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Tarde para la ira (2016)

Tarde para la ira
89 min.
6,9
36.487
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Sinopsis
Madrid, agosto de 2007. Curro entra en prisión tras participar en el atraco a una joyería. Era el conductor, y el único detenido por el robo. Ocho años después sale de la cárcel con ganas de emprender una nueva vida junto a su novia Ana y su hijo, pero se encontrará con una situación inesperada y a un desconocido, José.
Género
Thriller Venganza Crimen
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
Tarde para la ira
Duración
89 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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Premios
2016: 4 Premios Goya, incluyendo Mejor película y director novel. 11 nominaciones
2016: Festival de Venecia: Mejor actriz (Ruth Díaz) (sección Orizzonti)
2016: Premios Ariel: Nominada a Mejor película iberoamericana
2016: 5 Premios Feroz, incluyendo mejor drama, director y guión
2016: Premios Gaudí: Nominada a Mejor fotografía
8
A la altura de los mejores thrillers internacionales
Yo, que tanto me meto con el cine español, me pongo a los pies de Raúl Arévalo. Si sabe mantener el nivel mostrado aquí, estamos ante un cineasta que va a marcar el cine español de los próximos años. Un thriller que me recuerda mucho al que el mismo Arévalo protagonizó "La isla mínima" con personajes profundos, complejos, bien dibujados, sin trampas de guión, con magníficas localizaciones que dan a la película una personalidad propia, una banda sonora a la altura, y unos actores de diez.
Raúl Arévalo es el propio guionista y escribió la historia pensando en Antonio de la torre y en Luis Callejo para protagonizarla, creando unos personajes que encajaban como un guante en los actores que iban a darlos vida.
En el aspecto actores, mención honorífica para Manolo Solo con un personaje que, a priori, iba a ser el más complicado de que encajara en un thriller, dado que aporta los momentos, digamos, cómicos de la historia, pero lo solventa a las mil maravillas.

Para ser su primera película, caray como domina la cámara, talento innato. Esos planos introspectivos sobre el carácter y las motivaciones personales de cada personaje, están a la altura de muy pocos directores. Por no hablar de la atmósfera personalísima y asfixiante de la película.
El nacimiento de la ira, y su transformación en venganza. "Tarde para la ira" lleva al cine lo que Gabriel García Márquez creo para la literatura con "Crónica de una muerte anunciada".

Para mí, que no veo mucho cine español, lo admito, es la mejor cinta patria del año y no tiene nada, pero absolutamente nada que envidiar a los mejores thrillers internacionales.
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213 de 266 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
CLÁSICO INMEDIATO
En la sala de cine ya sentí, como todo un mérito mayúsculo, que Tarde para la ira me estuviera emocionado antes de que ocurriera algo especialmente conmovedor, que lo estuviera consiguiendo por la simple belleza de su autenticidad. Un placer epidérmico que me llegó desde el principio de un modo espontáneo y natural. Y salí del cine con la intención de buscar información sobre ella. Supe entonces que una de las razones del aroma especial de su textura era resultado de una opción estética intencionada: la decisión de filmarla en celuloide (en peligro de extinción), tal y como hacen, con el de 35 mm, Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Christopher Nolan o J. J. Abrams, principales líderes de la resistencia contra el imperio digital. Arévalo había elegido el Super 16 mm. Cuando este ancho de película, más “barato” y manejable, se pasaba a 35 mm para su exhibición en salas comerciales, dejaba un granulado especial, y este efecto justamente era el que de un modo completamente deliberado estaba buscando el director para su impecable debut. Uno de los pocos laboratorios de revelado de Super 16 mm se encuentra en Rumanía, de modo que las latas con el material filmado estuvieron volando en continuas y peligrosas idas y venidas. Y como el metro de película estaba costando un dineral todo el mundo tenía que estar especialmente afinado y concentrado a la hora de rodar. En fin, un acierto de Raúl Arévalo, pues ese toque vintage y amateur, ese tamiz granulado de luz plomiza, había merecido la pena y caló inconscientemente en muchos de los que éramos espectadores desprevenidos.

No pretendo que los demás compartan mis gustos (“el gusto es mío”), pero sentí sin proponérmelo que, al igual que esas canciones que a la primera empapan de placer nuestro cerebro, conectaba al instante con mis sensores del equilibrio estético: estuve a punto de la lagrimilla sin que aún hubiera sucedido nada dramático y fui consciente de que me emocionaba por la belleza de su factura descuidada, por el temple enérgico de su sencillez, por el pulso intenso de su ritmo, de sus diálogos, de sus silencios, de su verdad.

Considero todo un meritazo que una película de atmósfera sórdida, sucia, violenta… una película que se desenvuelve en los ambientes cutres de nuestras barriadas, en los ambientes de nuestros rancios usos y costumbres de clase media baja, de la ordinariez de nuestros bares, de nuestras charlas vulgares, nuestras pintas chabacanas, nuestras rumbitas castizas… sí, considero todo un meritazo que una película así no caiga ni en la horterada, ni en el costumbrismo cañí, ni que tampoco caiga en el simple entretenimiento de acción violenta ni en las poses del realismo social comprometido.

Tras un impactante comienzo y un buen tramo pausado de calma posterior (en el que anida una extraña tensión), la película evoluciona hasta convertirse en una especie de road movie mesetaria (no es precisamente glamuroso el pueblo segoviano de Martín Muñoz de las Posadas) empapada de mala sangre. Me llaman la atención algunas críticas que sólo la califican de interesante. La película es sobresaliente, mama de la esencia más turbadora de nuestro cine negro, y si la hubiera firmado Peckinpah, Eastwood, Kitano o Cronenberg, esos mismos críticos prejuiciosos elevarían a este western crepuscular castellano a la categoría de obra maestra.

Sin moralinas, sin exhibicionismos, sin sermones, sin bonitos encuadres, sin cuidadas simetrías, sin estudiados claroscuros, sin oxigenantes perspectivas, sin acción trepidante, sin alardes de ningún tipo… la película me estaba llegando por la simple maestría de su punto de vista y el equilibrio contundente de su autenticidad sin imposturas.

Seguramente también me emocionó porque en la oscuridad de la sala fui consciente de que estaba disfrutando de un “clásico” instantáneo del cine español -por adelantado, sobre la marcha, en un jodido vis a vis- sin tener que esperar para desencadenar esa certeza a la libertad provisional de futuras valoraciones.
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