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El sol del membrillo (1992)

El sol del membrillo
139 min.
7,4
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Escena
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Sinopsis
Ésta es la historia de un artista (Antonio López) que trata de pintar, durante la época de maduración de sus frutos, un árbol —un membrillero— que hace tiempo plantó en el jardín de la casa que ahora le sirve de estudio. A lo largo de su vida, casi como una necesidad, el pintor ha trabajado sobre el mismo tema en muchas ocasiones. Cada año, con la llegada del otoño, esa necesidad se renueva. Lo que el artista no ha hecho nunca en su pintura del árbol es introducir entre sus hojas los rayos del sol. Desde el estilo que le es propio —un estilo que parte de la exactitud— esa tentativa posee una gran dificultad, se revela, según las circustancias, casi como una imposibilidad. En esta ocasión decide afrontarla. Pero lo hace como es habitual en él, con una tensión razonable, sin perseguir siquiera el acabado del cuadro, sin otro afán que permanecer unas semanas junto al frágil y generoso árbol. La película da cuenta de esta experiencia y, a la vez, de todo aquello (el paso de los días, la rutina cotidiana de personas y cosas...) que gravitan sobre esa casa y ese jardín. Un espacio y un tiempo —otoño de 1990— donde el artista trabaja y los frutos del árbol llegan al momento de su máximo esplendor. Cuando el invierno empieza a anunciar su llegada, los membrillos maduros, al caer de las ramas, ponen punto final a la labor del pintor, iniciando en tierra el proceso de su descomposición. Es entonces cuando, en la noche, el pintor nos cuenta un sueño. (FILMAFFINITY)
Género
Documental Biográfico Pintura
Dirección
Reparto
Documental
Año / País:
/ España España
Título original:
El sol del membrillo
Duración
139 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
1992: Festival de Cannes: Premio del Jurado y Premio FIPRESCI
1992: Festival de Chicago: Hugo de Oro - Mejor película
7
Intentando parar el tiempo
Víctor Erice es poseedor de una de las filmografías más cortas en número pero más consagradas del cine español. No extraña para nada que “El espíritu de la colmena” y “El sur” estén las listas de los mejores filmes españoles de todos los tiempos.

“El sol del membrillo” es un documental experimental al margen de reglas. Cine de autor puro y duro, de arte y ensayo, que explora terrenos fílmicos a los que pocos o nadie se ha asomado. Erice se acerca a este estilo para explorar la imposibilidad de retratar lo efímero, de detener el paso del tiempo. Lo hace a través de un pintor, Antonio López, que desea retratar en un cuadro el apogeo de los membrillos, tarea imposible por las condiciones metereológicas que acompañan la llegada del invierno.

Desde un punto de vista técnico Víctor Erice abusa de planos detalles, utiliza el sonido ambiente y no introduce música no diegética hasta el desenlace. También está repleta de encadenados sobre la misma posición de cámara para mostrar la evolución del trabajo del artista a modo de elipsis.

Es cierto que no es cine convencional, que para algunos se puede convertir en un ejercicio de pedantería y vacuidad, de cine aburrido indigerible. Pero tiene detalles que dejan fascinado, sobre todo los invitados que se introducen en el trabajo del artista para añadir paralelismos y profundidad a la cinta.

Al igual que uno de los invitados renuncia a la foto de Conchita, Antonio López renuncia a su trabajo. También esos obreros que realizan una reforma en el estudio enfatizan la destrucción / construcción de toda "obra". O ese cierre de la puerta ligado al final del trabajo del pintor.

Como sucede en la también recomendable y más corta "Tren de sombras" de José Luis Guerín, los terrenos en los que se introduce Erice atentan claramente contra el cine de entretenimiento y también contra de los nueve primeros mandamientos de Billy Wilder: no aburrirás. Para aquellos que no nos hemos aburrido, aunque sea parcialmente, como ha sido mi caso, apreciaremos mejor la película.
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58 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
EL UNIVERSO EN UN PATIO
Erice acompaña a Antonio López en el intento de pintar un árbol que plantó en su patio cuatro años atrás.
Aunque el pintor se ayuda con procedimientos de precisión (plomada, compás, regla y escuadra, marcas en hojas y ramas), varios inconvenientes dificultan la tarea. El peor, un otoño metido en aguas que permite pocas sesiones de pintura.
El lienzo es aparcado y da paso a dibujos, con igual precisión rigurosa y apasionada.
En paralelo, unos obreros polacos reforman la casa. Otra forma de trabajar con la materia y transformar el espacio.

A unos visitantes chinos, el pintor explica que no importa un cuadro inacabado. No lo entiende como un fracaso: lo que él quiere es estudiar el árbol, el bonito membrillero; estar cerca, admirar la iluminación del sol a cierta hora en los frutos rugosos.
Otras visitas llegan, los amigos habituales, que Antonio López consideró imprescindibles para lo documental, junto con los familiares. Enrique Gran, el más asiduo, da abundante conversación, sobre los viejos tiempos en Bellas Artes, los profesores (esas enseñanzas lapidarias que al final se quedan: “¡Más entero, López”!), la bohemia de los cafés…
Esta condición de abrir la película a familiares y amigos, que irrumpen sin guión, pero tampoco con total espontaneidad, complica bastante el manejo del ritmo. Sin embargo, Erice lo aceptó, pues no tenía planteamiento previo.

El director se acerca a diario con un equipo reducido, buscando no interferir los acontecimientos que descubre al tiempo que los filma. Es tan discreto que, se diría, el aliento de por sí lento y pausado entra a veces en apnea, y los sucesos quedan suspendidos. Usa muchos planos fijos y una sintaxis elemental, que incluye sonido directo: ladridos, trenes de la estación cercana, boletines de noticias, conciertos en la emisora clásica…

La película, excelente aproximación al fenómeno concreto de la pintura, es algo más que un documental. Al ahondar en el proceso de creación y conocimiento de lo visual, emprende un movimiento reflexivo, una sutil meditación en imágenes.
Una escena se repite. Al llegar la noche, el edificio Torrespaña iluminado domina la ciudad. En las ventanas de rascacielos y bloques parpadean al unísono televisores, sincronizados en el mismo programa, las mentes de los usuarios también sincronizadas como un ejército. En su rápido crecimiento, tales barriadas engullen a los pueblos de los alrededores, a las colonias de casitas en una de las cuales, contra corriente, el pintor se obstina (¡bicho raro!) en conocer directamente la realidad, usando sus propios sentidos para contemplar ensimismado con qué belleza el sol ilumina rincones de su patio. No renuncia a conquistar ese disfrute, no se resigna a que se lo retransmitan por TV.

Con independencia de que la pintura de López guste, es de reconocer cierto heroísmo en su forma de vivir. Para atestiguarlo, Erice creó este singular poema fílmico, de enorme influencia en el actual auge del género en España.
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46 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
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