Tráiler HD (PORTUGUÉS con subtítulos en ESPAÑOL)
- Sinopsis
- Nos acerca a la turbadora y fantasmagórica figura de Paulo de Figueiredo, soldado y mercenario profesional que, desde los años sesenta, desempeñó la tarea de asesino a sueldo en los más diversos rincones del planeta, desde el África en pleno proceso de descolonización al País Vasco, donde trabajó para los GAL, asesinando a terroristas miembros de ETA. (FILMAFFINITY)
- Género
- Documental ETA Terrorismo
- Dirección
- Reparto
-
Documental
- Año / País:
- 2012 / Portugal
- Título original:
- Terra de Ninguém
- Duración
- 72 min.
- Guion
- Fotografía
- Compañías
La honradez no excluye la autoría
28 de mayo de 2013
Nada más salir de la proyección del documental En Tierra de Nadie que hoy mismo tuvo lugar en el multicines Verdi Park pude oír dos comentarios que encuentro apropiado citar en este artículo. El primero hacía mención al título del film alegando que éste muy bien podría haberse llamado “El impostor”*, mientras que el segundo se refería a la película como un modesto ejercicio de narrativa más cercano a la conferencia filmada que a cualquier obra de carácter cinematográfico. Si bien no estoy seguro de acabar de entender el primero (puedo imaginarme que tiene que ver con el halo de misterio que rodea la identidad del personaje principal), creo que ambos comentarios llevan consigo, de forma implícita, interesantísimas reflexiones sobre la narrativa en imágenes; particularmente sobre el carácter cinematográfico que se esconde tras la verdadera esencia del documental (olvidada con demasiada frecuencia).
La debutante portuguesa Salomé Lamas nos deja a solas con el mercenario Paulo de Figueiredo para que podamos oír de su propia boca las vivencias de tal sujeto después abandonar un comando de élite portugués, tras lo cuál se convirtió en cazador a sueldo para la CIA y, posteriormente, para el GAL. Nuestro único vínculo con los hechos son las explicaciones del ex soldado, nuestra única prueba de la autenticidad de los mismos, el testimonio que nos ofrece. Al mismo tiempo, todos los juicios quedan reservados para nosotros, todas las valoraciones éticas y morales pertenecen exclusivamente al espectador. No existen planos efectistas que juzguen los (supuestos) actos de Figueiredo, ni tampoco música que decante hacia ningún lado la balanza de la justicia. Tan solo existe la narración de unos hechos y nuestra libertad para decidir sobre ellos. Y precisamente es en este aspecto en donde encuentro un asombroso paralelismo entre el título que nos ocupa y la recientemente estrenada en nuestras tierras El impostor.
Pues las películas de Salome Lamas y Bart Layton pueden entenderse como perfectas antítesis. Recordemos cómo recientemente un servidor comentaba sobre el (pésimo) trabajo de Layton que su empeño en ficcionar las anécdotas de los entrevistados convertían en artificioso el relato de unos hechos en realidad apabullantes. En el caso de Lamas, en cambio, nos vemos obligados a imaginar cada acontecimiento: no existe manipulación por parte de la directora; pues su respeto hacia los sucesos es tan inmenso que rechaza el recurso de escoger por nosotros el modo de visualizarlos... Vamos, que la manipulación de una película es directamente proporcional a la honestidad de la otra. Por otro lado, nada de ello quiera decir que En Tierra de nadie descuide la puesta en escena. De hecho, es ahora cuando me gustaría recoger el segundo comentario citado más arriba.
Como dijimos, éste segundo comentario nos da a entender que En Tierra de nadie se asemeja más al mero ejercicio de filmar una conferencia que a una auténtica pieza cinematográfica. Desde luego, no estoy de acuerdo; pues la película contiene un ancho abanico de recursos narrativos que contradicen tal afirmación. Empezando por lo obvio, está el montaje: hablamos de una cuidadísima selección de fragmentos de las conversaciones entre directora y entrevistado que convierten las parrafadas de Figueiredo en un absorbente relato sobre la vida del mercenario; una selección que, claro está, sería inconcebible si las preguntas hechas por la directora no fuesen las acertadas. En segundo lugar está la puesta en escena: durante las entrevistas, que ocupan al menos un ochenta por ciento del documental, vemos al personaje principal dentro de una imagen envuelta por la oscuridad, un plano medio que en ocasiones se convierte en primer plano y en otras en plano general para dejarnos ver un modesto decorado. La elección de este recurso narrativo es una clara muestra de que la directora sabe lo que se hace.
Acompañamos a Figueiredo en un plano medio cuando este nos habla de sus experiencias como soldado, mercenario o caza-recompensas; en definitiva, en momentos en que su trabajo pudo ejercerse con toda seguridad y sin riesgos aparentes. Lógicamente, nos acercamos a él con el primer plano en los episodios más significativos de su vida; y es en momentos de cambios de ambientes, en los puntos y apartes de la vida del personaje cuando el plano se abre para mostrarnos visualmente cómo la oscuridad que le daba cobijo en sus (bestiales) aventuras corre el riesgo de desaparecer (pues poder ver el decorado que lo rodea nos transmite la sensación de descubrir los hilos del montaje). La acertada elección de estos dos aspectos narrativos unida a la interesantísima reflexión sobre la ética de la identidad que nos ofrece el discurso de Paulo de Figueiredo (definitivamente, hay que oírlo para creerlo) convierten el trabajo de Salomé Lamas en un fantástico debut, sin duda portador del sello cinematográfico en el mejor de los sentidos.
