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El intendente Sansho (1954)

El intendente Sansho
123 min.
8,3
6.122
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Escena (Español)
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Sinopsis
A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Japón feudal Siglo XII Esclavitud
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Sansho Dayu (Sansho the Bailiff)
Duración
123 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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Premios
1954: Festival de Venecia: León de Plata - mejor director.
9
Los alcances sensoriales de unas imágenes emocionantes.
"Si una persona no siente la caridad, no es una persona.
Incluso ante tu enemigo hay que sentir la caridad".



Te brillarán los ojos al viajar por los hermosos y grises paisajes de su fotografía.
Apretarás los dientes cuando adivines el dibujo del cruel medievo feudal.
Se te encogerá el estómago cuando la katana seccione los tendones.
Se te helará la sangre con la escalofriante escena de las barcas.
Tragarás saliva con su brutal retrato de la injusticia humana.
Se ablandará tu corazón cuando escuches las enseñanzas.
Te marcará la frente como un hierro al rojo vivo.
Te hervirá la sangre como a los campesinos.
Respirarás fuerte al comprender sus elipsis.
Te temblarán las piernas con su música.
Gritarás rabioso contra Sansho Dayu.
Y te levantarás para aplaudir.



“Pero el mundo era mucho más cruel de lo que yo me imaginaba.
De nada sirve la voluntad de una persona.
Al ser humano le son indiferentes las desgracias cuando no le afectan directamente.
La piedad se rinde ante el egoísmo”
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154 de 182 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Una canción al viento
Ahora no me cabe duda. Mizoguchi tocó el cielo. Fue dotado con un don del que muy pocos mortales disfrutan. El genio, una gracia concedida por alguna deidad parca en repartir la excelencia.
Actores que no actúan, sino que viven. Una cámara que no es cámara, sino universo. Una historia que no se conforma con tenernos de espectadores, sino que nos agarra del corazón y nos arrastra dentro.
No sé que tenía este director japonés, que hacía de la imagen un prodigio de sencillez visual y narrativa tan potente que deja sin aliento sin necesidad del menor delirio ni exceso. Una lección inigualable de sutileza. De saber desgarrar con la belleza del plano de una madre que reclama a sus hijos bajo sus alas protectoras, y que confía al viento una canción de búsqueda. Mizoguchi parte el alma sin tregua a golpe de sobriedad formal que contiene un fondo de insondable sentimiento. Como esas maneras suaves y delicadas, esos rostros sonrientes y esos modales exquisitos con los que muchas personas de culturas muy ajenas a la mía manifiestan sus emociones más profundas. Porque en muchos sitios está socialmente mal visto descomponerse, perder los estribos y expresar el sentir personal con estridencia. De esa pasta está fabricada una película de Mizoguchi. Con modales impecables, elegancia que no se descompone, y una habilidad sin parangón para atrapar al espectador hechizado y removerle las entrañas sin hacer un solo aspaviento técnico, sin mover la cámara más de lo estrictamente necesario, con una música suave con vibraciones añejas y melancólicas, como de cuento cuyos orígenes se pierden en la memoria de los tiempos. Una ligera sombra de irrealidad, de presagio fantasmagórico que sobrevuela rozando la dureza de abajo. De una tierra poblada de muchas personas crueles, de pocas personas bondadosas, de unos cuantos y escasísimos privilegiados, de espíritu de piedra unos, de calidez otros. Y de montones de desgraciados dejados a su suerte y esclavizados. A la pobreza, a la tiranía. A otros seres humanos.
Un lamento sufriente que emana como la niebla sobre las ciénagas. Y un rayo de esperanza. Una ilusión prometida en forma de enseñanzas que hablan de caridad y libertad, palabras remotas y dulces que se prolongan subrepticiamente en paladares demasiado acostumbrados a la hiel.
La esencia del Japón feudal en dos horas. La esencia de la maldad, del dolor, del amor, de la esclavitud, de la bondad, del coraje y de la persecución de los sueños. La esencia del mundo.
Y la esencia de lo mejor del cine universal que se pueda filmar jamás.
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60 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
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