (Eternity and a Day)
Duración
130 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Grecia-Francia-Italia;
Links
Premios
1998: Cannes: Palma de Oro, Premio del Jurado Ecuménico
8
Avanzando hacia la eternidad
Alexandre ha elegido su particular manera de despedirse del mundo. En lugar de enterrarse entre las frías e impersonales paredes y el hálito de miserias de un hospital, va a lanzarse a la ventura por la niebla, la nieve y el invierno de su presente para regresar a la playa luminosa de su pasado.
Atesorando innumerables recuerdos, rindiéndose a la magia de su amor perdido, y a la evocación de tantos momentos que se marcharon, tragados por el tiempo... Alexandre vaga por la ciudad sumido en el hechizo de las palabras y de las imágenes de la ciudad actual difusa en el etéreo grisáceo de la niebla, que a veces se diluyen para dar paso a unos días ya enterrados en la memoria, días de sol y mar azul. Y Anna. Y la pequeña Katerina. Y su madre.
Como suele ocurrir, las soledades se atraen y se buscan. Alexandre, sin rumbo, se cruza con un pequeño inmigrante ilegal albanés que se sustenta limpiando parabrisas de coches en los cambios del semáforo. El niño no ha perdido aún la luz de sus ojos limpios. Su necesidad y su dulzura atraen como un imán el frágil corazón adulto. A partir de entonces, niño y hombre deambularán juntos sabiendo que uno de ellos camina hacia la muerte, y el otro hacia la vida.
Alexandre le habla de un poeta decimonónico que compraba palabras a la gente. Cada vez que alguien le enseñaba alguna palabra nueva, él pagaba y la anotaba en su libreta para componer un poema que nunca llegaba a acabarse.
Lo que Alexandre no dice fue que él era ese poeta, aunque no hace falta. El niño lo sabe y le vende algunas palabras para su poema inconcluso.
Y de este modo, uno y otro se acompañarán durante un día tocado por una superficie ordinaria, dura, dulce, resignada; y por una esencia que quizás esconda en sus revueltas el secreto de la eternidad.
La eternidad en las miradas. En la sonrisa pura y plena del pequeño desamparado que no tiene a nadie más que a un hombre moribundo. En los acordes de una canción que Alexandre atesora. En el cabello rizado de Anna, y en su piel cálida. En el carrito de su hija recién nacida cubierto por un mosquitero de gasa blanca. En la melancolía de su madre. En la casa de la playa. En el camino de tablas que conduce al mar.
-Una vez te pregunté: ¿Cuánto dura el mañana?
-La eternidad y un día.
Angelopoulos crea auténtica poesía sobre el ocaso de una vida.
Un poema compuesto de imágenes que a veces acarician, a veces golpean, y en las que el tiempo fluye despacio. Planos fijos, flashbacks, escenas que en su aparente intrascendencia tal vez oculten la fórmula de la belleza, y también de la dureza, de las pequeñas cosas.
Un poema compuesto de palabras con las que despedirse de unas horas que se escapan, de las horas de una vida entera. Con las que continuar (ya que no cerrar) esa oda que nunca pudo concluir.
Y un poema compuesto de una música que se agarra al alma y que también habrá de acompañarle en su viaje.
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75 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Exiliado de sí mismo
Para todo aquel con un poco de sensibilidad, una mínima capacidad para la empatía y una cierta capacidad introspectiva puntuar con un diez esta película resultará inevitable por muy variadas razones. El visionado de esta película me ha obligado a mí mismo a prometer esmerarme en la redacción de esta crítica, creo que es lo menos dado el apego que siento hacia la pequeña gran comunidad que configuramos y las sensaciones que ha despertado en mí este hermoso film de Angelopoulos.

Desde el mismo comienzo el director lleva a cabo un despliegue de lirismo apabullante (creo que es la película más equilibrada de Angelopoulos que he visto): una banda sonora hermosa y delicada que se une a un esmerado tratamiento de la fotografía y los planos largos; un montaje que pronto se descubre como una verdadera maravilla. Esto ya es con todo derecho un clásico, porque llega con facilidad a lo más profundo del alma y combina un genial guión con un trabajo técnico increíble (hay que ver las simetrías como están trabajadas, no había visto algo igual desde Visconti). Es una obra maestra con todas las letras.

A partir de aquí hago un análisis crítico del argumento que seguirá en el spoiler:

El lugar donde transcurren las imágenes del pasado (la casa de playa) simboliza la memoria individual y la pérdida de ésta en la infinidad de pequeños universos microscópicos (realidades individuales) que componen el universo macroscópico. La destrucción de la casa de playa encargada por su hija y el marido de ésta no significa más que el choque generacional, la rotura del legado oral-familiar y el fin de la propia vida de Alexandre (el protagonista) y de sus oportunidades para hacer algo diferente con su vida. Trata de darnos una idea de la fugacidad de las vidas y de lo que éstas traen consigo.

En el filme podemos ver (paralelamente) una crítica a las mafias que se sirven de los seres humanos como mercancía para la explotación, en este caso niños. En cierto modo representa una cierta crítica a la sociedad occidental que da la espalda a estas realidades (el comportamiento de Alexandre es un reflejo de la hipocresía de ésta porque, en cierta manera, está tratando de ayudar al niño para redimirse a sí mismo dado su sentimiento de culpabilidad).

El director, como siempre, no perdona referencias a la Historia y la memoria de Grecia. Nos presenta al poeta comprador de palabras allá por el siglo XIX, mientras los griegos trataban de liberarse del yugo otomano, como un símbolo claro de que uno no es por necesidad de allá donde nace o allí donde sus raíces lo llevan; la identidad, misma esencia de la vida, no es algo que pueda ser comprado. Uno tiene que estar dentro del mundo en que vive para no ser allá donde está un extranjero, lo cual significa interactuar de un modo directo con los elementos que lo componen y le rodean.
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