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Tambores lejanos (1951)

Tambores lejanos
101 min.
6,8
2.576
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Sinopsis
En 1840, en la Península de Florida, el capitán Quincy Wyatt (Gary Cooper), un intrépido explorador del ejército, sigue la pista a unos contrabandistas de armas que están vendiendo rifles a los renegados indios seminolas. (FILMAFFINITY)
Género
Western Acción Ejército Naturaleza
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
Distant Drums
Duración
101 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
8
Western en Florida
Film de Raoul Walsh, basado en un argumento de Niven Busch, adaptado por él mismo y Martin Rackin. Se rodó en Florida (Castillo de San Marcos, Enverglades National Park, Naples, Silver Springs) y en Kentucky (Moffet Cementery). El productor fue Milton Sperling y el estreno tuvo lugar el 29-XII-1951 (EEUU).

La acción se despliega en Florida, en 1840, durante la segunda guerra contra los semínolas. Narra las aventuras del capitán Quincy Wyatt (Gary Cooper), explorador del Ejército americano, padre de un hijo de 6 años, casado con una india, de la que enviudó cuando fue violada y asesinada por un grupo de soldados novatos y ebrios, del cuerpo de Infantería, al que él sirve. Es una persona excéntrica, sin prejuicios raciales, aficionada al riesgo, luchadora incansable, solitaria, que siente una enome devoción por su hijo. Se le encomienda la misión de cortar el suministro de armas de fuego a los indios por parte de contrabandistas desaprensivos. Libera a varios cautivos, entre los que se encuentra Judy Beckett (Mari Aldan).

La película es un "western" que se desarrolla en el Este, en Florida. Es un relato vibrante de aventuras, con lances de guerra y de lucha, que se suceden sin dar respiro al espectador. La variedad, originalidad y novedad de éstos, confieren a la obra un brío inusual. Se ven escenas de asalto a un fuerte (Fuerte Infanta), lucha contra contabandistas, liberación de rehenes, travesía de parajes naturales impracticables, supervivencia en una selva hostil y desoladora, etc. La lucha inevitable entre el jefe indio Oscala y Wyatt se produce en términos de igualdad, personal y étnica. Oscala es valiente, fuerte, astuto e inteligente, como Wyatt. Se incluyen escenas estremecedoras, como la visión del pozo excavado en la arena, atestado de cocodrilos hambientros. El paisaje es tratado con admiración y atención a su variedad (ciénaga, pantano, río, árboles centenarios, animales exóticos, etc.). El protagonista expone con lucidez las razones de su renuncia a la venganza y aconseja a Judy que haga lo mismo: la venganza constituye un error que genera malestar e impide que el mundo sea mejor. Es la primera película que hace uso de "The Wilhem Scream", un grito prolongado, de archivo, que se ha reproducido en numerosos films, como "Star Wars" (episodio IV) e "Indiana Jones y el templo maldito" (1984). La película lo usa en 2 ocasiones: cuando 3 indios son heridos sucesivamente y cuando un soldado es mordido y arrastrado bajo las aguas por un cocodrilo.

La música, de Max Steniner, contiene 12 temas orquestales magníficos. La fotografía, de Sid Hickox ("La senda tenebrosa", 1947), aprovecha la belleza y exotismo de los escenarios naturales. Las secuencias de lucha son correctas dentro de lo habitual en la época. Sobresale por su espectacularidad el combate submarino a cuchilo entre Oscala y Wyatt. El guión compone un relato absorbente. La dirección crea un singular cásico del "western", que da fe de su extraordinaria habilidad narrativa.
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63 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Gary Cooper, que estás en los Everglades
“¿Qué pasó con Gary Cooper?”, se preguntaba una y otra vez, desconsolado, Tony Soprano. El tipo fuerte y silencioso, el héroe imperturbable que dejaba a un lado sus sentimientos y hacía lo que debía cuando era necesario hacerlo, sin lloriqueos ni victimismos. El auténtico héroe americano.

Viendo su primera aparición en esta peli, no resulta nada extraña esa devoción: Cooper irrumpe de pronto en la pantalla, sonriente e invulnerable, alzando su rifle a modo de saludo, su imponente silueta recortada contra el cielo, de espaldas al mar, cargado de caza con la que alimenta a las dos águilas que le sirven de mascotas. Casi se diría que anda sobre las aguas. Y eso no es más que un pequeño anticipo de lo que vendrá después: Cooper capitaneará la toma y voladura de una fortaleza, conducirá a un puñado de valientes en una caminata a lo largo de 150 millas a través de los pantanos de Florida, matará serpientes y protegerá a las damas de los caimanes, pescará, construirá piraguas, tragará saliva estoicamente cuando crea muerto a su hijo, desafiará a un combate a cuchillo bajo el agua al jefe semínola Oscala y conquistará el amor de la bella Mari Aldon. Y, por si fuera poco, encontrará tiempo para afeitarse a pelo con su cuchillo en plenos Everglades. Quién no se sentiría a salvo bajo su mando, quién no caería rendido a sus pies.

Pero “Tambores lejanos” no se lo debe todo sólo a Gary Cooper, sino que confluyen en él los talentos de varios pesos pesados del cine estadounidense de aquella época. El de Max Steiner, sin ir más lejos, cuya poderosa música subraya sabiamente y sin estridencias el tono épico de la aventura del capitán Wyatt. O el de Raoul Walsh, que rueda con su vigor habitual y su zorruno sentido del espectáculo un entretenidísimo y sólido western tintado de epopeya en clave norteamericana, cuyo argumento guarda no poca relación con la también estupenda “Paso al noroeste”, de King Vidor, dedicada, como ésta, a enaltecer la nobleza de un hombre de acción consagrado a engrandecer la gloria de su nación en una época en la que los Estados Unidos no ordenaban y mandaban en todo el continente americano sino se abrían a paso a codazos en pos de su control entre indios y potencias europeas.

Como en el caso de la peli de Vidor, y a pesar del carácter sosegado y enemigo de inútiles venganzas de Wyatt, siempre habrá papanatas, por descontado, que dirán pestes de esta peli y la tacharán de etnocentrista, machista, imperialista, antiecologista y quién sabe cuántos “istas” más. Peor para ellos. Que las lágrimas de esos quejicas no nos priven al resto de disfrutar sin complejos de un emocionante y añejo espectáculo que despide el inconfundible y embriagador aroma de aquellas interminables tardes de sábado pasadas frente al televisor en las que aprendimos a disfrutar del cine. Qué días aquellos, ¿los recordáis?
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43 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
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