Trailer (INGLÉS)
Ver 2 más- Sinopsis
- George Monroe (Kevin Kline) es un maduro arquitecto que se propone construir la casa de sus sueños. Pero, cuando decide poner en práctica sus deseos se encuentra sólo: su mujer se ha separado de él, su hijo está enganchado a las drogas y a él le han diagnosticado una grave enfermedad. (FILMAFFINITY)
- Género
- Drama Melodrama Familia
- Dirección
- Reparto
- Año / País:
- 2001 / Estados Unidos
- Título original:
- Life as a House
- Duración
- 126 min.
- Guion
- Música
Premios
En USA consiguió buenas críticas pero pobres resultados en taquilla.
Staff
[FilmAffinity]
7
1
Positiva
5
Neutra
1
Negativa
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Así es el cine (Crítica Nº 17)
17 de marzo de 2010
Me tomaré un permiso para comentar esta película, que espero sepan disculpar. Que esta es una historia edulcorada, simplista y melodramática por momentos, es verdad. Pero a mi me ha tocado de cerca (su argumento refleja en varios puntos mi propia historia con mi padre) y eso, resalta las cualidades mágicas del cine: A veces, no hace falta ver una obra de arte, para conmoverse al extremo, para sentirse parte de algo más grande que tu mismo o para simplemente pensar que este mundo, en ciertas ocasiones, no es tan miserable como parece.
Para mi Viejo, donde quiera que esté.
Para mi Viejo, donde quiera que esté.
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35 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
El efecto postal
14 de julio de 2009
La casa de mi vida es una postal. Como un bello retrato de un precioso paisaje se ve tan rápido como desgraciadamente se olvida, porque es una pena las virtudes que esta película sin lugar a dudas tiene, pasen inadvertidas cuando realmente hubieran merecido mucha más atención. Es muy fácil atacar una cinta como La casa de mi vida, pero no por ello hay que desdeñar sus aciertos, que en este caso superan a los defectos.
Apoyada y adornada por unos atardeceres del océano Pacífico tan bellos que casi parecen irreales, los seres de La casa de mi vida se mueven siempre por un acantilado emocional tan imponente como el que se encuentra donde ellos viven. Un hombre solitario al que quedan pocos meses de vida. Su ex mujer cautiva de sus propias y erróneas decisiones, y el hijo de ambos, un ser perdido en una ajetreada marea emocional y decidido por tanto a odiar a todo aquel que entre en su entorno. Todos en busca de una segunda oportunidad. Este es el panorama que se presenta a los héroes de nuestra cinta, y que sabemos, en la mayoría de los casos, superarán como héroes que son. Porque desde luego, si de algo se puede acusar a la película, es de previsible. Su guión no quiere sorprender, sino emocionar, al precio que sea, por lo que el argumento en general y la mayoría de los personajes secundarios (Steenburgen o Somerhander), son trillados y mil veces vistos, en películas como esta y en interminables telefims.
Pero como toda buena postal, la primera vez que se vea impactará su sencilla pureza y su preciosismo. Y cada vez que se vuelva a ver siempre se apreciará la belleza de sus imágenes y la oportunidad de ver tres actores magistrales, contenidos en unos papeles que podrían haber derivado al exceso, e impresionantes en cada uno de sus personajes y secuencias. Kline, habiendo demostrado lo excelente cómico que es (por ejemplo, In & out), hace el papel más dramático posible y lo resuelve con una maestría única. No solo su transformación física es espectacular, también lo es toda su interpretación, cargada de sinceridad y naturalidad. Como la de Scott Thomas, esa gran actriz algo desaprovechada, que aquí nos regala el terrenal retrato de esa mujer a la que sus propias decisiones han encadenado, y que pese a ello, profesa un amor único y sin arrepentimientos por sus seres queridos. Y Christensen, que si sus detractores lo vieran en interpretaciones como esta o la de El precio de la verdad, apreciarían sus enormes dotes dramáticas, aquí en un papel que permite al actor evolucionar a verdadero ángel caído, siempre intenso y natural, con un personaje que acaba conmoviendo casi tanto como la cinta en sí.
Las relaciones entre estos tres personajes, equívocas, esquivas y llenas de aristas se convierten en lo mejor de una película humana y sencilla, que hubiera resultado mucho más memorable con un director y un guión que hubiesen dado otra vuelta de tuerca a la historia, y no apelasen tan unilateralmente a la lágrima fácil.
Apoyada y adornada por unos atardeceres del océano Pacífico tan bellos que casi parecen irreales, los seres de La casa de mi vida se mueven siempre por un acantilado emocional tan imponente como el que se encuentra donde ellos viven. Un hombre solitario al que quedan pocos meses de vida. Su ex mujer cautiva de sus propias y erróneas decisiones, y el hijo de ambos, un ser perdido en una ajetreada marea emocional y decidido por tanto a odiar a todo aquel que entre en su entorno. Todos en busca de una segunda oportunidad. Este es el panorama que se presenta a los héroes de nuestra cinta, y que sabemos, en la mayoría de los casos, superarán como héroes que son. Porque desde luego, si de algo se puede acusar a la película, es de previsible. Su guión no quiere sorprender, sino emocionar, al precio que sea, por lo que el argumento en general y la mayoría de los personajes secundarios (Steenburgen o Somerhander), son trillados y mil veces vistos, en películas como esta y en interminables telefims.
Pero como toda buena postal, la primera vez que se vea impactará su sencilla pureza y su preciosismo. Y cada vez que se vuelva a ver siempre se apreciará la belleza de sus imágenes y la oportunidad de ver tres actores magistrales, contenidos en unos papeles que podrían haber derivado al exceso, e impresionantes en cada uno de sus personajes y secuencias. Kline, habiendo demostrado lo excelente cómico que es (por ejemplo, In & out), hace el papel más dramático posible y lo resuelve con una maestría única. No solo su transformación física es espectacular, también lo es toda su interpretación, cargada de sinceridad y naturalidad. Como la de Scott Thomas, esa gran actriz algo desaprovechada, que aquí nos regala el terrenal retrato de esa mujer a la que sus propias decisiones han encadenado, y que pese a ello, profesa un amor único y sin arrepentimientos por sus seres queridos. Y Christensen, que si sus detractores lo vieran en interpretaciones como esta o la de El precio de la verdad, apreciarían sus enormes dotes dramáticas, aquí en un papel que permite al actor evolucionar a verdadero ángel caído, siempre intenso y natural, con un personaje que acaba conmoviendo casi tanto como la cinta en sí.
Las relaciones entre estos tres personajes, equívocas, esquivas y llenas de aristas se convierten en lo mejor de una película humana y sencilla, que hubiera resultado mucho más memorable con un director y un guión que hubiesen dado otra vuelta de tuerca a la historia, y no apelasen tan unilateralmente a la lágrima fácil.
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