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El hombre de Londres (2007)

El hombre de Londres
132 min.
7,1
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Trailer (INGLÉS)
Sinopsis
Maloin es un vigilante de una estación de tren que, de forma casual, es testigo de un asesinato, y acaba haciéndose cargo de una maleta llena de dinero que trastocará para siempre su vida, acarreándole muchos problemas. Inspirada en la novela de Georges Simenon "El hombre de Londres". (FILMAFFINITY)
Género
Drama Crimen Drama psicológico
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Hungría Hungría
Título original:
A Londoni férfi (The Man from London)
Duración
132 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Hungría-Francia-Alemania;
Grupos
Adaptaciones de Georges Simenon
Links
Premios
2007: Festival de Cannes: Nominada a la Palma de Oro (mejor película)
"Un auténtico salto al vacío, un poderosísimo pulso de estilo, de ritmo, de precisión que lo deja a uno, aunque se llame incluso Simenon, profundamente tocado: la música obsesiva, la cámara de una lentitud imparable, la imagen que reconstruye los ambientes portuarios y el misterio interior del protagonista (...) El resultado en la pantalla es inevitablemente doble: lento y agitadísimo al tiempo; aburrido e hipnótico a la vez; desesperante y de una insoportable intriga. Vendría a ser, en esencia, la depuración, el extremo, el punto de lo que siempre querrá y nunca podrá conseguir Gus Van Sant."
[Diario ABC]
8
4
Positiva
2
Neutra
2
Negativa
8
El guardagujas
Octavo largometraje del realizador Béla Tarr (Pécs, Hungría, 1955). El guión, del propio Tarr y de Lászlo Krasznahorkai, su guionista habitual, adapta libremente la novela “L’homme de Londres”, del novelista belga Georges Simenon (1903-89). Se rueda en escenarios reales de Bastia (Córcega), otras localizaciones de Córcega y Pilisborosjeno (Hungría). Es nominado a la Palma de oro (Cannes). Producido por Humbert Balsan, Christoph Hahnheiser, Paul Saadoun, Gáber Téni y Joachim von Vietingoff, se proyecta por primera vez en público el 23-V-2007 (Cannes).

La acción tiene lugar en Dieppe (Normandía, Francia). Maloin (Krobot), de más de 50 años, trabajador portuario, es el encargado del turno de noche del guardagujas de la terminal ferroviaria del puerto. Trabaja desde una cabina acristalada, elevada, de gran visibilidad y dotada de controles a distancia. Poco después del atraque de un trasbordador de Londres, es testigo de una pelea entre dos pasajeros recién llegados, Brown (Derzsi) y su compañero Teddy, y de la caída mortal de éste con un maletín al mar. Maloin recoge el maletín y lo guarda cuidadosamente en la cabina, después de comprobar que contiene más de 60.000 libras esterlinas en billetes. Maloin está casado con Camelia (Swinton). Son padres de una hija, Henriette (Bók), que trabaja en una carnicería. Reparte su tiempo entre la cabina del puerto, la casa familiar y el bar de la esquina, donde cada día juega una partida de ajedrez. Es solitario y callado. Lleva una vida monótona, rutinaria, vacía y aburrida.

El film suma crimen, drama, cine negro y misterio. El protagonista, Maloin, es un hombre simple e ingenuo, con una vida de rutinas en la que nunca ocurre nada. Se ha acostumbrado a no pensar, no sentir, no emocionarse, no dudar y no saber. Los hechos ocurridos durante la noche en el puerto le trastornan y le mueven a actuar. Por primera vez en mucho tiempo siente la necesidad de hacer algo fuera de lo común, pero no lo sabe definir, ni concretar autónomamente. No distingue entre lo correcto y lo incorrecto, lo propio y lo impropio, lo oportuno y lo inoportuno. Como “voyeur” y como hombre colonizado (1), confunde lo que quiere hacer con lo que ha visto hacer: sólo se le ocurre imitar lo que ha visto. La bronca de Brown y Teddy, la reproduce en su casa con su mujer; el intento de Brown de sustraer el maletín a Teddy, lo reproduce sustrayendo a su mujer el dinero que guarda en una caja, etc.

Tarr demuestra su preocupación por la alienación humana, el deterioro de la capacidad de análisis crítico y la aniquilación de la iniciativa y de las ansias de saber y entender a manos de un materialismo tan subrepticio como salvaje. Para él, la sociedad contemporánea compone un cuadro desolador en el que se ha pasado de la pasividad acomodaticia a la pérdida de la conciencia de lo que es la esencia del ser humano.

(Sigue sin “spoilers”)
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56 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Béla Tarr: más allá de la desesperanza
“Más de lo mismo” dicen algunos críticos enfurecidos. Y es verdad: Tarr, en efecto, se repite; insiste en su reflexión sobre el fondo del alma humana; e insiste en un lenguaje formal rebosante de belleza. Bendita monotonía...

En todo caso, hay matices. Tarr se sitúa aquí, según yo lo veo, en una perspectiva distinta a la de “Armonías de Werckmeister”, su anterior película. En “Armonías...”, el individuo —Janos— se enfrentaba a la colectividad; pero no estaba solo; había otros con los que aliarse en la resistencia (o, al menos, en la “melancolía”): Eszter el musicólogo, sobre todo, y también Lajos el zapatero y su mujer. En “El hombre de Londres”, Maloin está solo, no tiene a nadie; por no tener, ni siquiera tiene enfrente a una turba enfurecida: no hay gentes que se reúnan en la plaza a las que observar o de las que guardarse; ni tampoco helicópteros de los que escapar; la masa gregaria y la élite del poder están aquí abstraídas, y “lo otro” es un ente rigurosamente despersonalizado, anónimo e intangible, a lo sumo reflejado veladamente en la fantasmal figura del “comprensivo” Morrison, en la kafkiana pareja de “amables” vendedores o en la, en definitiva, inofensiva dueña del supermercado. Maloin no tiene nada con lo que enfrentarse; a su alrededor no hay más que vacío; por eso entabla una absurda pelea con su mujer, consigo mismo. Ya no queda nada más que la pura y simple ausencia.

En mi crítica a “Sátantangó” aludía a la unión de los opuestos en el cine de Béla Tarr. En “El hombre de Londres” es como si esa oposición se esencializara hasta sus términos más radicales: como si ya sólo estuvieran presentes el ser y la nada. Y los dos —parece pensar Béla Tarr— son sospechosa e inquietantemente semejantes. “El hombre de Londres” es mucho más abstracta, más esquemática en su planteamiento, que las películas anteriores, más desnuda, más seca y más áspera. Aquí Tarr ahonda un paso más en el alma humana. Y cuanto más se profundiza en el abismo interior, por una especie de simetría cósmica, más presente se hace el vacío exterior. O viceversa.
[sigo en el spoiler]
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41 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
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