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Last Shift (2014)

Last Shift
90 min.
5,2
964
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Sinopsis
El primer turno de la policía novata Jessica Loren tiene lugar en una comisaría que cerrará sus puertas esa misma noche para trasladarse a nuevas instalaciones. Pero lo que parece una noche rutinaria se convertirá en una pesadilla viviente cuando el líder del culto satánico John Michael Paymon, que se suicidó hace justo un año en esa comisaría, vuelva para vengarse... (FILMAFFINITY)
Género
Terror Thriller Fantasmas Sobrenatural Sectas
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
Last Shift
Duración
90 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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8
ME ESTOY VOLVIENDO LOCA... ME ESTOY VOLVIENDO LOCA, LOCA, LOCA....
Para todos aquellos a quienes todavía tocó hacer la “mili” les sonará lo de las “imaginarias”, las guardias que, por turnos, hacían los cuarteleros mientras todo el mundo estaba durmiendo. De ellas, decían que la peor era la tercera imaginaria, puesto que partía el sueño de la noche, por estar entre las dos y las cuatro de la madrugada.

En general, es lo que hacen todas las personas que, por mor de las características de su trabajo, se dedican a sus tareas laborales cuando el resto de peña está sobando. Tal idea, es uno de los presupuestos de planteamiento básico del argumento de “Last Shift”… una policía (novata, joven, un tanto insegura, pero decidida a cumplir su cometido como una buena profesional que es, por imperativo genealógico), se encarga de hacer el último turno de vigilancia de una desballestada comisaría, de la que quedan sólo los restos o deshechos de lo que fue usado por los habitantes de aquella estación, y ahora por inservible u obsoleto se ha quedado ahí, como rancio y funesto memorial, esperando a que una compañía de limpieza venga a despacharlo al fin del turno de la prota.

Si se hubiese tratado de un veterano(a) del servicio, igual hubiese mandado a tomar por culo al mando que se le hubiese ocurrido la “brillante” idea de colocarlo(a) en semejante cuchitril a las tantas de la noche (no me veo a Clint Eastwood o al Shutherland de 24h. cumpliendo tal cometido), o sea que se la carga una primeriza por real decreto, que sustituye en el aparentemente efímero cargo a un sénior que le da las instrucciones al uso, a parte de las llaves. Un agente que, a su vez, a parte de granado de paso, parece estar más quemado que un fósforo usado.

Si no fuera por las anticipaciones que el cerebro genera ágilmente en saber que se trata de un producto de terror (y aun así), uno ya piensa en la horita y media de bostezos que podrá compartir con la actriz principal en el berenjenal en el que nos han puesto (es una película en la que nos podemos virtualmente pasar todo el rato al “lado” del personaje, pues tiene una especial capacidad de absorción diegética). En efecto, el set y el encuadre de la acción está tan focalizado y reducido casi (y digo casi porque tenemos dos fugaces escenas exteriores en las inmediaciones) a las cuatro paredes del tugurio en cuestión, que en los 90 minutos que dura el metraje uno puede llegar a creer que comparte espacio y charla con la bella Juliana Harkavy (interpretando a la agente Jessica Loren). Y no precisamente una larga y aburrida “imaginaria”, sinó una asfixiante, lúgubre y adrenalítica aventura, primero de exploración, y después de intento de huída de lo que antaño había sucedido en el desballestado acuartelamiento policial.

Desde el principio, tanto el trabajo de direción de Di Blasi como las habilidades interpretativas de Harkavy se compenetran para conseguir que nos identifiquemos con la situación de la oficial novicia, especialmente para todos aquellos que en algún momento nos hayamos dedicado a tareas parejas, sin necesariamente llevar encima todo el pertrecho de un agente, pero en el mismo tedioso, pero a la vez estimulante en sus principios, pues todo trabajo tiene esa parte incial que mezcla expectación con inquietud e incertidumbre, marco de un trabajo en el que la soledad será la principal compañera en las horas de currele.

Las experiencias que yo mismo viví durante tres veranos, dedicándome a vigilar de noche en un ya vetusto camping para veraneantes adictos a lo simple, sencillo, barato y “de toda la vida”, me situaron al lado de la tan pardilla como valiente oficial de policía.

Por mucho que uno o una le eche ganas, estas labores crean un vacío que la mente intentará enseguida, por todos los medios, rellenar a base de horas de pensamientos, divagaciones… y, en última instancia el sopor, sobretodo a las puertas de terminar el turno, cuando ya asoman las 7 de la mañana. Tan sólo las puntuales y efímeras “apariciones” (valga la redundancia), de personajes y personajas que, por lo que sea, rondan por ahí a las tantas de la vigília, constituyen el único contacto (por lo menos en apariencia) con la realidad, a la que nos podremos agarrar en medio de tanto hueco espacio-temporal.

