Pestañas postizas (1982)

Todo gran actor o actriz tiene un principio, no siempre brillante o glamuroso, lo que está claro es que el joven guapo malagueño veinteañero, al que Almodovar descubrió en "Laberinto de Pasiones", llamó mucho la atención y trabajo no le faltó al mozo. Por otro lado, hablamos de los años ochenta, donde continúa un destape que era una constante en toda película producida en el país, si bien a finales de los 70 se centraban en la figura femenina, en los ochenta ya despelotaban a todos, luego, si eres el guapo del momento, pues a filmarte como dios te trajo al mundo, que no se diga que no cuesta alcanzar la fama.

Esa es la premisa, la excusa: "Pestañas postizas", una excusa que podrían haberse currado mejor, un director nobel, actrices noveles y viejas (Carmen Belloch tiene treinta años en el film, pero aparenta mucho, mucho más vieja) y una historia insulsa donde las haya con prostitutas, homosexuales estereotipados y ¡hasta un número musical! Interpretaciones nefastas, escenas nefastas y decorados nefastos para llevar al cine la historia de una madura fracasada al que su joven y guapo amante la abandona por otra peor aún físicamente, pero con más plata. Ahora está muy de moda el término coloquial "yogurín", pero sólo hay que repasar la historia del cine para saber que no es nada nuevo.

Para empeorar aún más esta horrible película, decir que está doblada, una práctica muy común en el cine español de antaño pero que en los ochenta debería haberse superado, cosa que no ocurre en "Pestañas postizas" y que la hace aún más esperpéntica todavía.

Mala, terriblemente mala.

”El amor no es ciego,
El amor es un caníbal
De visión extremadamente aguda,
El amor es un hijo de puta.”

Gorrinofagia, Rajoy Division

Qué lástima que este film de Enrique Belloch en su día no se distribuyese en cines. Él y su compañero en el grupo de teatro Quart 23 Francisco Romá ya andaban realizando un cine deudor del Fassbinder enamorado de Douglas Sirk y los melodramas si no antes que el negado plagiarista Almodóvar seguro que en paralelo. Y con planificaciones cercanas al cine de Rainier en lo formal -con decorados en plató, algo totalmente en desuso en el cine español de finales de los setenta e inicios de los ochenta- y lo narrado, sin las estridencias de moderno paleto que siempre gustaba de incorporar Almodóvar tras robárselas a McNamara. Y qué pena que, como siempre, el puto buitre que sabe aprovechar la carroña, el mafioso de Enrique Cerezo, secuestrase los negativos del film a precio de saldo tras quebrar la empresa que lo distribuía en vídeo. Cuenta Belloch -en una muy bonita anécdota para calibrar el modo de operar de Enrique- que Cerezo había trabajado a finales de los setenta en Tres En Raya de Roma con ellos en calidad de foquista y aprovechando que se conocían creía que hablando con él podría llegar a un acuerdo para recuperar los derechos de su propia peli. Pues bien: no lo permitió.