Como conocí a mi padre (2015)

Kramer contra Kramer. En primera línea de playa. Dunkerque. La librería. Los chicos del coro.
Es increíblemente tonta y buenista y sin ningún interés. Y ni siquiera es morbosa ni cargante ni tiene descarada moraleja ni busca la llorera. En realidad es solo boba. Y simpática y ñoña y blanda y bonachona y algo oportunista y bien queda. To er mundo é güeno. Ya lo sabemos. Los niños negros. Los inmigrantes africanos los primeros, faltaría menos. Los viejos chochos, los padres calzonazos, las mujeres marimandonas e histéricas, los curas, los parados, los franceses, los ingleses, los aduaneros, el cielo en la tierra, tanto que no nos lo merecemos, no hemos hecho suficientes méritos para formar parte de ese paraíso tan perfecto.
Al principio es solo mala, después mortalmente aburrida y finalmente algo te agrada que no cae en nada, que sea tan aséptica, que esté tan bien duchada, y hasta que tenga un poquitico de escurrida y estirada y fría gracia.
Los franceses incluso cuando hacen el mayor de los ridículos cinematográficos, como es este el anodino y humilde caso, tienen clase, están rodeados de libros, es su sino, no son zafios ni vulgares ni zarrapastrosos ni simples sermoneadores, tanto no se rebajan como algunos de nuestros más queridos compatriotas a los que tan bien conocemos y que gozan de tanto prestigio entre nosotros justo por ello, por obvios y groseros, por curas y monjas, por dar forma a la bajeza, por poner el cazo mientras arreglan el mundo, por ser tan sumisos y corruptos, nuestros vecinos y amigos, en cambio, decíamos, se desenvuelven con otro aire o cara, menos granujienta y brutal, chapotean en la misma charca con mayor ligereza, banalidad y frivolidad, suavemente me matas con tu grácil elegancia políticamente correcta idiota, amado gabacho.