El ceniciento (1955)

Gila interpreta a un camarero torpe e infeliz al que nadie toma en serio. Nadie, hasta que le toca un pastón a las quinielas.
La pena es que todo el peso cómico de los 90 minutos que dura la película descarga sobre él y, obligado por mantener la coherencia del guión, apenas se le permite desplegar sus magníficos recursos humorísticos que se basaban en el absurdo.

Así, reprimiendo al gran artista, el tal Juan Lladó se empeña en sacar adelante una historia de poco interés (un camarero enamorado de una distinguida señorita) que por sí sola y a pesar de esconder un engaño, no salva la obra. Ocasión desperdiciada de haber contemplado al gran Gila en un recital de su extenso repertorio de humor chocante y elegante. Se ve que en aquel entonces el productor y el director tenían más talla que el humorista y decidieron que una sencilla historia romántica era más adecuada que el potenciar la aportación de Gila, que no sabía de cine tanto como ellos. Lástima.

Se puede aprovechar, eso sí, para disfrutar la ambientación de la época que, para los que estuvimos allí, conserva un valor nostálgico de recuerdos ya muy borrosos y, por qué no, las muy contadas frases en las que Gila resulta divertido.

No es mala pero tendría que haber sido mejor que buena. En cualquier caso esta ha sido siempre una constante en el cine patrio, las cintas protagonizadas por nuestros grandes humoristas (Tip y Coll, Cassen, Marte y Trece, Chiquito de la Calzada...) han sido siempre bastante penosas y bien pienso que no ha sido por su culpa. Bravo por Santiago Segura que, no siendo humorista, ha derrochado humor en sus trabajos y ha contado con la colaboración de grandes humoristas (Tony Leblanc, José Mota...) para que sus personajes fueran realmente divertidos.