*Hace un par de semanas se estrenó en España el primer largometraje del director Bart Layton, documental sobre la desaparición de Nicholas Barclay titulado El impostor.
http://cinemaspotting.net/2013/05/27/en-tierra-de-nadie/
La debutante portuguesa Salomé Lamas nos deja a solas con el mercenario Paulo de Figueiredo para que podamos oír de su propia boca las vivencias de tal sujeto después abandonar un comando de élite portugués, tras lo cuál se convirtió en cazador a sueldo para la CIA y, posteriormente, para el GAL. Nuestro único vínculo con los hechos son las explicaciones del ex soldado, nuestra única prueba de la autenticidad de los mismos, el testimonio que nos ofrece. Al mismo tiempo, todos los juicios quedan reservados para nosotros, todas las valoraciones éticas y morales pertenecen exclusivamente al espectador. No existen planos efectistas que juzguen los (supuestos) actos de Figueiredo, ni tampoco música que decante hacia ningún lado la balanza de la justicia. Tan solo existe la narración de unos hechos y nuestra libertad para decidir sobre ellos. Y precisamente es en este aspecto en donde encuentro un asombroso paralelismo entre el título que nos ocupa y la recientemente estrenada en nuestras tierras El impostor.
Pues las películas de Salome Lamas y Bart Layton pueden entenderse como perfectas antítesis. Recordemos cómo recientemente un servidor comentaba sobre el (pésimo) trabajo de Layton que su empeño en ficcionar las anécdotas de los entrevistados convertían en artificioso el relato de unos hechos en realidad apabullantes. En el caso de Lamas, en cambio, nos vemos obligados a imaginar cada acontecimiento: no existe manipulación por parte de la directora; pues su respeto hacia los sucesos es tan inmenso que rechaza el recurso de escoger por nosotros el modo de visualizarlos... Vamos, que la manipulación de una película es directamente proporcional a la honestidad de la otra. Por otro lado, nada de ello quiera decir que En Tierra de nadie descuide la puesta en escena. De hecho, es ahora cuando me gustaría recoger el segundo comentario citado más arriba.
Como dijimos, éste segundo comentario nos da a entender que En Tierra de nadie se asemeja más al mero ejercicio de filmar una conferencia que a una auténtica pieza cinematográfica. Desde luego, no estoy de acuerdo; pues la película contiene un ancho abanico de recursos narrativos que contradicen tal afirmación. Empezando por lo obvio, está el montaje: hablamos de una cuidadísima selección de fragmentos de las conversaciones entre directora y entrevistado que convierten las parrafadas de Figueiredo en un absorbente relato sobre la vida del mercenario; una selección que, claro está, sería inconcebible si las preguntas hechas por la directora no fuesen las acertadas. En segundo lugar está la puesta en escena: durante las entrevistas, que ocupan al menos un ochenta por ciento del documental, vemos al personaje principal dentro de una imagen envuelta por la oscuridad, un plano medio que en ocasiones se convierte en primer plano y en otras en plano general para dejarnos ver un modesto decorado. La elección de este recurso narrativo es una clara muestra de que la directora sabe lo que se hace.
Acompañamos a Figueiredo en un plano medio cuando este nos habla de sus experiencias como soldado, mercenario o caza-recompensas; en definitiva, en momentos en que su trabajo pudo ejercerse con toda seguridad y sin riesgos aparentes. Lógicamente, nos acercamos a él con el primer plano en los episodios más significativos de su vida; y es en momentos de cambios de ambientes, en los puntos y apartes de la vida del personaje cuando el plano se abre para mostrarnos visualmente cómo la oscuridad que le daba cobijo en sus (bestiales) aventuras corre el riesgo de desaparecer (pues poder ver el decorado que lo rodea nos transmite la sensación de descubrir los hilos del montaje). La acertada elección de estos dos aspectos narrativos unida a la interesantísima reflexión sobre la ética de la identidad que nos ofrece el discurso de Paulo de Figueiredo (definitivamente, hay que oírlo para creerlo) convierten el trabajo de Salomé Lamas en un fantástico debut, sin duda portador del sello cinematográfico en el mejor de los sentidos.
*Hace un par de semanas se estrenó en España el primer largometraje del director Bart Layton, documental sobre la desaparición de Nicholas Barclay titulado El impostor.
http://cinemaspotting.net/2013/05/27/en-tierra-de-nadie/
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12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Retrato sobre fondo negro
19 de enero de 2014
Al principio de la película, cuando relata su experiencia en Angola, el protagonista Paulo de Figueiredo cuenta una microhistoria que parece de Borges: en una aldea vieron a un hombre que parecía estar cocinando; cuando se inclinaron sobre el recipiente, vieron la imagen de un segundo hombre, enemistado con el primero por una cuestión de celos, que sangraba a causa de los golpes que aquel le daba con su utensilio de cocina; llegados al pueblo del segundo, comprobaron que estaba enfermo. El narrador concluye: “los matamos a ambos, porque no creíamos en lo sobrenatural”.
