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La memoria del agua (2015)

La memoria del agua
84 min.
5,4
862
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Disponible en:
Suscripción
Tráiler HD (ESPAÑOL)
Sinopsis
Una joven pareja, tras la muerte de su hijo, lucha por mantener su relación. Este inmenso dolor los ha fracturado como pareja y a pesar de lo mucho que se quieren, no pueden sobreponerse a la inmensa pérdida. Asistimos a la sutil construcción de sus nuevas vidas, y observamos sus movimientos por olvidar lo que fueron como pareja. Pero la posibilidad de un nuevo reencuentro aparece y ellos saben que esa decisión podrá cambiar el sentido de sus vidas para siempre. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Romance
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Chile Chile
Título original:
La memoria del agua
Duración
84 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Chile-España-Argentina-Alemania;
Links
Premios
2016: Premios Platino: Nominada a mejor fotografía y actriz (Elena Anaya)
2015: Premios Forqué: Nominada a Mejor película latinoamericana
2016: Premios Forqué: Nominada a Mejor película latinoamericana.
8
La piel del agua
Desde el día que descubrí a Matías Bize con ‘En la Cama’ inmediatamente me quedé con el nombre y la referencia de este director y es que este chileno tiene lo que se llama sello propio. Si ves una película suya sin saber el título o sin tener referencias previas, podrías decir a los pocos minutos que es una película suya, en La memoria del agua, este sello se vislumbra desde el principio. Matías Bize rueda con una sensibilidad especial, siempre deja un gran protagonismo a los actores, siempre deja planos cortos para interpelar a las emociones, siempre siembra en los guiones unos diálogos con la capacidad de apelar al lirismo. Bize deja hablar a los actores con el ritmo adecuado, con las palabras adecuadas y siempre proyecta una iluminación tamizada y bella, creando narratividad con la luz. Domina todos los ámbitos del cine dejando a cada uno hacer su trabajo, volcándolo todo a la emotividad.

La memoria del agua no es una excepción si no un ejemplo clarificador de este tipo de cine intimista, evocador y emotivo. Premiada con el Colón de plata a la mejor dirección del Festival de Cine Iberoamericano, el galardón, se queda corto para una cinta que bien pudiera haberse alzado con el trofeo a la mejor película. Hay pulso en la dirección, hay una fotografía urbana preciosista, hay un guión de diálogos entrañables, con escasa acción pero mucho simbolismo y hay dos actores que se dejan la piel en sus papeles, la española Elena Anaya y el chileno Benjamín Vicuña realizan un trabajo encomiable.

Matías Bize lo reconocía en la rueda de prensa de presentación en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva “puse gran parte del peso de la película en los actores y ellos me respondieron a la perfección, hay mucho trabajo de ensayo previo” y eso se nota. En cuanto a la elección de Elena Anaya para el papel, Bize asegura que “la había visto antes y tenía muchas ganas de trabajar con ella, fue mi primera elección y afortunadamente aceptó”. Que el nombre de Elena se cuele entre los productores de La memoria del agua también tendría algo que ver, pero aún así, su actuación es sobresaliente delante de una cámara empeñada en enfocar cada poro de su rostro en primerísimos planos.

La memoria del agua es diálogo puro, es cierto que no hay mucha trama y esto puede decepcionar a algunos, pero el punto de partida ya es suficientemente duro como para que el dolor que deja la película se mantenga a flote durante todo el filme.

La pérdida de su pequeño hijo por parte de una pareja y las dificultades por las que atraviesa su relación tras este luctuoso hecho es todo lo que necesita una narración a flor de piel, más que en los hechos se apoya en los símbolos, en la omnipresente presencia del agua en los planos (el pequeño Pedro murió ahogado), en la nieve, en las lágrimas, en pequeños detalles que conforma junto a los diálogos el peso emocional que redondean los actores con sus voces. Es una narración inactiva pero completa que en mi opinión conforma un guión más que digno.

Así que junto a la ya mencionada En la cama y La vida de los peces, esta nueva introducción en el cine intimista de Matías Bize se salda con éxito, dejando una historia con piel, narrada con lirismo y emoción, interpretada con una sensibilidad desbordante y dirigida en todos los planos con la maestría que este joven realizador chileno ya ha demostrado con anterioridad.

http://www.viveiberoamerica.com/la-memoria-del-agua-la-piel-del-agua/
@iberoamericavi
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25 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
La memoria del agua
Un camino difícil de recorrer, por separado o juntos.

