arrow

La Vía Láctea (1969)

La Vía Láctea
98 min.
6,9
2.549
Votar
Plugin no soportado
Añadir a listas
Disponible en:
Suscripción
Alquiler
Compra
ads
free
Trailer
Sinopsis
Dos trotamundos franceses que, desde las afueras de París, deciden ir de peregrinaje a Santiago de Compostela, conocen numerosos personajes y viven situaciones estrechamente vinculadas a las creencias religiosas. (FILMAFFINITY)
Género
Comedia Religión Surrealismo Sátira
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
La Voie lactée
Duración
98 min.
Guion
Fotografía
Compañías
Links
Premios
1969: Festival de Berlín: Premio Interfilm
8
GENIO Y FIGURA
Buñuel, surrealista nato. En 1933 dijo del cine: “Las imágenes, como en el sueño, aparecen y desaparecen a través de disolvencias y oscurecimientos; el tiempo y el espacio se hacen flexibles, se encogen y alargan a voluntad; el orden cronológico y los valores relativos de duración no responden ya a la realidad…”.
Tuvo fijación con lo religioso, que le sirvió de combustible creador. Breton veía similitud entre un surrealista y un hereje. En el 68 Buñuel retomó el ímpetu juvenil y dedicó a las herejías una obra de puro surrealismo.

Le dio estructura de cajas chinas, como el Quijote, Gil Blas o una novela predilecta, “Manuscrito encontrado en Zaragoza”, sumándole lenguaje onírico.
En la “Historia de los heterodoxos españoles”, de Menéndez Pelayo, encontró un filón. Organizó una treintena de episodios en ágil cruce de parajes históricos, Nuevo Testamento incluido.

Dos vagabundos se alejan de un París lleno de coches para andar el Camino de Santiago. El viejo y barbudo se llama Pedro, y el joven y lampiño, Juan. En su medieval peregrinaje se topan con personajes de toda época, relacionados con las herejías, lo que toca seis dogmas católicos: la Eucaristía, el Mal, la naturaleza de Cristo, la Trinidad, la Gracia, los Misterios Marianos.

Para evitar lo abstracto, Buñuel recurre a humor sin encarnizamiento; al discurso discontinuo y al fragmento, a dislocar un tiempo y un espacio muy flexibles, en total libertad narrativa: en la impresionante escena de la Venta del Llopo (Calanda), un cura habla a los ocupantes de un cuarto a la vez desde fuera y desde dentro. Preguntado Buñuel por la extraña lógica, dijo que a él le pasaba así; que cuando un cura le hablaba desde fuera de un cuarto le veía también dentro. ¡Surrealismo! Otro personaje imagina que fusilan al Papa, y el de a lado oye la descarga. Unos estudiantes medievales se trasladan al siglo XX con simple cambio de ropas…

Textos y citas son literales, para desencajarlos del contexto con distancia irónica y crear efecto chocante: un camarero expone problemas teológicos mientras toma nota a los comensales, un cazador debate los misterios y se limpia los dientes con una uña.

Aparecen el obispo Prisciliano, Lucifer, el marqués de Sade con demoledora parrafada, un jansenista en duelo a espada con jesuita entre argumentos religiosos…

Para Buñuel, hacer una película era preparar un guión de hierro. Después, rodar y montar era fácil.
Se encerró una temporada a escribir con Carrière en el Parador de Cazorla. A partir de un Diccionario de Herejías, se pasaban el día con la Trinidad. Surrealismo de nuevo.

La voz de Buñuel se oye en la radio de un coche, diciendo frases de la “Guía de pecadores”. Y en boca de un huésped de la Venta pone otra frase, de sus favoritas: “El odio de la ciencia y el horror de la tecnología me llevarán a la absurda creencia en Dios”.

Otra define su estilo: “Lo admirable de lo fantástico es que lo fantástico no existe: todo es real”.

Genio y figura.
[Leer más +]
51 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
La película que siempre quiso hacer
Cuenta Luis Buñuel que para preparar el rodaje de esta película hizo previamente un estudio profundo acerca de la historia de las herejías, estudio que se había iniciado hacía años con la lectura de “Historia de los heterodoxos españoles”, de Menéndez y Pelayo. A lo largo de ese periodo, el maestro y su fiel guionista y ocasional actor, Jean Claude Carrière, no pararían de reírse a carcajadas. Porque “La vía láctea” es, por encima de todo, una película de humor.

En realidad es la que quiso hacer siempre Buñuel. Por eso, él mismo se sorprende de que el productor aceptara pagarle una gamberrada y de que el público y la crítica la recibieran después de manera bastante entusiasta. En las anteriores, un cura atraviesa una escena, los personajes se encuentran en el interior de una iglesia, un sacerdote dice una misa, etc. En todas hay una pincelada de sátira sutil, casi en grado cero, de la iglesia católica y de sus ilustres representantes. No hace falta ponerle a un clérigo unas orejas de burro para que su aspecto de clérigo sea ya absurdo, anacrónico y ridículo. Por eso, en esta película los impostores son los protagonistas, empezando por los jefes y siguiendo por las divisiones inferiores.

Y no solo los ortodoxos, también los herejes, tan impostores como los primeros pero con la valentía al menos de plantar cara a los que mantienen el negocio.

Crítica, pues, de alto calado. En un restaurante todos hablan de Jesucristo. Camareros y clientes sostienen una refinada conversación sobre la naturaleza del hijo de dios. Si el hijo de dios se presenta de pronto y pide un pedazo de pan lo despedirían seguro porque sus ropas no son las correctas para estar en ese mismo restaurante. Buñuel conocía bien este tipo de hipocresías sociales: las había visto en el colegio en donde tuvo la desdicha de estudiar el bachillerato.

Todo este material en manos de un director sin talento resultaría, en todo caso, una broma privada de mayor o menor nivel. En sus manos, se convierte en una feroz diatriba, rebosante de humor y de inteligencia cinematográfica.
[Leer más +]
23 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más información sobre La Vía Láctea
Fichas más visitadas