A semejanza de la también reciente y mucho más famosa The act of killing, Tierra de nadie es un documental que se centra en el lado de los verdugos: en este caso, un mercenario portugués que prestó servicios en Angola, El Salvador y el País Vasco, entre otros lugares. Pero, a diferencia de aquella película, no hay aquí “actuación” en el sentido más espectacular de la expresión; ningún intento de recrear los hechos, ni de juzgar al protagonista e imponerle penitencias.
Tierra de nadie está hecha con honestidad y maestría minimalista. Su honestidad se manifiesta desde la imagen que muestra, al principio, el escenario vacío en que tendrán lugar las entrevistas: un estudio fotográfico improvisado en una habitación de una casa abandonada y en ruinas, en la que se ha dispuesto una silla y un fondo de tela negra. También en el planteamiento que expone la voz en off de la propia directora: dejar al protagonista que diga su verdad (la de él, no la de ella ni la de nadie más). Saber escuchar: parece simple, pero...
Como si siguiera la senda de Straub y Huillet, Salomé Lamas apunta sólo a lo esencial, sin obviar la naturaleza de representación de lo que nos muestra. Divide el relato en capítulos numerados, que recogen tomas continuas del entrevistado (algunas de apenas unos segundos, otras más prolongadas), al que vemos sentado en la silla siempre desde el mismo punto, alternando el plano medio, el general y el primer plano; el ángulo parece elegido en función del contenido de las preguntas. Estas no las escuchamos: la directora sólo aparece en off, al término de las distintas partes, en forma de notas a pie de página.
En algunos momentos la mirada de Paulo de Figueiredo centellea extrañamente; en el contraplano ausente, la mirada de Salomé Lamas testimonia algo que acaso va más allá del respeto: la película refleja, en cierto modo, un proceso de fascinación mutua. Una fascinación que, en el caso de la directora, no supone el olvido de las contradicciones y el lado oscuro del personaje.
El resultado de esa confluencia de miradas es un logrado retrato tenebrista, como un cuadro de Ribera. Un retrato que nos muestra a la vez el exterior del personaje y su punto de vista: su peculiar ética del trabajo, sus principios, su lucidez, sus prejuicios y su fanfarronería, sus justificaciones y sus paraísos perdidos; y deja en el aire una pregunta: ¿cuánto vale la vida de un hombre?
A semejanza de la también reciente y mucho más famosa The act of killing, Tierra de nadie es un documental que se centra en el lado de los verdugos: en este caso, un mercenario portugués que prestó servicios en Angola, El Salvador y el País Vasco, entre otros lugares. Pero, a diferencia de aquella película, no hay aquí “actuación” en el sentido más espectacular de la expresión; ningún intento de recrear los hechos, ni de juzgar al protagonista e imponerle penitencias.
Tierra de nadie está hecha con honestidad y maestría minimalista. Su honestidad se manifiesta desde la imagen que muestra, al principio, el escenario vacío en que tendrán lugar las entrevistas: un estudio fotográfico improvisado en una habitación de una casa abandonada y en ruinas, en la que se ha dispuesto una silla y un fondo de tela negra. También en el planteamiento que expone la voz en off de la propia directora: dejar al protagonista que diga su verdad (la de él, no la de ella ni la de nadie más). Saber escuchar: parece simple, pero...
Como si siguiera la senda de Straub y Huillet, Salomé Lamas apunta sólo a lo esencial, sin obviar la naturaleza de representación de lo que nos muestra. Divide el relato en capítulos numerados, que recogen tomas continuas del entrevistado (algunas de apenas unos segundos, otras más prolongadas), al que vemos sentado en la silla siempre desde el mismo punto, alternando el plano medio, el general y el primer plano; el ángulo parece elegido en función del contenido de las preguntas. Estas no las escuchamos: la directora sólo aparece en off, al término de las distintas partes, en forma de notas a pie de página.
En algunos momentos la mirada de Paulo de Figueiredo centellea extrañamente; en el contraplano ausente, la mirada de Salomé Lamas testimonia algo que acaso va más allá del respeto: la película refleja, en cierto modo, un proceso de fascinación mutua. Una fascinación que, en el caso de la directora, no supone el olvido de las contradicciones y el lado oscuro del personaje.
El resultado de esa confluencia de miradas es un logrado retrato tenebrista, como un cuadro de Ribera. Un retrato que nos muestra a la vez el exterior del personaje y su punto de vista: su peculiar ética del trabajo, sus principios, su lucidez, sus prejuicios y su fanfarronería, sus justificaciones y sus paraísos perdidos; y deja en el aire una pregunta: ¿cuánto vale la vida de un hombre?
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