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Crítica oficial de Filmaffinity

Los muñecos y la vida

Hace casi 25 años que conocimos por primera vez a los juguetes de "Toy Story". Y hace casi 10 años que vimos cómo Andy, su dueño, cumplía 18, se trasladaba a la universidad y entregaba sus muñecos a una niña llamada Bonnie. Quizá ya no se recuerde, pero la magia de la factoría Pixar comenzó en 1995, con aquella primera película creada íntegramente por ordenador. Por entonces, todos éramos otros. Como las películas. Siempre son otras, tienen su propia vida y no necesariamente han de caminar de nuestra mano. Pero algunas sí lo hacen. Ninguno de los espectadores de entonces podía atisbar siquiera la futura magia de Pixar, aunque después llegaron, sucesivamente, "Bichos", "Monsters S.A.", "Buscando a Nemo" y tantas otras. Y, así, mientras los espectadores vivíamos, Pixar hacía películas que nos acompañaban. Hasta hoy, cuando Pixar es ahora Disney, pero sigue a nuestro lado. Y nos trae más juguetes.

"Toy Story" ya no es una trilogía. Es una tetralogía de pleno derecho. Este reencuentro con Woody, Buzz y los demás no es una reunión cualquiera. Es una celebración en toda regla, porque se puede afrontar con ojos inéditos o con los de quienes crecimos con ellos. Y bajo ambas miradas, el hechizo pervive. A ver quién se atrevía a tocar el cierre perfecto en que se convirtió la tercera entrega. Pixar se ha atrevido. Debemos agradecerlo.

Lo cierto es que, en los primeros minutos, cuesta un poco entrar en esta nueva cita. Un prólogo en el que Woody rescata a un juguete perdido y la presentación de Bonnie suenan a imágenes ya vistas, dan la sensación de material reciclado. Pero eso solo es el calentamiento porque, de inmediato, llegará uno de los hallazgos de la película, un nuevo personaje que Bonnie construye, en su primer día de colegio, con un tenedor de plástico, una cuerda y dos ojos de mentira: Forky, un juguete que no sabe que lo es; al estar fabricado con elementos recogidos de la basura, su obsesión será volver a ella, de modo que Woody será quien lo introduzca en su nueva vida (y habrá de afrontar que ya no es el juguete preferido, lo que le llevará a una pequeña crisis de identidad). Un personaje creado por otro con sus propias manos, que desde la absoluta simplicidad llenará la pantalla de humor, simpatía y reflexión. Pixar, en resumen.



A Forky se le añaden otros nuevos personajes y algún reencuentro: entre los primeros brilla Duke Caboom, un motorista de los años 70 que fue desechado por su dueño al no poder cumplir lo que prometía su anuncio en televisión (al que Keanu Reeves presta su voz en un doblaje excepcional en la versión original), dos peluches de feria, Bunny y Duckie, y Gabby Gabby, una muñeca de porcelana que se convierte en la malvada de la función, arropada por sus sirvientes, unos muñecos de ventrílocuo con los rasgos del más puro cine de terror. Entre los segundos, sí, vuelve Bo Peep… y no conviene desvelar nada más.

"Toy Story 4" es una película entregada al sentido de la aventura, del descubrimiento. Los muñecos se asomarán casi inevitablemente a una nueva vida, a una forma diferente de mirar, a unos nuevos amigos, a una nueva experiencia vital (Buzz con su regocijante "voz interior") o a nuevas certezas sobre sí mismos ("soy quien soy ahora", asegura Duke Caboom). Como en la mayoría de sus películas, Pixar habla de temas universales: la amistad, el compromiso, el sacrificio, la pertenencia… Y de nuevo lo hace sin engolar la voz, sin falsas declamaciones, con la sencillez de quien se sabe dueño de un discurso propio.

La aventura, exterior e interior, como en todos los buenos relatos, llevará a los protagonistas a vivir tanto peripecias como emociones. Y en esta ocasión, la película basa gran parte de su metraje en solo dos decorados, una tienda de antigüedades y una feria. Y en todo momento se adorna de una brillantez visual asombrosa, en la que las texturas de los muñecos, los volúmenes, la iluminación y la precisión de los movimientos de cámara alcanzan cotas inauditas. El uso de la profundidad de campo en "Toy Story 4" y su valor narrativo permitiría un estudio plano por plano que pocas películas de imagen real soportarían. Aún más, el filme toma como desafío el hecho de que cada plano esté lleno de contenido e información, en una especie de 'horror vacui' en el que no se permite una sola zona muerta en cada encuadre.



Todo ello resplandece en un último tercio de película que se desboca a conciencia y enlaza una aventura tras otra con un ritmo casi insostenible, apoyado en un guion de pasmosa meticulosidad, que llena de sensaciones cada secuencia para, de inmediato, llevarla aún más lejos y continuar con otra todavía más explosiva, hasta llegar a un desborde de emociones en un inolvidable desenlace. Todas las películas de acción de los últimos años deberían asomarse al trazado narrativo de estos minutos de "Toy Story 4" para aprender a distinguir entre velocidad y confusión, entre acumulación y simple hacinamiento, entre emotividad y farsa.

Los muñecos se embarcan en la búsqueda de eso que algunos artistas llamaban "lo maravilloso", que quizá no sea más que la búsqueda de sus propios anhelos o frustraciones. Y, claro, también los nuestros. Quién nos iba a decir que, tantos años después, serían unos juguetes quienes nos enseñarían algunas verdades y nos mostrarían algunas decepciones. Y que la sentencia de Truffaut "la vida era la pantalla" iba a resultar tan cierta y tan tangible en una película de dibujos animados.
Escrita por Miguel Ángel Palomo
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