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Cuento de otoño (1998)

Cuento de otoño
111 min.
7,3
5.175
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Sinopsis
Isabelle y Magali son dos amigas que viven en un valle de la Provenza. Isabelle se ha empeñado en casar a Magali, que está viuda y se ha quedado sola tras la marcha de sus hijos, razón por la cual recurre a los anuncios por palabras. (FILMAFFINITY)
Género
Romance Drama Amistad Drama romántico
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
Conte d'automne
Duración
111 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
Cuentos de las cuatro estaciones de Rohmer
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Premios
1998: Festival de Venecia: Mejor guión
1999: Asociación de Críticos de Chicago: Nominada a Mejor película extranjera
1999: National Society of Film Critics (NSFC): Mejor película de habla no inglesa.
Nada se parece más a una película de Rohmer que otra película de Rohmer. Ésta, último de los cuentos dedicados a las cuatro estaciones, es una muestra depurada de su estilo: desamores en la edad madura, jovencitas con vocación de casamenteras y una bella localización -una casa de campo en el mediodía francés- que es a la vez paisaje moral y sentimental de la historia. Una nueva demostración de la frescura y capacidad de seducción del maestro galo a los 78 años de edad.
[FilmAffinity]
"No hay tregua; una vez vista, la película sigue proyectándose y ocurriendo por dentro"
[Diario El País]
4
4
Positiva
0
Neutra
0
Negativa
9
EL SENCILLO APOGEO DE ROHMER
Impregnada del espíritu sabio y la mirada serena del maestro francés, es la última del Ciclo de las Estaciones, y también de las dedicadas al mundo contemporáneo, pues las tres siguientes, las finales, fueron históricas.

Magali, de 45 años, está sin pareja, y su mejor amiga, Isabelle, a la vez que Rosine, la novia de su hijo, le buscan un candidato cada una: Rosine trae a un profesor de Filosofía, ex amante, e Isabelle le descubre a Gérald con un anuncio por palabras, a escondidas.
Magali vive volcada en sus viñedos y dice encontrarse muy a gusto en soledad: que no le busquen hombre. Es por orgullo, para no reconocer la dureza de la soledad, el serio agobio que representa.
Acercarle los candidatos es ya un problema, y no tardan los equívocos, malentendidos y confusiones.

Rohmer presenta toda esta vida sentimental como un juego, con una libertad inconcebible en un octogenario que transfiere a sus personajes el arte de la maquinación.
Importa, además, la luz que los envuelve y el paisaje. Rohmer tenía la idea abstracta, y cuando encontró el sitio, en el valle del Ródano, lo estuvo fotografiando, mientras la escritura del guión se desbloqueaba. Estudiando a fondo el valle dorado, sus viñedos, el Mont Ventoux al fondo, la historia cobra existencia, se empapa de esa luz.

En “Cuento de otoño” es una delicia la madurez narradora, la maravillosa definición de los personajes. Rohmer los deja aparecer sin ajustarlos a arquetipos, sin deformarlos con nociones preconcebidas. Se dibujan mediante las situaciones enredosas en que se desenvuelven.
El director queda disuelto, desaparecido. Si otras veces era la cámara quien narraba, y no él, que permanece detrás, en cierto modo afuera, en esta ocasión son los propios personajes quienes con sus maquinaciones van gestando la trama.
Esa autonomía, esa capacidad para ir urdiendo lo que ocurre, incrementa aún más su presencia, el grado de realidad que adquieren. ¡Y eso que sólo son entidades cinematográficas proyectadas fantasmalmente en una pantalla blanca!
Esto lo sabemos, claro, pero lo olvidamos antes de cumplirse el primer minuto. La magia del cine nos lleva a interesarnos por ellos, a seguirlos, intentar adelantarnos a sus reacciones; incluso aconsejarles y advertirles, hablando con ellos en nuestras mentes hechizadas, que entonan en su compañía la canción de la fiesta final, una feliz ‘rohmería’:
“Si la vida es un viaje, ¡que tengas buen tiempo!”.
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49 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
¿Dónde está el secreto?
Nunca conseguiré explicar por qué me gusta tanto Rohmer. Lo he intentado muchas veces, pero es imposible. Supongo que para conseguir esa aparente simplicidad, incluso banalidad, se necesita una gran elaboración previa. Pero tampoco es eso.

Supongo que hay que mostrarlo con hechos. Coger una cámara de vídeo, ponerla en la mesa de la terraza de un bar y filmar las conversaciones durante el aperitivo. Ni siquiera haría falta que el encuadre o la toma de sonido fueran perfectas. El resultado debería ser una película de Rohmer. Pues no señor, no sería lo mismo.

Un maestro del cine, eso es todo. Presupuestos irrisorios, grandes actrices... y un talento inmenso, supongo. Un mago del cine. Imposible explicitar esa magia.

Y encima, esta es su mejor película. Una auténtica delicia.
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36 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
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