El Quijote de Miguel de Cervantes (Miniserie de TV) (1991)

176/09(24/10/13) Buena puesta al día del Clásico imperecedero de Cervantes, Pilar Miró impulsó esta serie para Televisión Española, guionizado por el Nobel de literatura Camilo José Cela. Se proyectó con la idea de adaptar las dos partes de las cervantinas desventuras de Don Quijote, una primera entrega de 8 episodios dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón y una segunda de 10 que debía realizar Mario Camus, al final la falta de presupuesto y la muerte del productor Emiliano Piedra (‘Campanadas A Medianoche’) hizo que se quedara solo en el primer libro y en 5 capítulos, aún así queda bien concluida con un cierre abierto y que da para interpretaciones sobre el futuro del ‘soñador’.

La serie posee un gran encanto, gracias a un hábil guión de Cela que sabe exprimir la novela sacando el mejor jugo a la síntesis, la dirección de Manuel Gutiérrez Aragón es muy fluida, con un buen sentido del ritmo, que hace no llegue el tedio, a esto se suma una sobresaliente puesta en escena gracias a una estupenda dirección artística de Félix Murcia (‘El Rey Pasmado’, ‘El Bosque Animado’ o ‘Los señores del Acero’), sobresaliendo la casa de Alonso Quijano, con sus habitaciones y su patio, la Venta, con su exterior, despensas y bodegas, y los molinos, sumado a la bellas llanuras agrestes de La Mancha y Extremadura, y esto realzado por el magnífico trabajo de fotografía de Teo Escamilla (‘Cría Cuervos’), bañando de tonalidades ocres-amarillentos-tierra la pantalla, transmitiendo melancolía y pesadumbre, y todo lo dicho envuelto en la excelente música del bonaerense Lalo Schifrin (‘Bullit’, ‘THX 1138’ o ‘Misión Imposible’), con reminiscencias de la época, con estos elementos fantásticamente conjugados nos hace trasladarnos a esta época de modo fascinante.

La historia es la ya consabida, una oda al mundo de los libros, a su poder mágico de transformar la realidad, esta suele ser aburrida y a veces es mejor evadirnos de ella, es una hermosa carta de amor al mundo de los locos, esto queda muy bien reflejado en la serie con momentos tragicómicos muy bien expuestos, como el ataque de Don Quijote a los Gigantes-Molinos de viento, el ataque del mismo a la cuerda de presos, el manteo a Sancho Panza, o como Don quijote acaba con las pieles de vino, y más.

Fernando Rey encarna con pasión al Caballero de la Triste Figura, es su viva estampa, lo dota de ilusión, personalidad, carisma, entusiasmo, con su mirada quimérica, con un gran trabajo físico, soberbio. Alfredo Landa es un Sancho Panza excelente, a la altura de su calidad interpretativa, demuestra una gran naturalidad en su candidez e inocencia, es el contrapunto a los desmanes dementes del Caballero. Entre los dos actores se establece una electrizante química que hacen sus diálogos sean fascinantes. Hay además una importante galería de buenísimos actores que demuestran una gran labor como Héctor Alterio, Emma Penella, Terele Pávez, Aitana Sánchez-Gijón, Esperanza Roy, Rafael Alonso, Francisco Merino, Manuel Alexandre, Antonio Gamero, y más en un despliegue de actuaciones de soporte de enjundia.

En conjunto una meritoria serie que se convierte en un cálido homenaje a la Obra representativa de las letras en castellano. Fuerza y honor!!!

Sin lugar a dudas, estamos ante un producto muy notable de nuestra televisión.
Ya quisiéramos muchos que hoy en día siguieran haciéndose series así, con unos exteriores con encanto (los campos y llanuras manchegas, con sus blancos molinos), un vestuario que no canta a la legua como disfraz de mercadillo y, lo que es más importante, un plantel de intérpretes como la copa de un pino. Fernando Rey y Alfredo Landa no son dos actores más interpretando a Don Quijote y Sancho Panza, son Quijote y Sancho en carne y hueso.
Es cierto que se cambian algunas cosas, pero son detalles que no afectan ni menoscaban el buen conjunto. En verdad, es una lástima que no se hicieran más episodios de lo que sin duda habría sido una serie colosal, pero supongo que los costes serían muy altos y, además, la historia queda concluida en un momento que bien puede llamarse final cerrado (aunque con una ventana). Y, si ni aún así, de todos modos, siempre queda la obra de Cervantes.

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