arrow

Dublineses (Los muertos) (1987)

Dublineses (Los muertos)
81 min.
7,3
8.135
Votar
Plugin no soportado
Añadir a listas
Tráiler (INGLÉS)
Sinopsis
El día de la Epifanía de 1904 está a punto de empezar una de las fiestas más concurridas de Dublín, la de las señoritas Morkan. Entre los invitados se encuentra Gabriel Conroy, sobrino de las anfitrionas y marido de la hermosa Gretta. Esa noche, los invitados disfrutan de una magnífica velada. Gabriel, muy enamorado de su esposa, observa su emoción cuando suena una antigua canción de amor. De vuelta a casa, Gretta le confiesa un secreto. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Años 1900 (circa) Navidad Drama de época
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Reino Unido Reino Unido
Título original:
The Dead
Duración
81 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Reino Unido-Irlanda-Estados Unidos;
Grupos
Adaptaciones de James Joyce
Links
Premios
1987: 2 nominaciones al Oscar: Mejor vestuario, guión adaptado
1987: Círculo de Críticos de Nueva York: 5 nominaciones, incluyendo a mejor película
1987: Premios Independent Spirit: Mejor director y actriz sec. (Huston). 4 nominaciones
1987: Premios David di Donatello: 2 nom., incl. mejor director extranjero (Huston)
8
Gretta querida, ¿en qué piensas?
Huston se moría. Así de simple. Y dotó a esta película de ese ambiente de recapitulación, de rendir cuentas ante aquello que se desvanece. Un retrato vívido, puro. Un epitafio en movimiento ideado y consumado desde una mascarilla de oxígeno. Y es que no hay nada tan vivo como un hombre frente a la muerte.

Huston se moría y decidió que no podía posponer más la adaptación de este relato. Todos debían entender qué significa que suene “la joven de Aughrim” mientras revolotea el pasado, arañan los recuerdos y los muertos nos reclaman.

Decidió que no podía esperar ni un minuto más para rodar la nieve cayendo sobre el universo.
[Leer más +]
113 de 129 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
Cuando venga al fin la nieve
Los muertos se marchan, pero nunca del todo, y aunque les creamos muy lejos y ajenos ya a nuestro mundo, se resisten siempre a abandonarlo y siguen en él durante largo tiempo, igual que cuando vivían y cumplían, por banal o insignificante que fuera, un papel en nuestras vidas. No existen porque se fueron, y sin embargo ahí continúan, tenaces y persistentes y aferrados al espacio de los vivos, quién sabe si a la espera o en descanso y contemplación, posados en los objetos que tocaron y en los vasos de que bebieron, en los ecos de las risas de quienes rieron algún día sus bromas y entre las notas dormidas de canciones que, al despertar, despiertan también su recuerdo en aquellos que les conocieron mientras vivieron. No respiran ni padecen y nadie puede volver a verlos, pero nos miran y nos hablan y vagan entre nosotros, aguardando a que la memoria de los vivos dicte algún día su definitiva disolución, porque nadie vive para siempre pero tampoco muere nunca del todo, aunque su cuerpo deje algún día el mundo que conocemos.

John Huston aún no estaba muerto cuando rodó “Dublineses”, pero apenas pertenecía ya al mundo de los vivos. Su cuerpo estaba postrado en una silla de ruedas y el oxígeno que respiraba no lo recibía ya del aire, sino a través de bombonas, máscaras y tubos adheridos a su cuerpo de ochenta años. Vivía y sufría y, sin embargo, había empezado a ausentarse del mundo. John Huston intuía ya el final. El final de las risas, el final de los bailes y las canciones, el final de las antiguas costumbres y de los ritos cotidianos, de las borracheras y de las promesas de redención, de los brindis y los discursos y los buenos propósitos, el final del amor y también el final del dolor. Como cada año os reuniréis, dice Huston, y yo no estaré sentado a la mesa con vosotros. Beberéis y comeréis y yo no estaré con vosotros. No estaré cuando cantéis y bailéis ni cuando arregléis vuestro mundo con un habano y una copa en las manos. Seré un rostro amarillento y ajado en una vieja fotografía, cada vez más frágil y tenue, a merced de vuestra memoria. Pronto seré también una sombra.

Hay quien señala en esta película taras sin número: se sostiene sobre abundantes diálogos, en buena medida triviales y accesorios; no hay nada que se pueda llamar un auténtico conflicto; es plana y funcional; los setenta primeros minutos, en fin, son una simple introducción al último cuarto de hora. Es muy posible, sin embargo, que quienes así opinan estén olvidando que a Huston nunca le importó tanto el cine como la vida y que, en buena medida, la vida es así, trivial, plana y repleta de palabras y momentos intrascendentes que sólo adquieren relieve cuando ya nada importa y puede brotar, por ello mismo, la belleza sencilla y serena de la auténtica poesía, la de esos inigualables quince minutos finales, en los que Huston invoca a su propia sombra, una sombra que nos recuerda lo que sin duda seremos un día, cuando venga al fin la nieve y no estemos allí para verla caer.
[Leer más +]
100 de 104 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más información sobre Dublineses (Los muertos)
Fichas más visitadas