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Crítica oficial de Filmaffinity

El cine. La vida

"No pienso en el futuro. Para mí el futuro es la muerte, aunque no tengo prisa por llegar". Agnès Varda pronunciaba estas palabras en una entrevista en mayo de 2018. Moriría a los 90 años en marzo de 2019, dejando una carrera cinematográfica que comenzó en 1955. Cuando Varda rodó su primera película, "La pointe courte", aún faltaban tres años para que debutase Chabrol, cuatro años para que Truffaut estrenase "Los 400 golpes" y cinco para que Godard convulsionase las pantallas con "Al final de la escapada". Rivette solo había rodado cortometrajes y Resnais, únicamente cortos documentales.

De modo que basta de pamplinas referidas a Varda como "la abuela de la Nouvelle Vague". Agnès Varda ES la Nouvelle Vague. Una artista total, ninguneada durante décadas a la sombra de los tótems masculinos que, como ella, no menos, pero tampoco más, revolucionaron el cine. Varda ha filmado más de 40 películas, sin incluir sus cortometrajes, ha realizado filmes de ficción y documentales, agitando conciencias y pantallas en todos ellos, ha filmado tanto a sus vecinos parisinos como a los Black Panthers, tanto los recuerdos de infancia de su marido Jacques Demy como las anticipaciones posibles de una Europa futura.



"La pointe courte", su debut, aún permanece como un modelo de obra de ficción con espíritu documental. "Cleo de 5 a 7", vista hoy, resulta tan conmovedora y revolucionaria como el mejor Godard. En los años setenta, mientras solo Cassavetes sostenía el cine independiente estadounidense, Varda rodaba maravillas libertarias como "Una canta, otra no" y "Daguerréotypes". En los ochenta, cuando nadie recordaba ya el movimiento hippie, Varda era capaz de filmar, con 64 años a cuestas, la película más hippie de la historia del cine, "Sin techo ni ley". En el año 2000, para empezar el nuevo siglo, podía lanzar un bofetón de calibre sísmico a la sociedad contemporánea como "Los espigadores y la espigadora". En 2018, con 89 años, llegaba a aliarse con un artista y fotógrafo callejero de 34 para elaborar la más lúcida reflexión de la década sobre el arte, el cine y la vida en "Caras y lugares"… ¿Hace falta seguir?

El estreno de "Varda por Agnès", la película que cierra su filmografía, debería considerarse un acontecimiento en cualquier país civilizado que respetase y valorase la cultura. Hay que agradecérselo a 'A Contracorriente Films', que con esta película encabeza la iniciativa 'Visiones de cine', con la que estrena seis películas documentales inéditas centradas en diferentes personalidades cinematográficas (Bergman, Welles, Keaton…) que permanecerán en cartel una semana cada una.

En el cierre de "Varda por Agnès", la cineasta recupera parte del metraje de su anterior película, “Caras y lugares”, así como la compañía de su camarada y cómplice en aquel viaje, el fotógrafo JR, de tal manera que ese desenlace supone una asumida clausura a una filmografía de más de 50 años. Un regreso al pasado, aunque sea un pasado inmediato, para certificar el fin de una carrera que siempre se ha sostenido en el compromiso y el afán ácrata. En "Caras y lugares", JR fijaba en un antiguo bunker nazi una foto del amigo y artista Guy Bourdin, tomada por Varda en 1960. En "Varda por Agnès" esa foto regresa para que la síntesis artística perfecta se haga presente: una fotografía tomada en los años de juventud se integra en el testamento fílmico de la autora, modificada por un compañero de aventuras artísticas. Este es el último plano de la película, pero su comienzo también es asombroso: los títulos de crédito con los que se abre "Varda por Agnès" son, en realidad, tanto por duración como por estética, unos créditos finales. Varda dice adiós desde el primer fotograma de su película.



Agnès Varda, sin embargo, no concibe esta última obra de su filmografía como una recapitulación o como un sumario. Todo lo contrario: se trata de un examen a su carrera anterior, analizada para cuestionarla o afianzarla según sus criterios de hoy, según su afán de mujer comprometida que mira hacia atrás para observar lo que el paso del tiempo ha hecho con lo que un día filmó. Varda cambia al igual que el tiempo avanza, al igual que nosotros, espectadores, somos uno y muchos según progresan las películas a las que nos asomamos.

Agnès Varda ha accedido al milagro de la vida convertida en cine. "La vida era la pantalla" y "Siempre he preferido el reflejo de la vida a la vida misma", aseguraba Truffaut. Varda indaga con afán en los dos territorios y los fusiona desde el espíritu de una artista que bebe de ambos. La vida y el cine. El cine y la vida. Aún más, el cine como compromiso, como análisis de la vida. Como sólo Godard ha logrado volcar en la pantalla, Varda accede a la crítica sociopolítica convertida en cine, a la agitación militante convertida en creación artística. La única diferencia estriba en que Godard lo hace desde la furia o el cinismo y, en ocasiones, desde la acritud, mientras que Varda lo logra desde la emoción y la más profunda alegría.

Una artista que se desnuda como creadora y como mujer. Una artista que sublima su trabajo. Y mientras se entroniza a cineastas banales o exhibicionistas, mediocres o altaneros, o directamente farsantes, la obra de Agnès Varda pervive en la memoria cinéfila como una de las más honestas que haya dado la historia de un arte que aún parece ilimitado.
Escrita por Miguel Ángel Palomo
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