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La señorita Oyu (1951)

La señorita Oyu
94 min.
7,6
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Disponible en:
Suscripción
Escena (JAPONÉS)
Sinopsis
Shinnosuke acepta casarse con Shizu con tal de poder estar cerca de su hermana Oyu, viuda y madre de un hijo. Las costumbres japonesas prohíben que Oyu se case porque su deber es educar a su hijo para que llegue a ser el jefe de la familia de su marido. Entre los tres se creará un extraño vínculo. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Familia
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Oyû-sama
Duración
94 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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9
El sacrificio
Tanto Kenji Mizoguchi como Yasujiro Ozu, paisanos y coetáneos, se volcaron magistralmente en los retratos de familias corrientes, legándonos extraordinarios y preciosos testimonios sobre la sociedad japonesa tanto de la primera mitad del siglo XX, como de otras épocas anteriores.
Ozu, con sus buenos y sencillos actores y sus minuciosas ambientaciones, rodaba la vida normal de una familia cualquiera, como si se metiera con su cámara en una casa y pidiera a sus moradores que simplemente se dedicaran a hacer sus tareas de siempre y a mantener sus conversaciones habituales. Mizoguchi hacía prácticamente lo mismo, pero tomando por la vertiente de los grandes dilemas que ponían en entredicho el honor, la respetabilidad y la prosperidad de familias enteras. Si podía ocurrir algún acontecimiento que alterase el orden corriente y amenazase la estabilidad de un clan, Mizoguchi ahí estaba para filmarlo con ese desgarro elegante y armonioso.
En este caso, la causa del dilema es la atracción que el joven protagonista, a quien presionan para que elija una esposa, experimenta hacia la hermana mayor de la chica con la que lo quieren comprometer. Pero esa mujer, la señora Oyu, es intocable. Aunque es viuda, tiene un hijo varón que debe convertirse en el cabeza de familia, y por lo tanto las normas no escritas de la conducta familiar le impiden volver a casarse.
Así que Shinnosuke, enamorado de Oyu, y Shizu, la hermana de ésta, se encuentran ante un terrible atolladero y deberán tomar una decisión muy, muy difícil...
En este drama se respira amor, delicadeza, belleza y dulzura en cada fotograma. Pero también la opresión de un ambiente reprobador.
Los exquisitos modales, las costumbres cotidianas, los hermosísimos paisajes, los sobrios pero elegantes interiores de las viviendas, las vestimentas, los rituales, la observancia del decoro y cualquier mínima alteración del mismo que da lugar a habladurías... Toda la cerrada sociedad que circunda a los protagonistas se deja sentir casi como un personaje más. Esa mirada severa y circunspecta del entorno que, tras su serena y amable apariencia, apunta con su dedo justiciero a quienes osen contravenir cualquiera de las rígidas normas de conducta.
La esplendidez de este drama romántico radica en su calidad etérea, en su buen gusto, en su sutileza, en su capacidad para sugerir delicadamente los mayores conflictos suscitados por el amor y por el qué dirán.
Como un juego de porcelanas chinas que hay que tratar con sumo cuidado y respeto. Como esas frágiles pinturas japonesas sobre papel. O como un quimono de seda elaborado por manos mágicas.
Nada hay que se salga de tono, nada estridente, nada que rompa la magnífica estética que transporta al espectador al corazón de Japón. Desde la maestría indiscutible de la fotografía hasta la artesanía de la música folclórica, todos los detalles nos regalan un billete de ida al que una vez fue el Imperio del Sol Naciente.
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40 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Para casarte con ella tendrás que secuestrarla y desaparecer
“La señorita Oyu” (1951) Kenji Mizoguchi
“Para casarte con ella tendrás que secuestrarla y desaparecer”
Es un alivio poder girar el cuello a Este y Oeste, cinematográficamente hablando, y recibir distintos puntos de vista de las historias de siempre. A un lado, el poder del dólar, al otro, el pago en especias. Sería un error hacer un juicio de valor denostando la calidad del primero a favor del segundo (como suele oírse), o viceversa. Ambas corrientes agrupan virtudes y defectos.
Pero, sin duda, debemos estar agradecidos de que el cinematógrafo no apareciera al mismo tiempo ni de la misma forma en todas las zonas del planeta.
El giro de cuello que ahora me ocupa traslada nuestra mirada a la ciudad de Tokio. Es la década de los veinte, mientras el imperio de Japón se expande bajo la afilada batuta de Hirohito, un joven llamado Kenji Mizoguchi escala posiciones en la industria cinematográfica hasta dirigir su primera película “El día en el que regresó el amor”.
Pero de toda la nutrida filmografía de este conocido realizador me ocupará los siguientes párrafos una de sus mal llamadas “obras menores”: “La señorita Oyu”, un melodrama de principio de los cincuenta que contiene una sencilla y elegante historia de amor triangulada entre dos hermanas y un empresario.
(SIGUE SIN SPOLER)
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13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
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