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La educación sentimental (1962)

La educación sentimental
92 min.
6,3
25
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Sinopsis
El apocado Frédéric ama a Anne, una mujer casada con Didier, que a su vez la engaña con Barbara, una modelo. Catherine, enamorada por su parte de Frédéric, lo empuja a los brazos de Barbara para que olvide a Anne. Didier debe marcharse y Anne decide seguirlo, no sin antes acceder por fin a las atenciones de Frédéric... (FILMAFFINITY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
L'éducation sentimentale
Duración
92 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Francia-Italia;
Grupos
Adaptaciones de Gustave Flaubert
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4
Con acento francés
La educación sentimental no es precisamente la cumbre de Flaubert. Henry James dijo que leerla es como masticar ceniza y serrín. Pero, esperen a ver la película.

Aquí, lo de “libremente basada en” es sinónimo de “libremente a mi antojo”, lo que no deja de sorprender en un Alexander Astruc que ya había llevado al cine a Maupassant y a Saint-Laurent en adaptaciones bastante acertadas.

En esta adaptación, el equívoco de Astruc estribaría en tres desajustes. A saber
La descontextualización de una obra que sacada de las claves del Romanticismo (revolución, clasismo, amores imposibles, fatalidad) pierde la motivación pasional de los personajes, más aún, transportados a una época -los sesenta- dada a la moda del existencialismo y a las veleidades de lo esnob. Probablemente, la época más cargante de la tradición francesa, que ya es decir.

El análisis caracterológico flaubertiano (y Flaubert es una cumbre del psicologismo literario) queda supeditado a una puesta en escena que pretende ser muy actual en su contemporaneidad con las corrientes de inicios de los sesenta: Nouvelle vague y el expresionismo de Antonioni, lo que desubica el discurso de los personajes y, por ende, el argumento.

La inapropiada dirección de actores, y también interpretación, probablemente sesgada por lo antes apuntado sobre la puesta en escena. Uno piensa que Brialy y Nat se han equivocado de película y se han colado en “Hiroshima, mon amour” (1959). En situaciones propicias para la confesión o en momentos que requieren de intimidad, los intérpretes hablan como si declamaran al cielo o se extasían ante el horizonte, lo que produce un resultado de ridículo patetismo.

En conjunto, desubicada, desfasada y mal interpretada. Mejor visionar al Astruc de los años cincuenta en, por ejemplo, “Una vida” (1958) o “Les mauvais rencontres” (1955).
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