Párpados (1989)

Chúpamela con rigor, por favor. Viólame doblemente, sin freno.
Todo es copia y abandono, baratija en mercado negro, perdición y fiesta. Nada es auténtico ni original.
El arte, si es bueno, es una suma de retazos robados descaradamente a otros, trozos imitados, impunemente arrebatados, cortados, saqueados. El gran artista es el que más se fija en lo que hacen los demás, o dicho de otra manera, el que es capaz de romper algo para a continuación construirlo de nuevo, pero de otro modo, igualmente bello.
La libertad es reflejo, la alegría es siempre otro.
Uno no existe, es un sueño, una ficción, un timo, solo tiene algún sentido si está claramente repetido, duplicado, en serie doblado.
El arte de los cortes, el amor de las imágenes y las series, al calor de los sonidos, ese es Iván Zulueta, un genio, con esa facilidad para juntar y descubrir, para imaginar y reciclar, para mostrar sin pudor pero con una innata elegancia, para crear, gratis además, felicidad, para levitar como un santón indio.
Cuánto le echamos de menos.
Ellos dos son bellos y la luz de Madrid en verano es un regalo y las gemelas son como Adán y Eva.
Adiós muy buenas.

"Párpados" es un capítulo de la serie de TVE "Delirios de amor", y está rodado en color y en 16 mm. Curiosamente, pese a que en este trabajo Zulueta poseía más medios que en sus cortos experimentales de los 70, el resultado es inferior. Los diálogos son demasiado literarios y pedantes, y suenan impostados, y el conjunto resulta soportable sólo por los actores, Marisa Paredes, un Eusebio Poncela con pendiente (es interesante el parecido físico que se propone entre él y ella, aunque no llegue a lo inquietante) y una encantadora y siempre desaprovechada Marta Fernández Muro.

Zulueta mira de reojo aquí el cine de Pedro Almodóvar y la comedia madrileña de los años 80, pero sin llegar a esforzarse en crear una historia tan sólida como las habituales en este tipo de cine. Como tampoco hay una voluntad muy clara de vanguardia o experimentación, este episodio se queda en una tierra de nadie poco fructífera, que se recrea en las vistas de la Gran Vía madrileña.