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El tiempo que queda (2005)

El tiempo que queda
75 min.
6,6
1.983
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Trailer (FRANCÉS con subtítulos en INGLÉS)
Sinopsis
A Romain, un joven fotógrafo de moda, gay, egocéntrico y arrogante, le diagnostican un cáncer. No hay ninguna esperanza de curación. Su primera reacción es descargar su ira sobre sus padres, su hermana y su novio, al que expulsa del piso que comparten. Ninguno de ellos conoce la razón de su conducta... (FILMAFFINITY)
Género
Drama Enfermedad Homosexualidad Fotografía
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
Le temps qui reste
Duración
75 min.
Guion
Fotografía
Compañías
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Premios
2005: Seminci: Espiga de Plata, Mejor Actor (Poupaud)
"Ozon se aplica a contar con contención una historia hecha de silencios y de pequeñas heroicidades. Es un filme que destaca por su inteligencia, por la sensibilidad (...) Es tierna cuanto le toca, pero también duele, y no poco"
[Diario El País]
8
2
Positiva
5
Neutra
1
Negativa
7
Drama interior de un joven enfermo terminal
Escrita y dirigida por François Ozon ("Cinco veces dos, 2004), se rodó en cinemascope en París, Plenef Val André y Crozon (Francia), con un presupuesto de 5 M euros. Formó parte de la selección oficial de Cannes y en la SEMINCI de Valladolid obtuvo dos Espigas de plata (película y actor). Fueron los productores Olivier Delbosh y Marc Missonnier, se presentó en Cannes el 16-V-2005 y el estreno tuvo lugar el 30-XI-2005 (Francia).

La acción tiene lugar en París y otras localizaciones de Francia, a lo largo de unos pocos meses, en 2004/05. Narra la historia de Romain (Melvil Poupaud), de 31 años, fotógrafo, gay, vitalista, apasionado, impulsivo, egoista, presumido y dotado de un fuerte apetito sexual, al que se diagnostica una enfermedad terminal. Contra el consejo del médico, prescinde de todo tratamiento (quimio y radioterapia) y asume la brevedad del tiempo que le queda. Afectado, silencia su situación y desarrolla un comportamiento irascible que le lleva a aislarse del entorno, viajar y refugiarse en la soledad.

La película focaliza la atención en el drama humano de un joven, profesional de éxito, de situación económica desahogada, que de improviso se ve enfrentado a la fatalidad de una muerte próxima. La obra es el segundo título de una trilogía del autor sobre el tema de la muerte, que se inció con "Bajo la arena" (2000) y que se ha de cerrar con una obra sobre un niño. El film contiene varias de las constantes de Ozon: desintegración de la familia tradicional, naturaleza efímera del amor, vigencia del amor ocasional (amores de un día), dificultad de comunicación de las personas, temor a la muerte, diversidad natural de las orientaciones sexuales y variedad de formas de la cópula de los amantes. En esta ocasión muestra, con realismo poético, un apareamiento homosexual frontal y el de un trío. La obra se apoya en gran medida en la fuerza de las imágenes, los gestos y la expresión corporal. El ritmo narrativo es pausado, sensual, elegante, poético y sugerente, de acuerdo con el sello estilístico del autor. La tensión dramática se basa en la soledad de Romain, la progresiva pérdida de facultades y la aparición de molestías crecientes. Los instintos de supervivencia se mantienen vivos en su afán de fotografiar todo lo que le interesa, su aceptación de dejar descendencia (sobrevivir a la muerte) y de fundirse con la naturaleza en un acto postrero de fe panteista.

La música incluye composiciones de piano y cuerdas y solos de piano de tres autores: "Tenebrae factae sunt" (Marc Antoine Charpentier), Sinfonía nº 3 (Arvo Pärt) y "Für Alisa" (Valentín Silvestrov). La fotografía usa colores predominantemente cálidos, tonos pálidos, luces suaves y contraluces rotundos. El guión explora el mundo interior del protagonista en una situación límite. La interpretación es sobria y correcta. La dirección crea una obra de apariencia sencilla, rica en sugerencias e interrogantes, que mueve a la reflexión.
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29 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Lo que queda del tiempo
Ozon trata el tema de la proximidad de la muerte con una sensibilidad enorme. Renuncia desde el principio a convertir a su protagonista en un mártir o un héroe. Romain (un extraordinario Mevil Popaud) de puro humano hay momentos que resulta antipático (por momentos parece una versión nihilista de Kanji Watanabe, el recto funcionario de Vivir de Kurosawa), aunque la evolución del personaje va limando todas estas aristas (sin llegar en ningún momento a convertirlo en un santo) hasta llegar a uno de los finales más elegantes y sensibles (que no sensibleros; Ozon afortunadamente no juega en esa liga) que uno ha visto en mucho tiempo.

La película solo tiene un punto ligeramente flojo, la historia de la camarera, pero Ozon sabe convertir una historia francamente anecdótica (y algo traída por los pelos) en un momento clave en la evolución del personaje y en un pequeño desahogo en medio de una trama tan sobria como contundente.
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11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
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