Girl Walks Into a Bar (2011)

Girl...está plagada de diálogos ocurrentes, salidas verbales imprevistas y, ante todo, un buen desempeño de todos los actores involucrados. Es fluida, sabe detenerse y dar de nuevo, sabe cambiar sobre la marcha y sabe, quien puede dudarlo, mantener los diálogos en el punto justo de quiebre. Lamentablemente, no sabe de un pequeño secreto cinematográfico: de palabras se puede vivir, pero no podemos estar dependiendo todo el tiempo de ellas. Ahí, en el instante preciso en que las palabras sobran y el silencio llega, ahí es cuando Girl...se apichona. O cambia el contexto o se viene una elipsis y a otra cosa. Si no es un fundido en negro es una frase final en la eterna búsqueda de la trascendencia (hay muchas).

El recurso verborrágico es meritorio, sobre todo cuando se lo sabe usar. Pero si asistimos a un empleo crónico y sistemático de la palabra en desmedro de la imagen (¿qué sucede a nivel visual como para poder ser recordado?), entonces asistimos a un guión recitado y lleno de inteligencia, pero vacío en su fondo. Girl... es, nunca mejor dicho, un libro abierto. Pero, curiosamente, esa peli salió directo para internet. No salió a la gran pantalla pero, lo que es más grave, no provino de ninguna novela ni de ningún guión de teatro. Hay un ninguneo de la imagen que le juega en contra, y el tedio puede avecinarse.

Sabe mostrar su mejor carta, pero es la única que tiene. A mitad del visionado ya todos sabemos que, sea cual sea el desenlace, será por medio de la palabra. Es una forma peligrosa de anticipación.

Girl walks into a bar es una propuesta de lo más curiosa que desprende frescura y un aire a algo más o menos nuevo, lo cual es toda una sorpresa y un placer de encontrar en el adocenado mundo cinematográfico de hoy en día.
Historias cruzadas en una noche en la gran ciudad que se pasan volando, con muchos y buenos diálogos y personajes que ofrecen al espectador mucho entretenimiento y buenas dosis de diversión. Lo mejor sin duda es ese aire de producto nuevo, de algo original y sin estropear que impregna toda la película. Sebastian Gutierrez tiene además el buen ojo de fijar la duración en unos escasos setenta y cinco minutos, los justos y suficientes para que la cosa no se haga pesada.
Hay que alabar también la entrega de los actores a una historia muy coral y de limitadísima exhibición simple y llanamente por amor al proyecto (dudo que los cheques fueran cuantiosos). Todos dan lo mejor de sí. Carla Gugino despliega el carisma de alguien acostumbrada a ser protagonista, que no es su caso. Danny DeVito está estupendo, Rosario Dawson consigue que no le quiten la ropa durante un rato suficiente para que el respetable se pueda fijar en algo de lo que dice su personaje y se de cuenta de que la actriz tiene una enorme naturalidad y no le cuesta hacer creíble su rol, Zachary Quinto clava la indecisión y timidez del personaje y Aaron Tveit engaña y seduce en la medida justa. Y... ¡amigos, Josh Hartnett sigue por ahí! Es decir, seguía por ahí antes de Penny Dreadful después de años de ostracismo.
En definitiva, una propuesta muy agradecida, fresca, inteligente y entretenida.

Lo mejor: Su formato, su duración y sus actores.
Lo peor: No es ninguna obra maestra.