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Silvio (y los otros) (2018)

Silvio (y los otros)
150 min.
6,3
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Sinopsis
Silvio Berlusconi (Toni Servillo) se encuentra en el momento más complicado de su carrera política, recién salido del gobierno y con las acusaciones de corrupción y de sus conexiones con la mafia a punto de llegar a los juzgados. Sergio Morra (Riccardo Scamarcio) es un atractivo hombre hecho a sí mismo que sueña con dar el salto de sus cuestionables negocios de provincia a escala internacional. El camino más rápido para conseguirlo es acercarse a Silvio, el hombre más poderoso de Italia. Para Sergio solo hay una manera de llamar la atención de Il Cavaliere: las fiestas, las velinas, las extravagancias y el exceso.

La versión original estrenada en cines en Italia consta de dos películas: 'Loro 1' y 'Loro 2'. Para su distribución en el resto del mundo se ha hecho una sola película de 150 minutos de duración (54 minutos menos que la suma de las dos partes). (FILMAFFINITY)
Género
Drama Biográfico Política
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Italia Italia
Título original:
Loro: International Cut
Duración
150 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Italia-Francia;
Links
8
"- ¿Crees en Dios? - Sólo los lunes".
Si en La grande bellezza (2012) Paolo Sorrentino y su habitual director de fotografía, Luca Bigazzi, se recreaban de un modo barroco con el barroquismo romano (en todos sus sentidos: Italia, el país de las pasiones; el país de la abundancia; Roma, la ciudad barroca por excelencia) en Silvio (y los otros) (2018), la versión comercializada internacionalmente en una única cinta que aúna las dos partes ideadas por el director, la estética es rococó. Es un paso más en el ideario sorrentinesco: un estilo que ladea entre la genialidad cinematográfica y lo hortera (kitsch), entre la hiperestetización de la imagen y el retrato del vacío. Aquí pasa la raya y para retratar no sólo a Berlusconi sino al mundo que rodea la figura de Berlusconi ("loro") (y que en palabras del ex-primer ministro aquí “es exactamente igual que él”) se sirve de una estética videoclip que percorre toda la cinta, de un abierto horterismo que coquetea de manera absoluta con el sentido del ridículo. Podríamos decir que si Spring Breakers (2012) fue el videoclip más largo de su año, Silvio (y los otros) es el videoclip más largo de 2018 (sin las connotaciones negativas que los puristas podrían darle al término “videoclip”): sobre una figura fundamental para la historia política italiana que forma parte ya del ideario colectivo de político corrupto rico que abusa de su posición de poder para hacer, básicamente, lo que le venga en gana: un ejemplo paradigmático de lo que puede derivar de la política institucional y que también conocemos en España, aunque de iconografía más abstracta.

Es una película abiertamente asimétrica y posmoderna en tanto cuanto abandona el esquema tradicional para perderse en una repetición pseudo-caótica de escenas que representan la nadería (el vacío) del patriarcado y del capital italiano (y de “sus mujeres”). El personaje de Sergio Morra (que podríamos considerar co-protagonista) no va a ninguna parte y Silvio realmente tampoco. Podríamos tomarlo como una versión menor del mismo Silvio y como meramente un ejemplo más de esa “alta sociedad patriarcal”. Una repetición sin fin de escenas pasadas dos o tres veces por posproducción (el autotune cinematográfico) que retratan, a grandes rasgos, una y otra vez lo mismo: hombres ricos abusando de su posición de poder cuya ambición es ser más ricos y tener más poder (y cuando ya no se puede: ¿qué queda? ¿cuál es la diferencia entre Morra y Silvio?) y mujeres (hipersexualizadas) que prostituyéndose y usando la seducción aspiran a ser cómplices de eso, con alguna salvedad. Sorrentino no muestra crítica en ningún momento: simplemente enseña. Y quizás esa hipersexualización de la mujer (y la banalización completa y absoluta de su carácter, la supeditación al hombre) se deban a que la cámara nos está enseñando el reflejo del ego de Silvio, su propia visión de su mundo y de sí mismo. Por eso no podemos sino referirnos a los hombres ricos que pueblan esta cinta como “patriarcado del capitalismo”: hombres ricos que usan a mujeres que aceptan ese rol o que, por necesidad, no pueden sino aceptarlo. Puede que lo asimétrico, caótico y repetitivo de esta cinta sea fruto, en parte, de la necesidad de generar una versión unitaria de Loro I y Loro II. Festival estético hacia ningún lado, que huye de los convencionalismos narrativos y de los personajes con principio y fin y del centro narrativo para habitar sus bordes.