Un fantástico trabajo que el propio realizador lleva a cabo en el manejo del guión, con el apoyo de Scott Polley, nos ubica en una doble tesitura que no se nos hará diáfana hasta el final del metraje, y que demostrará que la creatividad y el ingenio están por encima de las posibilidades presupostarias de una cinta que, sin saber cuál era el monto pecuniario destinado para producirla, claramente se nos antoja de bajo caché en este sentido.

A pesar de ello, tenemos una factura técnica en la que destaca una ágil fotografía que contribuye sobremanea a crear la atmósfera necesaria para hacer el delirante viaje con la principal: Austin F. Schmidt, al mando de la cámara, ayuda sobremanera a delimitar los espacios narrativos: un exterior nocturno, que se nos antoja como una especie de limbo, al qual Jennifer accederá en contadas ocasiones, como frágil punto (no demasiado “iluminado”) de contacto con una objetividad que cada vez más a duras penas le servirá de apoyo para mantener los “pies en tierra”.

El paulatino estrés, y consiguiente desquiciamento del prácticamente único personaje sobre el que nos focalizaremos, nuestro referente, nos llevarán a hacernos una batería de reflexiones i preguntas sobre la salud mental de la oficial Jennifer, ya no sólo en el momento en el que le empieza a desbordar todo, sinó ya desde un principio: la conversación telefónica del inicio con su madre, justo antes de entrar en la comisaría, denotan un quebradizo equilibrio de sus facultades, a la par que con la manifestación de un nada despreciable síndrome de dependencia de la chica hacia sus seres queridos.

No es de extrañar, dado que su padre, también policía, en la misma comisaría que ella guarda con tanto celo competencial, en aquél mismo lugar, junto a otros compañeros suyos,
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16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
La comisaría de los horrores
Cabe preguntarse a veces si existe una mano negra en esto del panorama cinematográfico mundial que dicta qué filmes deben alcanzar el éxito y cuáles deben acabar relegados al ostracismo, para luego ser reivindicados como piezas de gran valía para este noble séptimo arte. Y tras visionar “Last Shift”, la cuestión revolotea por la cabeza de quien esto escribe de manera persistente. Porque es carne de festivales, pero ha pasado prácticamente desapercibida, mientras otras obras menores han rozado la fama y el estrellato.

Lo nuevo de Anthony DiBlasi –responsable de la recomendable “Dread”- viene a ser una especie de actualización de la casa del terror de toda la vida, pero enmarcando la acción en el lugar que supuestamente vela por nuestra seguridad ciudadana, una comisaría. Demuestra así que cualquier escenario es idóneo para mezclar apariciones fantasmagóricas, sectas masonianas, siniestras llamadas nocturnas y un descenso a los infiernos de la locura que confunde realidad y delirio, haciendo que el espectador se pregunte qué es real y qué no.

“Last shift” no deja de ser una colección de tópicos del terror y lugares y situaciones ya vistas una y mil veces en el género. Se puede intuir cierto halo a “La mujer de negro” en su concepción del género como un tren de la bruja con un único pasajero a bordo, y algún que otro paralelismo entre esas figuras femeninas fantasmales atormentadas del cine de terror japonés, o más concretamente de la prodigiosa “Martyrs”. En este sentido, se la puede acusar de ser efectista y hasta cierto punto previsible, pero todos los tópicos que atesora están manejados con eficiencia y su director sabe generar la tensión suficiente para que el conjunto no decaiga en ningún momento pese a repetir la misma fórmula constantemente y tardar bastante en entrar en materia. Es un producto que va de menos a más, y que atrapa desde el primer minuto pese a que su premisa pueda estar cogida con pinzas y no da para un largo de ochenta minutos.

Pero lo más importante de ella es que, vista en el silencio y la oscuridad de la noche, en las condiciones adecuadas, es un efectivo ejercicio de género que mete el miedo en el cuerpo, y además de verdad, de ése que perdura una vez llegan los créditos finales. Lo demás lo pone una realización de lo más solvente pese a la precariedad de medios, y una actriz protagonista, Juliana Harkavy, que además de su extraordinaria belleza soporta con convicción el rol de agente de policía novata que afrontará este último turno de noche en la comisaría de los horrores. Quizá no pase a la posteridad, y puede que le falte algo de arrojo en la presentación y desarrollo de la historia, manteniendo en todo momento un tono que no llega nunca a desmadrarse, pero estamos igualmente ante una película que es de lo más destacable que el género nos ha regalado este año, mucho mejor que algunas producciones modestas hollywoodienses hechas para arrastrar a las masas imberbes a las salas en tropel. Y sí, Jason Blum, esto va por ti.

A favor: Juliana Harkavy, y que mete el miedo en el cuerpo
En contra: su colección de tópicos y lugares comunes, manejados, eso sí, con eficiencia, y que haya pasado tan desapercibida
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16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
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