En el curso del tiempo (1976)

Cuando acabas de ver una película no convencional es difícil exponer por escrito lo que te haya podido transmitir. Creo que el tema está explicitado ya en el título, lo cual es de agradecer, porque la película en sí no ayuda precisamente. Personalmente procuro no leer comentarios previos para no ser influenciado por lo que piensen otras personas. Más que nada para ver como haciendo el comentario “a ciegas” coincido o no con el resto de las opiniones.
El metraje de casi tres horas me parece excesivo para la historia que cuenta. La poesía es condensación, es decir lo máximo con el mínimo de medios, es una perla y no un peñazo de caliza, aunque ambas sean carbonato cálcico.
¿De qué va la película? Pues no lo sé con certeza. Aventuro que trata sobre el fundamento del mal que es el deterioro termodinámico irreversible que supone el tiempo. Ser y tiempo, existir, con los corolarios casi inevitables de la soledad y la desolación constitutivos de la existencia. Dos personajes en un viaje sin principio sin fin. Uno dice: “Yo no soy. Yo soy mi historia”. Acuden a los orígenes, a la casa del padre de uno y de la madre del otro, en retornos donde ya no existe nada de lo que fueron. Todo es tránsito, incluidos los físicos de las heces en la defecación y del semen en la masturbación, en viajes a ninguna parte. Uno proyecta películas por los pueblos, tiempo congelado y repetición de situaciones sin fin en las películas pornográficas. El padre del otro tiene una rotativa para un periódico que ya no tiene nada que transmitir. Se encuentran con un personaje que acaba de tener un accidente de tráfico en el que muere la mujer, el cual en un momento dado dice:”solo existe la vida, no existe la muerte”. Creo que el comentario de que la cruz de malta del proyector, transforma el movimiento rotatorio en movimiento de traslación de 24 imágenes por segundo confirma el papel del tiempo en esta película.
Debe ser complicado hacer una película sobre un tema de Heidegger y Sartre. Quizás por esto no me acaba de convencer. Si es sobre la desolación y la soledad me gustan más su Paris-Texas” o “La última película” de Bogdanovich, donde había una infraestructura dramática que soportaba las ideas a transmitir, anécdota o historia ausente en esta película. Si es sobre viajes me gusta más que “Easy rider” de Hopper. Con las tres creo que guarda notables similitudes. Y hasta cierto punto, también con “Viaje a ninguna parte” de Fernán-Gómez.
Nada que opinar sobre los aspectos técnicos.

Las películas que no saben de qué van, ni sabes de qué van, son las mejores. Son como la vida: extrañas. Mientras las ves, las vives, las piensas, y si tienes suerte, las sientes. Vamos, como la vida misma.

Win Wenders exploró en su primera etapa seria, más allá de sus primeros intentos con la cámara, un tipo de cine –lo podremos encuadrar, si queremos, dentro de las "road movies"–, que buscaba entender la existencia en sí; la búsqueda humana de su condición, generalmente en almas solitarias o descarriadas, mediante el significado de sus propias experiencias dentro de un contexto que les resulta anodino, calamitoso, e incluso, y sobre todo, absurdo. El paralelismo entre la forma y el fondo es evidente, por tanto. El cine se aprovecha como medio para descubrir las tristezas y alegrías de una serie de vidas que, desgraciadamente, o no, pueden, o podrían, ser las nuestras.

Suele aparecer una característica común a todos estos personajes: el de un pasado que marca las desavenencias del presente. Cómo olvidar a Harry Dean Stanton en "Paris, Texas", culmen de lo aquí citado, llegando por esa vía de tren que no se sabe de dónde viene ni a dónde va. Se nos propone acompañar a alguien en un viaje sobre el él, sobre el tú, debiendo resolverse en un trayecto intelectual del yo.