El trabajo interpretativo de Toni Servillo es magistral: el grado de mímesis y ensimismamiento con su personaje es tal que a partir de ahora, para mí, Berlusconi tiene su cara y su bótox es el suyo aquí y no el de él. Brillante. Si no es la mejor interpretación de este año que inventen más premios y si no es de lo mejor que veremos en los próximos años ¡qué suerte la nuestra! Al nivel del mejor Joaquin Phoenix o Daniel Day-Lewis.

Ese peculiar ladeo sorrentinesco en el tratamiento de la imagen, junto a su habitual genialidad para retratar personajes de la alta sociedad y entornos donde “la nada” sobrevuela, hace de Silvio (y los otros) un peculiar cóctel que busca épater al espectador afín a los convencionalismos con escenas tan inverosímiles como las de una desorbitante fiesta privada en la que “caramelos” con forma de caras deformadas al modo de Francis Bacon o de su sucesor cinematográfico en este ámbito, David Lynch (véase Ant Head (2018), su último trabajo), irrumpen en pantalla como las ranas en la peculiar Magnolia (1999). La última escena es, simplemente, una maravilla: el mejor cierre posible.
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50 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Silvio (y los otros) o La historia de un hombre que creyó ser un dios
La última película de Sorrentino se antojaba como un regalo de Reyes anticipado y, aunque quizás no haya estado a la altura de sus mejores obras (cosa harto difícil, por otro lado), vuelve a dejarnos una muestra de buen cine, de trabajo hecho con minuciosidad, exquisitez y profundidad, de primeros planos para el recuerdo y de diálogos profundos que nos plantean cuestiones existenciales.

Con respecto a la trama de la cinta, sobre la que se advierte desde un principio que no tiene intención de ser una reproducción fiel de la realidad, sino una recreación artística de la misma, decir que se centra en el decaimiento (aunque con reanimación incluida) de la vida política, pública y personal de Silvio Berlusconi, interpretado magistralmente por Toni Servillo.

Cierto es que la película comienza mostrándonos la vida de Sergio, un joven provinciano interpretado por Riccardo Scamarcio, dispuesto a cualquier cosa por llegar al poder -lo que es sinónimo de llegar a Berlusconi- y que esta historia cuenta con su desarrollo y su papel en el conjunto; pero no es menos cierto que dicho episodio queda profundamente eclipsado en cuanto nos sumergimos en la vida de Silvio, llegando nosotros también, en cuanto espectadores, a hacer nuestras las palabras que el “Presidente” le dedica a este joven en una ocasión en la que intenta ganar protagonismo: “no lo estropees”.

Así pues, la película orbita en torno a Silvio, un hombre del que tenemos la sensación de que no se conoció bien a sí mismo o, si lo hizo, no siguió el camino que le marcaba la vida, pues a él “lo que se le daba bien era vender”. Sin embargo, esta renuncia (o quizás sería mejor decir huida hacia adelante) de sí mismo para ser otra cosa, lo lleva a buscar un nuevo papel en el mundo que, por la imagen y opinión que tiene de sí mismo, podemos deducir que le acaba haciendo creer que es una suerte de dios en la Tierra. Pero esta pretensión, que ya los griegos denominaron hybris y de la que advirtieron a la humanidad en distintas tragedias, lo sumerge profundamente en un pozo de insatisfacción y vacío en el que “todo no es suficiente”, ni las desenfrenadas fiestas, ni las despampanantes mujeres, ni el dominio de la televisión, ni las decenas de empresas y mansiones. Parece más bien, al igual que le ocurre a su mujer Verónica, que lo que acaba ocurriendo es que “sus sueños se han convertido en pesadillas”.

Y entre estas pesadillas, propiciadas en parte por el inexorable devenir del tiempo, se encuentra su muerte o, cuanto menos, su ocaso, cosa que se intuye con su pretensión de mandar construir un museo sobre sí mismo. Pero, ¿por qué ese miedo al olvido? ¿Acaso un dios terrenal puede ser olvidado?
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17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
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