Terminal (2000)

A veces el cine colombiano puede pasar por dos variantes: la primera es la del folclor, lo autóctono, invocando costumbres regionales o profundizando en ironías y bibliografía sobre el conflicto, el sicariato, la corrupción. La segunda es la de la pose intelectual, la de la experimentación de moda, la de la parsimonia gratuita y el guión con invocación poética. Terminal entra en esta segunda variante y se queda, así, en un perfil de ese cine francés que se pone ínfulas de hacer arte y que se defiende con pipas y bufandas en las presentaciones.
En esta historia, Julian, interpretado por el gran actor Fabio Rubiano, sufre las consecuencias de una derrota amorosa. Su gran amor, Mara, interpretada por Victoria Góngora, lo abandona: ha dejado de quererlo, aunque bien llega a hablar de rencor y resentimiento que no entendemos por qué. A lo mejor, la indiferencia ante la tragedia colombiana que sale en los periódicos ha decepcionado profundamente a esta mujer que es parte de un grupo de universitarios que lucha por mejoras en diferentes áreas. Por lo que haya sido, Mara simplemente se va.
Asistimos el resto de la película a una agonía completa de Julián, un desbarajuste emocional que, con delirios y locuras discursivas, se queda más en la interpretación del actor que en la historia. Y se tiene la sensación de que el tiempo se pudo ocupar en otras cosas: no solo el espectador, sino también el mismo Julián, por no decir Rubiano.
Película en la que se invoca lo europeizante: el típico desnudo del desvalido, la pose fetal del cuerpo, la habitación desolada. De pronto no asistimos a una película, sino a un homenaje desenfadado.