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Crítica oficial de Filmaffinity

¿La comedia era esto?

¿Cuándo se peleó el cine español con la comedia? Nos referimos a las comedias con pretensiones de gamberrismo (no hace falta invocar siempre a Berlanga). Comedias desmadradas, que hagan alarde de desfachatez… Por no echar la vista demasiado atrás, en esta década el cine español sufrió películas como “Que se mueran los feos” o “Tensión sexual no resuelta” en 2010. De los dos últimos años, aún se evocan con cierto escalofrío cosas como “Toc Toc” y “Señor, dame paciencia”. Y en 2019 ya hemos sufrido el estreno de “¿Qué te juegas?”. La sombra televisiva de éxitos como “Aída” o “La que se avecina” permanece presente… Ni siquiera el éxito de “Ocho apellidos vascos” en 2014 sirvió más que para entregar una mediocre secuela, no para reavivar esperanzas para un futuro.



Habrá que confiarse a autores que aún no existen, porque “Lo dejo cuando quiera” no va a ser la película que enderece las cosas; más bien al contrario, abunda hasta el hartazgo en el panorama antes descrito. Resulta que tres amiguetes de la universidad, ahora ya creciditos, poseen unos cualificados cerebros, pero malviven entre el paro y los trabajos precarios. Ah, pero descubrirán que un complejo vitamínico que ha fabricado uno de ellos viene de perlas como alucinógeno para el mundo de la noche. Y allá que se van, como desnortados émulos del Walter White de “Breaking Bad”, a subir peldaños en el tráfico de sustancias con la ayuda de un delirante mafioso, dueño de una gigantesca discoteca, un maleante encarnado por un desatado Ernesto Alterio que se convertirá, sin esfuerzo, en lo más divertido de la función, a pesar de que su maldad provocará uno de los gags más execrables del filme: la succión, presuntamente carcajeante, por parte de Ernesto Sevilla, de los testículos amputados de unos malhechores rusos, enemigos de Alterio. ¿En esto se resume un latigazo de presunto humor agresivo?

Entre semejante desenfreno, aún habrá tiempo para que el propio Sevilla ligue con una dura inspectora de policía, para que David Verdaguer recupere el amor y la admiración de su esposa y para que Carlos Santos luzca su dominio de las lenguas clásicas. “Lo dejo cuando quiera” es un remake cañí de la, ya de por sí poco memorable, “Smetto quando voglio”, estrenada en España como “Lo dejo cuando quiero”, que en Italia cuenta ya con tres entregas. El hilo conductor de la cosa sería la abundancia de constantes guantazos, como si de un desvaído “slaptick” se tratase, además de los chistes escatológicos, los convencionalismos narrativos y la desmesura visual, con una cámara aquejada del baile de San Vito.

Por debajo de todo ello, se intuye una leve crítica al estado de la sociedad española, a la inseguridad laboral y al desperdicio de años de estudio y preparación que no se ven valorados por un statu quo más preocupado por el hedonismo, el arribismo y la acumulación de dinero. Se intuye, sí, pero con mucho esfuerzo por parte del apabullado espectador, que intenta sobrevivir a unas imágenes envueltas, cómo no, en una música atronadora, y a una sucesión de chistes soeces que serían cuestionables incluso en la más rijosa “sitcom”. Los personajes parlotean sin cesar, dicen diversos chascarrillos con esfuerzo digno de mejor causa, se meten en líos cuya resolución puede anticipar hasta un mocoso y, de nuevo, como en tantos cientos de comedietas, desvelan que, pese a que aborden alguna maldad que otra (ahí es nada que nuestros héroes sean unos tipos que empastillan sin pudor a una multitud de adolescentes descerebrados), tienen un corazón más grande que la macrodiscoteca en la que ejercen de camellos.



David Verdaguer, Carlos Santos y Ernesto Sevilla son tres buenos actores (muy buenos los dos primeros), cada uno con un registro diferente y personal, que hacen lo que pueden para sacar adelante a unos personajes que no son sino marionetas movidas por los caprichos del libreto. Lo único que puede ilusionar en este dislate es que Verdaguer podrá darse a conocer a un público ausente de sus trabajos en películas como “10.00 kilómetros” o “Verano 1993” y que Santos, que casi revive al Povedilla de “Los hombres de Paco”, muestra cómo su talento puede brillar sostenido apenas por un par de frases, por un par de hilos de guion (a pesar de que su personaje cargue con otro de los más grotescos gags de la función, en el que disfraza de unicornio a un poni para llevarlo a una fiesta de cumpleaños infantil, donde el animal sufrirá una erección ante los ojos de las criaturas).

Todo ello son migajas en un mantel arrugado y de saldo. En “Lo dejo cuando quiera” quedan muy lejos los territorios de la diversión. Conseguir apenas un par de sonrisas en una película que propone, casi, un gag por secuencia, es un paupérrimo resultado. Pero más infausta resulta la comprobación de que el posible regreso a las comedias cavernícolas del peor cine español, basadas en la trivialidad intelectual y las burlas chabacanas y excrementicias, además de en personajes sonados o directamente abyectos, puede estar más cerca de lo que se piensa.
Escrita por Miguel Ángel Palomo
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