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Climax (2018)

Climax
95 min.
6,6
10.019
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Premios
2018: Festival de Cannes: Art Cinema Award: Ganador Quincena de Realizadores
2018: Festival de Sitges: Mejor película
2018: Méliès d'or (Mejor película)
8
Hasta el Fondo
La sutileza salvaje es la norma desde el principio: nunca nos van a dar un puñetazo, pero sentirás mil pinchazos en la espalda baja.
Una (casi) blancura infinita deja paso a la revisión de un casting que tú estuvieras organizando, con vídeos de jóvenes ambiciosos, atléticos, arriesgados, rompedores, inconformistas, que "no son como los demás", que "intentan transmitir un sentir particular" y demás bla, bla, bla, hablando de mucho sin añadir nada más.
Poco saben ellos que ese televisor por ti observado está cercado entre Luis Buñuel, Dario Argento, Émile Cioran y demás creadores, que sí bordearon el abismo para decir algo más, creando un legado donde el verdadero sentimiento nunca surgía de la comodidad.

'Clímax' es justamente por eso la desintegración de la comodidad, o un averiguar a qué sabe la entrega absoluta.
Una película "orgullosamente francesa" que conjura un templo pagano sobre los deseables, tonificados, poderosos cuerpos de sus bailarines, y les une en una plegaria de extremidades sincronizadas, posturas sobrehumanas o impulsos sin adulterar.
Se basa en unos hechos reales del 1996, y no hace falta que me lo jure el mismísimo Gaspar Noé: yo estuve allí, porque él me ha metido el sentir en vena.

Mensaje no hace falta, ni contexto tampoco, aunque quien los quiera ver allá que se lleva alguna frase intelectual, destacando la apenas entrevista en el inicio para que te pases los siguientes minutos buscando; si es que eres de esos para los que un sentir arrollador no es suficiente.
En este internado abandonado cercado por el invierno se podría hablar de una generación perdida al hedonismo perezoso, siempre mirándose el ombligo fingiendo que conectan con algo, podrían estar hablándonos del progresivo colapso social que a nuestra capacidad de empatizar va matando... pero no, solo charlan varios chicos y chicas, obsesionados con follarse ese culito o montar esa tableta, y puede que ahí esté parte de la provocadora gracia.
En la pista no existen esos antojos sucios y banales, sino más bien un éxtasis dionisíaco en el que es difícil desencajar, y lo único que merecería la pena comprobar es si esa electricidad puede convivir con nuestra compulsiva naturaleza, autodestructiva y preñada de culpa pese a todo lo que queramos esconderla (de hecho, si de algo sirve el niño invitado a la jam, aparte de para temer por su integridad, es para ser un fiel termómetro emocional de todos esos hipócritas que se muestran dulces al verle llegar).

La mirada de la cámara, obsesiva e invasiva, es la mejor aliada para traspasar esta experiencia fuera de la pantalla: siempre en movimiento, siempre atravesado pasillos, siguiendo a Selva desde su espalda, una monumental Sofia Boutella, en interminable odisea por el filo de una cordura que se desvanece cuanto más se intenta aferrar a ella.
Fantasmas sombríos con la cara de (des)conocidos se deslizan por las esquinas de su percepción, bosques pintados en la pared se antojan escapatorias del intenso neón rojo, y llega un momento en que la orquesta de gritos, gemidos o lamentos se vuelve lógica en si misma, siendo el orden de un caos que alcanza sentido porque, según su charla, ¿es lo que todos querían expresar?
Me voy a callar cuál es la amenaza desconocida, pero solo mencionaré que, si decides entrar en el cine y la propuesta, tú también temerás qué nuevos horrores sin careta social te vas a encontrar a cada esquina, yendo de la mano de Selva.

Lo queremos todo, siempre hemos querido todo lo que nos han enseñado, en sus omnipresentes obras maestras, nuestros creadores.
La lujuria, la rabia, la excitación, la libertad y... también la satisfacción tras haberlo conseguido.
Pero tenerlo todo prolongado durante tanto tiempo asegura una dura realidad cuando en algún momento dejamos de tenerlo: una simple idea que Noé ilustra con su truco más cruel, habiéndonos concedido los créditos finales durante atracones de música y baile, privándonos así de recuperar el aliento tras el súper polvazo de hora y media.

¿Y qué pasa si se acaba la fiesta?
Que nos parece mentira que alguna vez hayamos perdido tanto la cabeza.
Tal vez por eso nos hemos acostumbrado a mirar el clímax desde la distancia, y aceptar que su desvanecimiento del "yo" no dura nada.

Aunque a veces, como muestra esta experiencia, sepa a gloria perderse en la profundidad de lo que nos mata.
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116 de 161 usuarios han encontrado esta crítica útil
3
Absoluta indiferencia
Esperaba con ganas la última chaladura de este director francés, de hecho estuve a punto de ver Clímax en el cine. Hoy la vi en la comodidad de mi casa y agradecí que así fuera.

Se supone que Noé nos va a volar la cabeza con imágenes retorcidas, personajes violentos y música atronadora, pero Clímax es agua de borrajas. Creo que sólo podría impactar a alguien que no haya visto anteriores obras de este señor o alguien que aún crea en los reyes magos.

Empezamos perdiendo el tiempo con 10 minutos de una especie de entrevistas a los bailarines que no aportan literalmente nada. Luego viene un baile curioso pero que no es ni la mitad de espectacular que lo pintan algunos. A continuación se suceden varias charlas por parejas en las cuales sólo se habla de sexo, Noé nos deja bien claro que al negro le va por detrás. Bien. A eso ya llevamos casi media hora, todos van muy mamados de sangría y a eso de los 50 minutos (sí, 50 minutos ya) empieza la supuesta locura.

¿Pero cuál es el problema?

Que todos estos individuos me traen absolutamente sin cuidado.

Por lo tanto los 40 minutos restantes no son más que gritos, giros de cámara y estupideces varias de unos personajes irrelevantes. ¿La van a palmar por la droga o se acabarán matando entre ellos? A quién le importa. A mi desde luego hace mucho rato que no. Todo es un esfuerzo en balde por querer impactar o resultar incómodo, pero lo único que consigue es aburrir.

En positivo me quedo con los planos secuencia y alguna música. Pero qué decepción. Eso sí, los bailarines estos mueven los brazos que da gusto.

Lo mejor: el uso de la cámara y la música lo son todo en esta película.

Lo peor: es más inofensiva e irrelevante de lo que se piensa.
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127 de 185 usuarios han encontrado esta crítica útil
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