Cuesta recuperarse después de verla, cuesta digerirla en toda su cruel sinceridad y amarga realidad dolorida porque “si nosotros somos felices, él no existe”, sentencia demoledora y aplastante que parte de un corazón fallecido en vida, que late únicamente por empeño de unas arterias que no detienen su camino; vacío, devastación y sufrimiento como auto castigo para mantener vivo a quien ya se ha ido, impactante destrozo de quien está muerta por dentro/por fuera furiosa y aniquilada de tanta buena fe y palabras de consuelo que son una infamia para quien las oye en silencio pero, no escucha por mucho que se le insista y repita.
Porque “a veces no se necesita hablar, sólo estar” y esta magnífica, sensible y profunda película deja notoriedad de su imponente presencia física absorbida con delicadeza, resquemor y esa aguda inquietud que ralentiza el respirar y eclipsa el pensamiento de una razón aturdida, que te confirma, con sobriedad y entereza, que has hecho tuya la cinta, que con muy pocas frases, vocablos o movimientos de escena ha realizado una esmerada intervención quirúrgica en tus emociones y empatia.
Soberbia Elena Anaya, transparencia afligida de la mayor ruina y mezquindad que una madre puede soportar, esa pérdida accidental de un hijo que corroe, seca, arruina y mata lentamente hasta no dejar gota de esa memoria de un agua donde se vio, por última vez, al amado retoño tras un maldito descuido de treinta segundos, feroz tiempo perpetuo que por nunca avanzará/jamás retrocederá/siempre permanecerá y que, junto a su compañero en injusticia y culpa, un anulado y desorientado Benjamín Vicuña, digna pareja, de réplica intimista y mortífera, forman un dueto interesante, humano, piadoso, emotivo y asolado que sobrevive como puede ha hecho tan bárbaro y castastrófico.
Matías Bize realiza un loable trabajo que se respira a fuego lento, en sus eternos y vastos espacios de ausencia de lenguaje, pues la dureza de las escenas, la tensión de los cuerpos, la petrificada mirada y la lejanía de quien está presente en materia, pero a miles de millas en su gélida alma, no pide dicción, no solicita voz ni intercambio de lengua en alto, la pena, miseria y atrocidad les acompaña como esquelético fantasma que todo lo destruye, que todo lo arrasa.
Su guión es pureza delicada de impresionante alma grabada a través de un asfixiante martirio, que hechiza y sugestiona al espectador para llevarlo de la mano junto a ellos en su inevitable calvario; “vamos a salir juntos de esto” o “necesito estar lejos de ti” posturas de padecimiento que la audiencia debe hacer suyas mientras se infiltra, con toda su plena conmoción al descubierto, para desvelar hacia dónde caminará tan sometida pareja y cómo encararán el mal trago que la existencia les obliga a pasar.
No toma el camino fácil y cómodo de la tragedia, por deferencia a unos personajes cuidados con tacto, inteligencia y conocimiento de lo pretendido y a dónde se quiere llegar; la concurrencia lo agradece y aplaude con su simbiosis y asimilación exquisita de la situación vista; les conoces con gusto, les sufres con apetencia, emotividad íntegra que ahonda en el verdadero núcleo de la cuestión y deja fuera las nimiedades baratas, y al uso de recurso tentativo, para rellenar cuando no se posee contenido significativo.
No es el caso, late sola sin necesidad de ayuda excepto esa emocional y afectiva dirección y escritura que convencen a un público entregado, satisfecho y aún convaleciente de tan castigada sesión anímica.
Esperanza o desasosiego, recuperación o nulidad, observa su espléndida fotografía, siente su pausado aliento, escucha su vestida música, acaricia cada áspero segundo y saborea todo su conjunto con ese acibarado placer que agria y deleita por igual, sin esperarlo.
Le gustaba la nieve y construir cosas con las manos, era Pedro, cuatro años, lo más hermoso e inocente del mundo, en la memoria de sus padres por siempre, con agua o sin ella.

Lo mejor; su humanidad palpable.
Lo peor; no lograr absorber su pureza sensible.

lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
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15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
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